A menudo hablamos de nuestra relación con el Señor Jesús como “un caminar”. Desde las primeras páginas del Antiguo Testamento, donde “Enoc caminó con Dios” (Génesis 5.24), hasta Efesios, donde Pablo insta a los creyentes a “andar como es digno de la vocación” (Efesios 4.1), la metáfora nos da una pista sobre la naturaleza de la fe en Cristo como una experiencia de primera mano.

En nuestra ajetreada vida moderna, caminar es en su mayor parte una actividad, mientras que en los tiempos bíblicos era el principal medio de transporte, algo que la gente hacía por necesidad. Reconocer esta diferencia nos da una idea más rica de lo que significa caminar con Dios.
La Judea del primer siglo tenía una cultura pedestre. Aunque de vez en cuando se utilizaban asnos para transportar provisiones, y los ricos viajaban a veces a caballo o en carruajes, la mayoría de la gente andaba a pie. Y si bien esta restricción en cuanto al transporte con toda seguridad habría limitado la distancia que viajaban las personas, el territorio que cubrían seguía siendo bastante amplio. Por ejemplo, según los relatos bíblicos del ministerio del Señor Jesús, sus viajes abarcaban al menos 80 kilómetros de este a oeste, y 241 kilómetros de norte a sur. Él habría recorrido más de 24000 kilómetros durante su vida.
Según los relatos bíblicos del ministerio del Señor Jesús, sus viajes abarcaban al menos 80 kilómetros de este a oeste, y 241 kilómetros de norte a sur. Él habría recorrido más de 24000 kilómetros durante su vida.
En comparación con la distancia total que un adulto estadounidense promedio recorre a pie, 24000 kilómetros no es mucho. La mayoría de las personas caminan un promedio de tres kilómetros por día, lo que equivale a 1095 kilómetros al año, o 36135 kilómetros en 33 años, los de la vida del Señor Jesús. Pero en nuestra cultura centrada en el automóvil, acumulamos kilómetros dando pasos en el supermercado, llevando al perro a dar un paseo o corriendo sobre una cinta caminadora. Cuando el Señor Jesús caminaba, Él iba a lugares.
La gente del primer siglo no solo recorría mucho terreno, sino que también pasaba mucho tiempo haciéndolo. En el Nuevo Testamento, encontramos personas yendo a pie a comprar, trabajar y recoger provisiones. Caminaban para visitar a amigos o familiares. Iban a la sinagoga y a otras fiestas y reuniones religiosas. Caminaban en parejas o en grupos por seguridad en sus desplazamientos, pero también pasaban el tiempo conversando, enseñándose unos a otros e incluso cantando. Caminar no se trataba solo de llegar a un lugar, sino que la vida tenía lugar en el camino.
Para la gente del primer siglo, caminar no se trataba solo de llegar a un lugar, sino que la vida tenía lugar en el camino.
Es lo mismo con nuestra experiencia de fe. Seguir al Señor Jesús es, sin duda, “bueno para nosotros”, como lo es caminar para hacer ejercicio, pero no se trata simplemente de contar los pasos y marcar otro punto en la lista de las tareas por hacer. El Señor quiere que nuestra relación con Él sea una parte integral de nuestra vida. Quiere que le demos la bienvenida dondequiera que vayamos.
Como dice el Dr. Stanley en su sermón: “¿Está usted caminando con Dios?”, caminar con el Señor “significa mantenerlo en el centro de todo lo que hacemos, decimos y pensamos, en nuestras relaciones, finanzas, planes y en cada área de nuestra vida. Esa es la forma más sabia de caminar”.