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Del corazón del pastor

Dios cumple sus promesas. Y nada ni nadie, puede separarnos de su amor.

¿Alguna vez ha dudado de su relación con el Señor?

En ocasiones, somos conscientes de la imperfección de nuestro amor por Él y esto puede llegar a inquietarnos. Sin embargo, le animo a encontrar consuelo en que nuestra relación no se basa en nuestra “suficiencia”, sino en la suficiencia de Él en nosotros.

Este mes recordamos y celebramos la muerte y resurrección de Cristo, y la plenitud de su triunfo en la cruz (Col 2.14, 15).

He aquí algunos pensamientos del Dr. Stanley para animarle a reflexionar en las próximas semanas sobre el profundo significado del sacrificio del Señor.


El día que descubrí la verdad acerca de la salvación en Jesucristo, quise gritar de alegría.

Si decimos que la salvación puede perderse, implica que la obra de Cristo en la cruz no fue suficiente y que debemos hacernos cargo. Pero esa es una tarea imposible. No hay nada que podamos hacer para contrarrestar los efectos del pecado. Dios nos salva por el poder de su gracia, mediante la fe en su Hijo, no por nuestros esfuerzos.

Las personas ajenas a la Iglesia suelen pensar que Cristo fue un buen hombre que tuvo la mala suerte de ser crucificado, pero nada más. No podemos culpar a la gente de lo que no sabe. Sin embargo, muchos creyentes, aunque profesan fe en la obra de Cristo, siguen viviendo como si la salvación dependiera de ellos. Es fundamental abordar la cruz desde la perspectiva divina, tal como se revela en la Biblia.

La crucifixión no le “ocurrió” al Señor Jesús sin más. Ocurrió porque Dios así lo quiso.

Poco después de la muerte y resurrección del Señor Jesús, Pedro reconoció esta verdad, diciéndoles a las autoridades judías que habían entregado a Cristo para su crucifixión, que el Señor había sido “entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hch 2.23).

La muerte del Señor no fue un simple acontecimiento, sino el cumplimiento del glorioso plan de redención de Dios. Nunca habría sucedido sin la voluntad del Padre. “Nadie me la quita”, dijo el Señor Jesús de su vida terrenal, “sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Jn 10.18). 

La cruz de Cristo fue la única solución al mayor dilema de la historia: La humanidad había sido separada de Dios por el pecado.

El Padre celestial no podía simplemente pasar por alto el pecado: había que tratar con él de acuerdo con la santidad y justicia de Dios. El pecado había cambiado fundamentalmente el mundo y la relación entre Dios y la humanidad, trayendo terribles consecuencias.

“Porque la paga del pecado es muerte”, escribió Pablo a los romanos (v. 6.23). Necesitábamos a un Salvador que venciera al pecado y a la muerte para siempre. Por eso, el Hijo de Dios vino al mundo y se hizo hombre, para morir en lugar de los pecadores, resucitar de la tumba tres días después y redimir a su creación (2 Co 5.21).

La muerte y la victoria de Cristo sobre el pecado transformaron el sufrimiento, la vergüenza y la muerte en símbolos de nuestra salvación.

Sin que lo vieran los ojos humanos, se produjo un gran intercambio mientras el Señor Jesús colgaba de la cruz. Él cargó con todos nuestros pecados y soportó la ira de cada uno de ellos, pasados, presentes y futuros. Y a cambio, nos dio la vida eterna: su vida por nuestra vida, y nuestra vida por la suya.

Puede que no siempre sienta la seguridad de su salvación, pero eso no cambia el hecho de que está seguro en Cristo por la eternidad. Usted y yo podemos tener confianza, porque estamos “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 P 1.5).

Dios es fiel a sus promesas. Y nada ni nadie podrá separarnos jamás de su amor (Ro 8.38, 39).


Hermano(a), recuerde que el Espíritu Santo que mora en usted “da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Ro 8.16). Siga su ejemplo y fortalezca su comprensión de la obra consumada de Jesucristo. Deje que la cruz le recuerde en esta Semana Santa que, aunque Cristo sufrió y murió por los pecados que usted cometió, también lo hizo para estar con usted.

¡Qué amor tan asombroso! Hasta la próxima, que Dios le bendiga. 

Para la gloria de Dios, 

Sus amigos de Ministerios En Contacto  

P.D. Este mes recordamos con gratitud al Dr. Stanley en el aniversario de su partida a la presencia del Señor. Somos tan bendecidos de continuar su trabajo y ministerio. Su apoyo y colaboración para compartir el evangelio y los sermones del Dr. Stanley por todo el mundo es un regalo eterno. Muchas gracias.