Donde más aprendemos de Dios no es en la cima, sino en el valle… En el valle de lágrimas, donde hay dolor y soledad, al sentirnos solos, ¿qué hago?, vuelvo a Dios… Aprendemos de su presencia en el dolor. Aprendemos de su amor en nuestra pérdida. Aprendemos de su paciencia con nosotros cuando nos hemos quejado. Aprendemos de su benignidad cuando nos ponemos difíciles… Cuando estamos en el valle no podemos controlar, así que descubrimos su protección, su provisión, su amor y su bondad. Aprendemos sus caminos: cómo actúa, cómo atiende nuestras necesidades y deseos. Él quiere que tengamos una imagen más clara de Él.
—Charles F. Stanley, “Nuestras experiencias en el valle de lágrimas”.

Las experiencias en la cima de la montaña tienen su valor en nuestra vida. Nos permiten mirar atrás y ver cómo Dios estuvo con nosotros durante todo el camino, incluso en los momentos en los que menos lo sentimos. Sirven como un recordatorio de que el Señor restaura y reconstruye lo que fue abatido por la tristeza y el dolor.
Durante las pruebas y la aflicción, es fácil olvidar que la mano de Dios siempre está obrando, incluso cuando las cosas parecen imposibles. En los valles, podemos dudar e incluso cuestionar nuestra fe. Es en esos momentos de desesperación cuando debemos confiar del todo en el Padre celestial, y no en nuestro talento y habilidades. Es cuando tenemos que reconocer que no tenemos el control.
Recuerdo con exactitud los momentos oscuros de mi vida, y no solo los intensos sentimientos de soledad o desesperación, sino también las súplicas a Dios para que mejorara las cosas. Recuerdo la ira que sentía cuando esas oraciones quedaban sin respuesta. Mis dudas se intensificaron, pero al final sirvieron para ayudar a fortalecer la fe de la que ya no estaba tan seguro. A medida que la confusión se disipaba y mis ojos llorosos se volvían cada vez menos borrosos, pude entonces concentrarme en la experiencia.
Es en estos momentos de desesperación cuando debemos confiar del todo en Dios, y no en nuestro talento y habilidades. Es cuando tenemos que reconocer que no tenemos el control.
Lo que somos ahora —todas las formas en las que hemos crecido y cómo nos hemos convertido en seres humanos más sabios y plenos en Cristo— llegó a ser de hecho gracias a esas pruebas, no a pesar de ellas. Es cuando estamos en nuestro punto más débil cuando Dios se nos revela y nos acerca a su gloria.