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Del corazón del pastor

Gane un aprecio más profundo del sacrificio de Cristo.

¡La increíble maravilla de la cruz! Si tuviera que elegir un solo tema en la Biblia para comprenderlo a profundidad, elegiría la crucifixión. Es el fundamento de la fe cristiana y la esencia de nuestra vida. 

Hoy vemos cruces por todas partes: en edificios, en obras de arte, como joyas, en nuestras casas. Cantamos y hablamos de ellas. Pero a veces me pregunto: ¿cuánto en realidad comprendemos sobre la cruz de Cristo?

No hay nada que la humanidad haya hecho que se pueda comparar con lo que logró Cristo con su muerte. 

Todos los logros de la humanidad, por impresionantes que sean, acabarán destruyéndose, pero la obra del Señor en la cruz dura para siempre (2 P 3.10-13). Es el acontecimiento más importante y asombroso de la historia. 

El apóstol Pablo era un hombre que comprendía la importancia de la cruz. Cuando llegó a Corinto por primera vez, no vino con un discurso elocuente ni con palabras persuasivas. En cambio, dijo: “me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Co 2.1, 2).

Nunca quiso hacer nada que llamara la atención sobre sí mismo, sino solo sobre el Señor. Porque, fuera de la crucifixión, no hay esperanza para el mundo, ni salvación ni gloria eterna.

Todos deberíamos ir por la vida con un profundo agradecimiento por el sacrificio de Cristo en nuestro lugar.

Así que, dediquemos un poco de tiempo a reflexionar sobre este extraordinario acontecimiento.

En primer lugar, la cruz fue planeada y ordenada por Dios antes de la creación.

Sabía que la humanidad caería en pecado, así que planeó una vía de reconciliación. Nunca piense que este fue un pensamiento tardío para el Señor. Su salvación fue prevista por Él y lograda por Cristo incluso antes de que usted existiera.

Dios nos eligió en Cristo “antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef 1.4). Y para lograrlo, planeó la crucifixión de su Hijo antes de la fundación del mundo (1 P 1.20).

Cada detalle fue diseñado por Dios de antemano, predicho por los profetas, y llevado a cabo, tal como el Señor lo ordenó. Nada estaba fuera de su control; todo sucedió tal como Él lo dispuso.

En segundo lugar, la cruz de Cristo es la mayor demostración del amor de Dios por la humanidad.

Él demostró su amor por nosotros enviando a su Hijo al mundo para ser el sacrificio sustitutivo por nuestros pecados. En la cruz se encontraron la justicia y el amor de Dios. Para salvar a la humanidad a través del amor, el pecado tuvo que ser castigado con justicia para que los pecadores arrepentidos pudieran ser perdonados.

En la cruz, Cristo cargó con el pecado del mundo por amor. Sufrió por voluntad propia las consecuencias de nuestro pecado, para que “fuésemos hechos justicia de Dios en él” (Jn 10.18; 2 Co 5.21).

Todos recibimos su bondad de muchas maneras, pero ninguna bendición puede compararse con su expresión de amor hacia nosotros al entregar su vida para nuestra redención (Hch 2.23). Ahora todos los que aceptan y confían en el sacrificio de Cristo, y se unen a Él, están reconciliados con el Padre celestial.

El sacrificio de Cristo es el único camino verdadero al perdón.

En este mundo, usted encontrará todo tipo de formas falsas para encontrar redención, pero ninguna de ellas tiene suficiente poder para luchar contra el pecado y la forma en la que nos daña a nosotros y al mundo. Ninguna de ellas puede hacernos cruzar las puertas del cielo.

Es importante que comprendamos que Cristo no necesita ser sacrificado de nuevo cada vez que pequemos: su obra en favor nuestro es de una vez y para siempre (He 9.12). Y como resultado, nunca podemos perder nuestra salvación.

Por último, el efecto de la cruz se extiende al pasado, al presente y al futuro.

Eso no puede decirse de ningún otro acontecimiento histórico. Aunque la crucifixión ocurrió en un momento del tiempo, es un acontecimiento eterno y como tal no está limitado por el tiempo. Antes de que el Señor Jesús viniera al mundo, Dios lo dispuso “como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados”, ya que estos no podían ser eliminados por la sangre de Cristo hasta que su sangre hubiera sido derramada en la cruz (Ro 3.25).

Los sacrificios de animales ofrecidos en obediencia a la ley de Dios, por los hebreos y la nación israelita, nunca fueron capaces de quitar los pecados, sino que solo los cubrieron hasta que vino el perfecto Cordero de Dios (Jn 1.29).

Aquellos que, por fe: confiaron en Dios antes de la cruz; que caminaron con Él antes de que se formara la nación de Israel; que creyeron en el Señor Jesús en el momento de la crucifixión; y todos los que han confiado en Cristo como Salvador y Señor desde entonces han sido salvados por su amoroso sacrificio.

El alcance, la importancia y el poder transformador de la crucifixión están más allá de toda comparación.

Espero que la próxima vez que vea una cruz, se detenga a pensar en lo maravillosa que es. Incluso en el cielo, cantaremos y alabaremos al Cordero que fue inmolado por nosotros (Ap 5.12): el Señor Jesús, el vencedor del pecado y de la muerte.

Que la cruz y Aquel que por voluntad propia se sometió a ella sean el centro de sus pensamientos, adoración y gratitud en esta hermosa temporada.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

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