Usted tal vez haya notado que la vida en la iglesia, así como puede ser reconfortante y refrescante, también pudiera ser incómoda, desconcertante, difícil y absorbente —en otras palabras, es muy parecida a una familia.
Un compañerismo sano y basado en la Biblia está hecho de conexiones vivificantes. Las iglesias no son perfectas, pero podríamos decir que son una de nuestras “bendiciones indispensables” y el Dr. Stanley hablaba a menudo de la razón. He aquí algunas palabras que invitan a reflexionar en cuanto a la valía de participar en el Cuerpo de Cristo:
Me gustaría hablarle de algo que me liberó para convertirme con el tiempo en la persona que Dios quería que fuera. No fue una experiencia asombrosa o una señal milagrosa.
Fue algo familiar pero poderoso: la iglesia local.
No podría estar más agradecido por todos los que escuchan o ven nuestro programa; ruego que el tiempo que estemos aprendiendo juntos sea beneficioso y agradable. A la vez, espero que los que asistan a una iglesia también lo hagan.
¿Por qué?
Porque la voluntad de Dios es que vivamos en comunión con otros creyentes. De hecho, es indispensable para el crecimiento espiritual. Dios no quiere que seamos cristianos “solitarios”. ¿Por qué entonces incluiría tantos pasajes sobre “los unos a los otros” en el Nuevo Testamento?
Pero este consejo no es solo para los que deciden no asistir a una iglesia.
Incluso las personas que van a la iglesia con regularidad pueden ser espectadores en lugar de participantes. La vida cristiana es más que una cita semanal. Implica vivir con otros creyentes de manera práctica y profunda.
El Señor dejó claro este llamado en 1 Corintios 12.12-26 cuando describió la iglesia como un cuerpo con diferentes partes. Cada miembro es necesario para el buen funcionamiento de la iglesia. Así como cada parte del cuerpo depende de las demás, también nosotros nos necesitamos el uno al otro.
Todos los mandamientos bíblicos de “los unos a los otros” pueden cumplirse en mutuo amor. Pero ¿cómo se lleva esto a la práctica en la Iglesia? Para ayudarle a comprender cómo debemos ayudarnos y cuidarnos los unos a los otros en la comunión de los creyentes, me gustaría centrarme en algunos preceptos.
En primer lugar, debemos “animarnos unos a otros y edificarnos unos a otros” (1 Ts 5.11).
La comunión en la iglesia no consiste solo en saludarse o compartir comidas. Significa invertir en la vida de las personas y ayudarlas a crecer a nivel espiritual. Hay varias maneras de hacerlo: orando por ellos, compartiendo principios bíblicos que se aplican a sus situaciones en la vida o recordándoles la fidelidad y las promesas de Dios.
Más adelante en este capítulo, Pablo añadió, además: “que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1 Ts 5.14).
En segundo lugar, nos dice: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Ro 12.10).
La iglesia no es un lugar para reclamar nuestros derechos o buscar crecimiento personal. Por el contrario, nos servimos unos a otros buscando el bien de los demás. Piense en cuántos conflictos eclesiales se disolverían si todos considerásemos a los demás más importantes que a nosotros mismos.
En tercer lugar, debemos tratar a los demás “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor” (Ef 4.2).
El versículo 32 añade características similares a bondad, compasión y perdón. Piense en los opuestos de estas cualidades: orgullo, crueldad, impaciencia, intolerancia, rudeza, indiferencia y falta de perdón.
Todos queremos que nos caracterice la primera lista, no la segunda. Pero vivir en estrecha relación con otras personas a veces revela cualidades que necesitamos desarrollar, ¿no es así? Tal vez por eso algunas personas ya no asisten a la iglesia. Tal vez han sido heridas o han desarrollado animosidad hacia algunos hermanos en la fe. Sin embargo, estos conflictos son la razón por la que necesitamos seguir congregándonos.
Dios usa esas heridas y desacuerdos para hacernos más como Cristo y producir rasgos piadosos en nosotros. Si abandonamos la iglesia, perdemos esta influencia santificadora.
Siempre he tenido un grupo de hombres cristianos con los que me reúno con regularidad.
Ellos me hacen rendir cuentas, me estimulan a buscar la piedad, me confrontan cuando tardo en reconocer el pecado y me animan a seguir adelante. Eso es lo que cada uno de nosotros necesita, y tales amigos se pueden encontrar en la iglesia. Puede que usted no conozca a todo el mundo en su comunidad, pero sí puede conocer a unos pocos de una manera más cercana.
Dios utilizó esas relaciones para transformarme. Sé que Él hará lo mismo por usted.
La vida en la iglesia, incluso en congregaciones sanas, puede ser un reto.
Pero el Dr. Stanley nos recordó que, al menos en parte, ese es el designio de Dios. Esperamos que esta carta le anime a acercarse a su comunidad de creyentes. Deje que Dios le sorprenda con todo lo que puede hacer en medio de su pueblo.
Este momento puede ser el comienzo de algo nuevo.
Hasta la próxima, que Dios le bendiga.
Para la gloria de Dios,
Sus amigos de Ministerios En Contacto