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¿Quién necesita paciencia?

La capacidad de esperar es una disciplina espiritual esencial.

Charles F. Stanley 1 de agosto de 2020

¿Recuerda una vieja calcomanía que decía: “¡Ten paciencia! Dios todavía no ha terminado conmigo”? La idea es, sin duda, humorística, pero también revela algo en cuanto a las expectativas humanas. Observe cómo no exige nada al conductor del vehículo, sino que transfiere sutilmente la responsabilidad de la paciencia a la persona que le sigue. La paciencia es algo que todos queremos de los demás, pero que con toda probabilidad no deseamos para nosotros mismos, porque, para ser sinceros, no nos gusta esperar o ser incomodados, sobre todo en un mundo que espera la gratificación instantánea.

La paciencia es la capacidad de tolerar retrasos, soportar dificultades o mostrar tolerancia a los demás. Este rasgo no es algo con lo que nacemos o recibimos al instante en el momento de la salvación. Más bien, se desarrolla con el tiempo con la gracia de Dios y nuestra cooperación. La paciencia es una forma de demostrar el amor del Señor a los demás, y sin ella, nunca nos convertiremos en los pacificadores a los que el Señor Jesús hace referencia en las Bienaventuranzas (Mateo 5.9). Si exigimos con impaciencia que todos hagan lo que queremos y cuando lo queremos, el resultado será siempre un conflicto.

Lamentablemente, la impaciencia se considera un “pecado aceptable” porque no es tan grave como otros. Pero a los ojos de Dios, necesitamos deshacernos de este y de todo pecado en nosotros. La impaciencia, por lo general, sale a la superficie cuando encontramos problemas, dificultades o desacuerdos. Luego, emociones negativas como la frustración, la ansiedad o la ira toman el control. El resultado es confusión interna, palabras precipitadas y decisiones imprudentes, pero una de las consecuencias más dañinas de la impaciencia es el daño que causa a otras personas. Puede destruir matrimonios, alejar a amigos y familiares, y causar división en las iglesias.

Para llegar a la raíz de nuestra impaciencia, debemos reconocer el egocentrismo de lo que las Sagradas Escrituras llaman nuestra “carne” (Efesios 2.3). A menudo pensamos que nuestros derechos y nuestros deseos son más importantes que los de los demás. Como resultado, nos frustramos cuando las cosas no salen como queremos. A veces incluso justificamos nuestra impaciencia diciendo que Dios nos hizo así, pero en realidad, es solo una de las formas en que el pecado nos ha corrompido. Estas actitudes pecaminosas deben ser reemplazadas por los principios bíblicos que promueven la paciencia en nuestras vidas. A veces, los cristianos piensan equivocadamente que su salvación pasada es lo único que importa, pero el propósito del Señor para la salvación también incluye la santificación o santidad. Esto es lo que el Señor Jesús quiso decir cuando expresó: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5.8). El propósito del Señor es conformarnos a la imagen de su Hijo (Ro 8.29).

La paciencia no es algo con lo que nacemos o recibimos al instante en el momento de la salvación. Más bien, se desarrolla con el tiempo con la gracia de Dios y nuestra cooperación.

El fundamento de la paciencia es un entendimiento preciso del proceso de santificación del Señor. Aunque esta transformación es obra de Él, los creyentes no son pasivos en el proceso. Pablo lo expresó de esta manera: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2.12, 13). No estaba abogando porque trabajemos para conseguir la salvación, sino que nos esforcemos por crecer en santidad, sabiendo que eso complace al Padre celestial, y que su poder actuando en nosotros la produce.

 

NUESTRA NECESIDAD DE PACIENCIA

Necesitamos practicar la paciencia en tres aspectos:

  • Con nosotros mismos. Cuando nos parezca que estamos progresando poco en el crecimiento espiritual, debemos recordar que la obra de santificación de Dios es un proceso largo y lento. Debemos ser pacientes, sabiendo esto: “El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1.6).

  • Cuando nos enfocamos en cómo deben cambiar las otras personas, nos volvemos ciegos a nuestra propia necesidad de tener un corazón transformado.

  • Con los demás. Nuestras actitudes y conductas hacia las personas deben reflejar las del Señor, que ha sido muy paciente con nosotros (2 Pedro 3.9). En la Biblia, la paciencia significa longanimidad, pero muy a menudo nos exasperamos con aquellos que no creen o actúan como nosotros deseamos. Cuando nos enfocamos en cómo deben cambiar las otras personas, nos volvemos ciegos a nuestra propia necesidad de tener un corazón transformado que ame a los demás con paciencia, amabilidad, humildad, desprendimiento y perseverancia (1 Corintios 13.4-7).

  • Con Dios. Toda impaciencia con las personas o las circunstancias está dirigida en última instancia al Altísimo, que es soberano sobre todas las cosas (Salmo 103.19). En vez de confiar en sus buenos propósitos y en su tiempo perfecto, nos enojamos si Él no responde a nuestras oraciones o no cambia nuestras circunstancias. En realidad, estamos encontrando fallas en el Señor y juzgándolo según nuestros estándares.

