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Del corazón del pastor

Si alguna vez se ha sentido débil en la fe o desprovisto de esperanza, no está solo.

A veces los problemas pueden parecer abrumadores. 

Esto es tan cierto ahora como lo era en los días de la Iglesia primitiva. Mientras estudiaba 1 Pedro 1.1-9, el cual estaba dirigido a los cristianos que sufrían, me puse a pensar en las diversas dificultades que enfrentan los creyentes hoy en día. Muchos hermanos en la fe se sienten sin esperanza debido a problemas de salud, económicos, etc. que parecen no tener solución.

¿Y usted? ¿Se siente derrotado por los desafíos que enfrenta? 

Pedro sabía que incluso los cristianos pueden desanimarse cuando los tiempos son difíciles. Cristo dijo que tendríamos aflicciones en este mundo, así que las circunstancias terrenales no deben ser la fuente de nuestra esperanza (Jn 16.33). Usted necesita una esperanza eterna, una esperanza que sea más grande que sus problemas. Y eso es justo lo que ofrece Jesucristo.

Imagínese cómo se sintieron los discípulos cuando pensaron que su sueño de un Mesías victorioso se había roto. Vieron cómo arrastraban al Señor para juzgarlo por delitos que no había cometido. Fue golpeado y crucificado. Cuando su Salvador murió y fue enterrado, asumieron que su sueño también había desaparecido. A sus ojos, habían perdido el tiempo siguiéndolo porque su muerte indicaba que no era el Mesías.

Si alguna vez se ha sentido débil en la fe o desprovisto de esperanza, no está solo. 

No es extraño venir al Señor con peticiones de sanidad, estabilidad económica, entre otras, solo para encontrar que las pruebas permanecen. Cuando experimentamos soluciones inmediatas, nos sentimos muy reconfortados. Pero cuando Dios no nos da alivio, incluso después de haber orado con fervor, ¿dónde está nuestra esperanza entonces?

En esos momentos, le insto a que se concentre en las verdades eternas de Dios. 

Cristo les dijo a sus discípulos varias veces que iba a ser crucificado y que resucitaría, pero ellos nunca tomaron este mensaje en serio; no era lo que querían oír (Mt 20.17-19). Así que se sintieron contrariados cuando los acontecimientos no se desarrollaron como ellos deseaban. Esto es lo que ocurre cuando buscamos la esperanza en el lugar equivocado y no nos centramos en las verdades de la Palabra de Dios.

Cuando Cristo resucitó, los discípulos vieron cómo una situación sin aparente esperanza se convertía en un triunfo milagroso que los sacó de las profundidades de la desesperación.

Así que algunos años después, cuando Pedro escribió aquella carta a la Iglesia, quiso animar a los que se habían desanimado por los problemas terrenales. Llamó a la resurrección de Cristo una esperanza viva que nunca morirá, incluso cuando las circunstancias parezcan sombrías (1 P 1.3). 

Pedro le recordó a los creyentes que sus tribulaciones estaban poniendo a prueba y refinando su fe, para que se demostrara que era auténtica y produjera alabanza, gloria y honor cuando Cristo vuelva (1 P 1.6, 7). No hay mejor verdad para tener en cuenta cuando uno se enfrenta a sus propios sufrimientos.

¿En qué consiste esta esperanza que proporciona la resurrección de Cristo? Veámoslo más de cerca.

Primero, su resurrección nos asegura que nuestros pecados son perdonados. 

Piense en esto. Nuestra redención requirió un sacrificio perfecto, sobre el cual la muerte no tendría poder (He 9.12). La resurrección del Señor Jesús es la prueba de que nuestros pecados, al ser entregados a Él, no pudieron derrotarlo. Por el contrario, se levantó triunfante de la tumba. Y así, el Padre aceptó la muerte de su Hijo en la cruz como pago por nuestros pecados. ¿No es esto un motivo de inmensa alegría? 

Nuestra segunda esperanza es la seguridad de que el Señor Jesús estará con nosotros. 

Después de su resurrección, el Señor hizo esta promesa a sus seguidores: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28.20). La era temporal a la que se refería el Señor Jesús aún no ha llegado a su fin. Usted forma parte de ella ahora mismo, así que puede estar seguro de que, incluso en las dificultades, Él está presente con usted. 

Una tercera esperanza es la confianza en el poder de Dios que obra en nosotros. 

Estamos “guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 P 1.5). La resurrección del Señor Jesús hizo posible que formáramos parte de la casa de Dios. Allí se nos protege mientras crecemos en Cristo (Ef 2.19-22). Dios le empodera sin cesar para que llegue a ser la persona que Él quiere que sea, semejante a Cristo en todos los sentidos: “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn 3.2).

Nuestra cuarta esperanza es la última: nuestra resurrección de entre los muertos. 

La resurrección del Señor Jesús garantiza que nosotros también resucitaremos y recibiremos cuerpos nuevos y glorificados (Fil 3.20, 21). No habrá más dolor, muerte ni aflicciones. Esta verdad debería llenarnos de esperanza, porque los sufrimientos de esta vida presente no se pueden comparar con la gloria eterna que nos espera (Ro 8.18).

Cuando la vida sea dura y su esperanza se desvanezca, recuerde la esperanza viva de la resurrección de Cristo que celebramos en Semana Santa.

Nuestro verdadero hogar está en el cielo. Cuando sus esperanzas y sueños parezcan desvanecerse, recuérdese de que allí verá a su Salvador cara a cara y estará con Él para siempre. Y hasta entonces, Él camina con usted en cada paso del camino.

Con amor fraternal,

Charles F. Stanley

P.D. Al celebrar 45º año de ministerio, estoy más entusiasmado que nunca con todas las maneras en las que compartimos el evangelio y el camino de la fe: a través de la televisión, la radio, los libros, las tarjetas de oración, las guías de estudio y el internet, todo para proclamar la esperanza de Cristo y ayudarle a crecer en Él.