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Usted puede dejar de tratar de impresionar a todo el mundo

No es su poder lo que importa, sino el de Dios.

John VandenOever 11 de febrero de 2022

He pasado incontables horas de mi vida tratando de parecer importante. Por alguna razón, muchos de nosotros nos sentimos impulsados a impresionar a los demás con nuestras conexiones, nuestras experiencias, incluso con nuestro vocabulario. Pero cuanto más hablamos de nosotros mismos, menos impresionamos a los demás. Y a medida que seguimos con la verborrea, más cuenta se dan quienes nos escuchan de nuestro orgullo y de nuestra apremiante necesidad de atención. Analizando bien la situación, es bastante cómica.

Ilustración por Adam Cruft

De manera semejante, podemos enorgullecernos de nuestras experiencias y conocimientos espirituales. Tanto es así que es fácil lanzarse a un día sin oración, llenos de buenas intenciones pero sin enfocarnos en la presencia y el poder de Dios. Esta es la razón por la que nos sentimos agotados, frustrados y desanimados. Y cuanto más tratamos de manejarnos por nuestra cuenta, menos efectivos nos volvemos. Lo mismo que sucede con un automóvil atascado en el barro —con los neumáticos girando.

Cuanto más tratamos de manejarnos por nuestra cuenta, menos efectivos nos volvemos.

En su mensaje “La senda del quebrantamiento”, el Dr. Stanley dice: “Seguimos teniendo el deseo interno de apartarnos de Dios. Y no importa cuán consagrados estemos a Cristo. A veces deseamos independizarnos de Dios y hacer lo que mejor nos parezca. Entonces Dios nos quebranta para corregirnos”. 

Por dicha, Cristo se deleita en reorientarnos. El Señor dirige nuestra mirada hacia Él para que nuestro camino se enderece, y se despeje para nuestro viaje. Una vez hecho esto, Él no se despide de nosotros con simples palabras de ánimo y la promesa de estar después a solo una oración de distancia. No, Él se queda con nosotros. Y no estamos llamados a impresionarlo ni a mostrarle hasta dónde podemos llegar esta vez. Más bien, se nos exhorta a tomar su yugo, a mantenernos cerca y a apoyarnos en Él con total dependencia. 

El Señor no se despide de nosotros con simples palabras de ánimo y la promesa de estar después a solo una oración de distancia. No, Él se queda con nosotros.

Hasta Pablo tuvo que ser redirigido por el Señor. El aguijón en la carne del apóstol era un recordatorio de que su ministerio no era impulsado por su suficiencia o sus conocimientos, o incluso por las increíbles visiones que Dios le dio. No, Pablo era efectivo solo por el poder de Cristo dentro de él. Por eso dice con mucha claridad que este aguijón era “para que no me enorgullezca demasiado” (2 Corintios 12.7). ¿De qué utilidad sería un apóstol engreído?

Si bien el aguijón pudo haber sido cualquier cosa —una enfermedad física o incluso los ataques persistentes de acusadores—, saber qué era el aguijón importaba menos que darse cuenta de para qué era. A pesar de las fervientes oraciones de Pablo contra ese aguijón, Dios utilizó la espina para su glorioso propósito. Moldeó y humilló a Pablo para que nosotros pudiéramos saber más de Cristo. Y para que Pablo pudiera regocijarse en su debilidad y expresar el maravilloso gozo del poder del Señor en cada situación.

Tenemos una conexión íntima y para siempre con la Persona más importante e impresionante de toda la eternidad. ¿Por qué perder el tiempo tratando de que los demás nos vean bien, sabiendo que eso no funciona? ¿Por qué preocuparnos si podemos tener el poder, la autoridad y el sereno contentamiento de Cristo como compañeros en nuestras debilidades, aflicciones y dificultades?

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