 

COMO DESARROLLAR PACIENCIA

Consideremos, a continuación, cómo podemos cultivar la paciencia. Debemos…

  • Orar por ella. Puesto que la paciencia es un aspecto del fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5.22, 23), podemos pedirla con confianza al Señor, sabiendo que Él responde las oraciones que están de acuerdo con su voluntad (1 Juan 5.14, 15). Sin embargo, si ignoramos o nos resistimos a la obra del Espíritu en nuestra vida, nuestras peticiones no tienen sentido. La paciencia es el fruto que produce el Espíritu Santo cuando nos sometemos a Él y permitimos que la Palabra de Dios cambie nuestra mente, emociones y voluntad.

  • Pensar bíblicamente. Dios usa las dificultades para desarrollar la paciencia en nosotros. Por eso Santiago dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1.2-4). Aunque las dificultades no son motivo de gozo en sí mismas, aun podemos alegrarnos porque el Señor las usa en nuestra vida para producir algo bueno. En vez de quejarnos o sentir lástima por nosotros mismos, debemos aprender a mirar nuestras pruebas desde la perspectiva del Padre celestial, sabiendo que así es como Él nos hace más parecidos a su Hijo.
  • La paciencia es el fruto que produce el Espíritu Santo cuando nos sometemos a Él y permitimos que la Palabra de Dios cambie nuestra mente, emociones y voluntad.

  • Aceptar la responsabilidad. Nadie se vuelve paciente sin proponérselo. Si no pensamos en nuestra vida espiritual y no hacemos ningún esfuerzo por crecer, seremos gobernados por nuestras circunstancias en vez de Cristo. No obstante, aunque somos responsables de desarrollar la paciencia, nunca estamos solos en nuestros esfuerzos, ya que el Espíritu Santo mora en nosotros y nos da el poder para lograrlo. La gracia del Señor que nos salva, también nos enseña a rechazar los hábitos pecaminosos y a vivir santamente (Tito 2.11, 12).

Ser paciente es un acto de fe. ¿Cree usted que Dios es soberano? ¿Cree que puede confiar en que Él utilizará circunstancias y a personas difíciles para hacerle más como Cristo? Si es así, los atributos y los caminos del Señor se han convertido en algo más que meras verdades teológicas para usted. Son el fundamento de su paciencia, y por ello, cada prueba que enfrente se convertirá en una oportunidad para confiar en el Señor y esperar pacientemente en Él.

 

REFLEXIONE

Una de las tareas más difíciles para un creyente es la abnegación, pero eso es justo lo que requiere la paciencia. Usted debe considerar los intereses de los demás como más importantes que los suyos, y dejar de lado sus derechos. Esto se aplica no solo a las personas sino también a su relación con el Señor. ¿Cree que los propósitos y la voluntad de Él para su vida son más importantes que los planes, sueños y expectativas que usted tiene? ¿Está dispuesto a dejarlos a un lado para echar mano de lo que Él tiene para usted, incluso si eso viene en forma de una prueba?

¿Qué hay de sus relaciones con los demás? ¿Deja que su irritación se deje ver de inmediato? Santiago nos recuerda que cada uno de nosotros debe ser “pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1.19, 20 LBLA). Cualquiera puede actuar de una manera desagradable, pero los creyentes tienen el privilegio y el poder de comportarse a la manera de Cristo.

Una de las tareas más difíciles para un creyente es la abnegación, pero eso es justo lo que requiere la paciencia.

La paciencia comienza con la manera de pensar. Cuando sus pensamientos están anclados en las Sagradas Escrituras, encontrará que es más paciente con los demás y que está dispuesto a soportar las dificultades que una vez le causaron frustración o enojo. En lugar de quejarse a Dios por su situación, le dará gracias y le alabará por sus sabias y amorosas decisiones.

 

ORE

Padre celestial, te pido que me llenes con el conocimiento de tu voluntad en toda sabiduría y entendimiento espiritual, para que pueda vivir de una manera digna de ti. Mi deseo es agradarte, dar fruto en todo lo que haga, y crecer en tu conocimiento. Fortaléceme, por favor, con tu poder para que pueda mantenerme firme y ser paciente. Gracias por salvarme y trasladarme al reino de tu amado Hijo. Amén.

 

MEDITE

 

PÓNGALO EN PRÁCTICA

La paciencia requiere tiempo y energía para desarrollarse, pero usted puede comenzar a sembrar semillas hoy mismo que le llevarán a tener una cosecha abundante. Tome lo que sabe que es verdad acerca de Dios y su Palabra, y aplíquelo a cada situación de su vida. Comience a ver sus dificultades como oportunidades para practicar la paciencia. Pídale al Padre celestial que las use para hacerle más como su Hijo. Cuando algunas personas le irriten o se interpongan en tus planes, dé gracias al Señor por traerlas a su vida y usarlas para transformarle.

 

Ilustración de Adam Cruft

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