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Señor, ¿qué quieres decir con “no”?

No siempre conseguimos lo que queremos, y eso es bueno.

Sandy Feit 20 de enero de 2022

¿Alguna vez le ha suplicado por largo tiempo a Dios, solo para enfrentar el desencanto de su silencio? La oración sin respuesta puede ser frustrante, desconcertante e incluso enloquecedora. Ahora bien, no es un hecho raro, ni tampoco algo que los creyentes encuentren fácil de entender. Basta con preguntarles eso a María y a Marta.

Ilustración por Adam Cruft

Las hermanas sabían quién era Jesús y de qué era Él capaz. Además, era un querido amigo de su familia. Por eso, cuando Lázaro cayó enfermo, ellas esperaban con toda lógica que el Señor viniera pronto a sanarlo. Es doloroso imaginar que la esperanza de las mujeres se evaporara al darse cuenta de que el lecho de enfermo de su hermano era, en realidad, su lecho de muerte.

Es doloroso imaginar que la esperanza de las mujeres se evaporara al darse cuenta de que el lecho de enfermo de su hermano era, en realidad, su lecho de muerte.

Pero piense en lo diferente que fue su perspectiva solo cuatro días después, con el descubrimiento de que resucitar a Lázaro había sido el propósito del Señor Jesús desde el principio, y no un plan B para rectificar el desafortunado momento. (Véanse Juan 11.4; Juan 11.6) Para dar a María y Marta el milagro mucho mayor, el Señor tuvo que frustrar primero sus esperanzas de un milagro menor.
En su sermón “Cómo aprender a vivir con frustraciones”, el Dr. Stanley lo explica de esta manera: “Cuando usted y yo oramos, y Dios dice “sí”, nos regocijamos en Él y seguimos adelante. Cuando Él dice “no” o “ahora no”, eso nos causa frustración. Dios permite ciertas frustraciones en nuestra vida para nuestra maduración espiritual, o para lograr algo que está por completo más allá de nuestro entendimiento”.
En otro sermón titulado “Esperemos el tiempo de Dios“, el Dr. Stanley dice que el tiempo divino, aunque es perfecto, puede ser muy diferente de nuestros deseos o expectativas, porque “a menudo Dios demora lo que creemos que necesitamos, para darnos algo mejor de lo que planificamos”. María y Marta sin duda podrían haber atestiguado eso, y yo también. Ha habido ciertas cosas esenciales que le rogué a Dios que supliera, y urgencias que mi corazón maternal le imploró que atendiera —peticiones que se encontraron con un silencio desconcertante. Yo no tenía forma de saber que al final me sería dada una sorpresa, cubierta de huellas divinas. 

Para dar a María y Marta el milagro mucho mayor, el Señor tuvo que frustrar primero sus esperanzas de un milagro menor.

Por ejemplo, después de catorce exasperantes meses de búsqueda, al fin y al cabo encontramos la casa que cumplía con nuestros criterios muy específicos, solo para descubrir minutos más tarde que la casa había sido puesta bajo contrato tres horas antes. Desconcertado porque el lugar tan adecuado que se nos muestra a la vez se nos niega, mi esposo lamentándose le exclama al agente de bienes raíces: “¡Pero esa es la casa que Dios quiere que tengamos!” Su atrevida declaración me preocupó, ya que admitir que Dios nos había decepcionado, no parecía una buena forma de dar testimonio de Él.

Pero estábamos a punto de aprender que incluso un contrato ya firmado no es un obstáculo para el Señor. Mi marido insistió en hacer una oferta de respaldo a pesar de que nuestra agente nos advirtió que ella nunca había visto funcionar esa táctica. Durante las dos semanas siguientes, una serie de circunstancias inusuales convencieron al comprador de que diera marcha atrás, y nosotros firmamos un acuerdo de compraventa solo tres días antes de que él quisiera volver a entrar en la compra. Nuestra agente inmobiliaria se quedó atónita. Después del cierre, recibimos una nota diciendo que para ese momento ella había estado luchando a nivel espiritual, y que el Señor utilizó nuestra peculiar transacción y la fe confiada de mi marido para aumentar la de ella. En nuestras mentes, ser bendecidos con la casa perfecta había parecido que todo se había debido a nosotros; a veces olvidamos lo multidireccionales que pueden ser las bendiciones divinas. Y la posdata de la historia es que, durante los últimos dieciocho años, Dios ha confirmado una y otra vez –a través de las relaciones con el vecindario y las formas específicas en las que esta casa era adecuada para sus propósitos–que ella era, en efecto, la casa que Él quería que tuviéramos.

En nuestras mentes, ser bendecidos con la casa perfecta había parecido que todo se había debido a nosotros; a veces olvidamos lo multidireccionales que pueden ser las bendiciones divinas.

Eso es algo menor, sin embargo, en comparación con lo que sucedió la primera vez que traté de orar. Todavía no conocía al Señor, pero cuando nuestro segundo hijo —un bebé prematuro por cuatro semanas– dio un giro y estuvo en estado crítico, pedí ayuda al Dios que esperaba que estuviera allí fuera. La muerte del bebé fue su desgarrador “no”, un silencio ensordecedor para alguien que buscaba con desesperación una prueba de que Él existía. Pero el Señor tenía en mente un tipo diferente de sanidad. Más tarde descubrí que lo que yo había interpretado como inexistencia divina era, en realidad, un Dios muy personal y amoroso que durante años había estado alineando personas y situaciones para que mi familia pudiera conocerle en realidad a través de esta crisis. A pesar de lo trágico de la pérdida, la esperanza frustrada obró un milagro de manera incalculable mayor: La muy breve vida terrenal de nuestro hijo nos condujo a la vida eterna.

Así que no, no disfruto de los silencios de Dios. Pero su manera de actuar, tanto en las Sagradas Escrituras como en mi vida, me está ayudando a replantearme las frustraciones. Al ver cómo su “no” ha conducido a un milagro mayor o ha bendecido a más personas, puedo abrigar la esperanza de que cualquier pausa futura también servirá a sus buenos propósitos. Tal vez, como fue el caso de José, una demora permita adquirir la experiencia o la preparación necesarias para una tarea que Dios tiene en mente. (Véanse Génesis 39.1-23; Génesis 41.38-49) O quizás lo que le pedimos no está disponible todavía. ¿Podría ser que hasta que llegue el momento adecuado, nuestro ardiente deseo sea el espacio reservado para Dios, impidiendo que nos conformemos con menos de lo que Él quiere dar?

Es posible que nunca entendamos del todo las razones de nuestro Padre para decir “no” a sus hijos. Pero las frustraciones se hacen más llevaderas cuando creemos que Él sabe lo que está haciendo, y que lo hace por amor.

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