Los seres humanos hoy en día somos azotados por un problema antiguo: para decirlo con sutileza, se nos dificulta llevarnos bien. Por eso no faltan guerras, conflictos, discusiones y peleas en el mundo entero. Aunque podríamos esperar que este no sea el caso entre los cristianos, la triste realidad es que las iglesias experimentan desacuerdos y divisiones, y lo han hecho desde el principio.
La primera iglesia que pastoreé estaba situada en una zona montañosa de Carolina del Norte, donde vivían personas de varios clanes. La animosidad entre ellas era tan grande que casi todos los años se producía una muerte relacionada con el clan. Pronto me di cuenta de que algunos hogares eran receptivos a mis visitas, mientras que otros no. Sabía que mis esfuerzos nunca serían suficientes para reparar las relaciones rotas.
Fotografía e Ilustración por Patrick White
Incluso en la iglesia, los miembros de los diversos clanes se separaban sentándose en partes diferentes, y negándose a tener nada que ver unos con otros. Una sola cosa los uniría. En vez de abordar sus problemas de manera directa desde el púlpito, comencé a predicar la Biblia semana tras semana, y la situación comenzó a cambiar poco a poco. Los que se rechazaban, comenzaron a reunirse y a conversar.
Sus divisiones no eran por asuntos bíblicos, sino por cuestiones insignificantes. Por lo tanto, cuando todas las predicaciones se centraban solo en Cristo y su Palabra, descubrieron su unidad en Él. Después de todo, Jesucristo fue quien los juntó en un solo cuerpo, y era el único que podía mantenerlos unidos.
El problema de la desunión
Mucho antes de que existiera esa pequeña congregación, otra iglesia tuvo luchas con el problema de la desunión —la iglesia de los corintios. No era porque ignoraran la verdad. El apóstol Pablo dio testimonio de ellos como verdaderos creyentes que habían sido enriquecidos en todo a través de Cristo: en gracia, palabra, conocimiento y dones espirituales (1 Corintios 1.4-9). El problema era que su conducta no se ajustaba a su relación con Él.
En casi todas las iglesias del Nuevo Testamento había conflictos, sobre todo por los falsos maestros que trataban de socavar la enseñanza de los apóstoles. Pero el problema que Pablo abordó en la primera parte de su carta a la iglesia en Corinto, fue su desunión basada en las preferencias personales. Esto puede parecer un asunto sin importancia, pero en realidad era evidencia de una mentalidad que Pablo más tarde etiquetó como “carnal” (1 Corintios 3.1-3). En vez de crecer en semejanza a Cristo, los creyentes corintios estaban consumidos por sus propios deseos egocéntricos y pecaminosos. Cuando hay carnalidad en el corazón, habrá corrupción y confusión en la iglesia.
Por consiguiente, Pablo comenzó su exhortación con una súplica: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Corintios 1.10).
Pablo basó su llamado en la autoridad de Jesucristo. Por eso exhortó a los corintios “por el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, que es sinónimo de su autoridad sobre su Iglesia. Solo Él es la base de nuestra unidad, porque el Señor nos ha colocado en su Cuerpo, la Iglesia, de la cual Él es la cabeza. Por lo tanto, cuando declaramos que Jesucristo es nuestro Señor, esto implica nuestra sumisión mutua pactada a su gobierno sobre nosotros, tanto de manera individual como colectiva.
El objetivo es la unidad. Puesto que los creyentes de Corinto eran todos uno en Cristo, no tenían motivos legítimos para dividirse en facciones, pero justo eso era lo que estaban haciendo. Habían sacrificado la unión por las preferencias personales con respecto a los maestros. Algunos preferían a Pablo, otros favorecían a Apolos o Pedro, mientras que otro grupo afirmaba seguir solo a Cristo (1 Corintios 1.11, 12). El Cuerpo de Cristo no puede ser segmentado, ni tampoco puede ser parcelado como si su persona y su obra vinieran en paquetes diferentes.
Por lo tanto, Pablo les dijo que todos debían ser de “un mismo parecer” (1 Corintios 1.10). La palabra griega es legēte, que significa “decir lo mismo”. Esto no significaba que debían estar de acuerdo en cada asunto menor; pero, como congregación, era importante que estuvieran de acuerdo con las doctrinas bíblicas esenciales, con el Señorío de Cristo en sus vidas y comunidad, y con el mensaje y la misión de Cristo para su Iglesia.
Pablo les dice, también, “que no haya divisiones entre vosotros” (1 Corintios 1.10). La palabra griega es schisma, que significa “rasgadura o desgarrón en una prenda de vestir” o “distanciamiento y separación de las personas”. Para comprender la gravedad de este problema, considere cómo las siguientes palabras griegas demuestran la trágica ruptura de una congregación o de cualquier relación:
Stasis: “Un fuerte desacuerdo” (Hechos 15.2). Este es el término usado para describir la controversia entre Pablo y Bernabé sobre si llevar o no a Marcos con ellos en un viaje misionero.
Dichostasia: “Una separación” (Gálatas 5.20). El desacuerdo puede llevar a una separación entre las dos partes, y este tipo de animosidad en la iglesia está enumerada entre las obras de la carne.
Hairesis: “Una elección u opción” o “una secta” (Hechos 24.5). En este punto, hay una desunión en la cual la separación se establece de manera firme. En la actualidad, esto se referiría a una división de la iglesia o a un divorcio. (Es interesante notar que este término griego es también la raíz de la palabra “herejía”).
Los corintios se encontraban en la peligrosa tercera etapa de la división. Quizás comenzó de la misma manera que hoy, con un desacuerdo entre dos miembros. En vez de trabajar para solucionar el problema, las personas comienzan a evitarse entre sí. Al final, pueden comenzar a reunir a otros para conseguir apoyo en su desacuerdo. En poco tiempo, los dos grupos están tan afincados en sus posiciones, que ninguno de los dos cederá en el asunto, y la iglesia está en peligro.
Pablo quería que los corintios estuvieran “perfectamente unidos” en vez de separados. La palabra griega es katartizó, que significa “arreglar o reparar, restaurar o corregir”. Esta palabra se refiere a la reparación de redes en Mateo 4.21, y en el ámbito médico se utiliza para describir la unión de huesos fracturados o la reparación de una articulación dislocada.
La desunión en una iglesia no solo es dolorosa para los miembros; también deshonra a Cristo Jesús, la cabeza, y arruina el testimonio de esa congregación. Aunque el mundo está lleno de conflictos y animosidad, esto nunca debe ser una característica del Cuerpo de Cristo. A medida que cada uno de nosotros se someta a su autoridad y se conforme a su semejanza, encontraremos nuestra unidad en Él, nuestra fuente perfecta.