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¿Por qué es tan difícil ser un seguidor?

Sabemos que el Señor Jesús es digno de confianza, pero nos resistimos a su dirección.

Matt Woodley 26 de abril de 2023

Tenemos un problema de autoridad. Es un problema en los Estados Unidos y también mundial. En particular, no confiamos en los líderes y las instituciones que debieran y pudieran potenciar el florecimiento humano.

Ilustración por Adam Cruft

Esa es la conclusión del Barómetro Edelman de la Confianza, una encuesta anual de más de 36.000 personas en 28 países. Según el informe de 2022, “El mundo no está logrando enfrentar los desafíos sin precedentes de nuestro tiempo, porque está atrapado en un círculo vicioso de desconfianza”. Alrededor de dos tercios de los participantes piensan que las figuras de autoridad, como periodistas, políticos y líderes empresariales, mienten de manera descarada. Muchos de nosotros hemos sido engañados, decepcionados y divididos por figuras de autoridad. No es de extrañar que tengamos un problema de autoridad. Como señala el pastor Tim Keller: “La idea fundamental de la modernidad es la anulación de toda autoridad fuera de uno mismo”.

Esta mentalidad es un asunto importante que los creyentes deben resolver, porque el Señor Jesús exige la máxima autoridad sobre nuestras vidas. En Juan capítulo 10, Él dice: “Yo soy el buen pastor” (Juan 10.11). Es una afirmación tierna y reconfortante, pero también significa: “Debo ser la autoridad preeminente en tu vida. Mi voz, mi perspectiva, mi enseñanza y mi dirección deben importarte más que cualquier otro”. 

El Señor nos recuerda luego que su autoridad es deseable y hermosa. En los versículos 17 y 18, dice: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre”.

Muchos de nosotros hemos sido engañados, decepcionados y divididos por figuras de autoridad. 

Durante décadas luché por entender estos dos versículos. ¿Está diciendo el Señor Jesús que Dios el Padre ama a Jesús, Dios el Hijo, porque este hizo algo asombroso al morir en la cruz? ¿No sugiere eso que el amor de Dios es condicional? Dos cosas me ayudaron a entender este pasaje: un bombero de la ciudad Nueva York y Juan 3.16.

Billy Burke se desempeñaba como capitán del autobomba 21. Conocí al hermano de Billy en la iglesia que comencé a pastorear en Long Island en junio de 2001. Tres meses después ocurrió el 9-11. Mientras las llamas y el humo envolvían las dos torres, Billy y su equipo de bomberos entraron en la Torre Norte. Cuando vieron derrumbarse la Torre Sur, Billy llevó de vuelta a su equipo a un lugar seguro, pero luego regresó y entró de nuevo en el edificio para salvar más vidas. Antes de que Billy muriera en las llamas, una de las mujeres que rescató lo oyó decir: “Esto es lo que yo hago”.

El padre de Billy lo amaba antes del 9-11, pero hoy me imagino al padre bombero de Billy diciendo algo así como: “Estoy muy orgulloso de mi hijo. Lo amo porque se metió en un edificio en llamas y dio su vida para salvar a otros. Eso es justo lo que yo haría porque eso es lo que somos. Compartimos el mismo corazón”.

Antes de que Billy muriera en las llamas, una de las mujeres que rescató lo oyó decir: “Esto es lo que yo hago”.

Según Juan 3.16, Dios el Padre, al igual que Dios el Hijo, ama en verdad a este mundo arruinado y pecador. A lo largo del Nuevo Testamento, captamos una visión de este Dios trino, una comunión de tres personas que siempre han vivido en perfecta armonía, derramando amor y honra entre sí y unidos derramando amor a toda la creación. En Juan 10, el Señor Jesús se basa en Juan 3.16, diciendo en realidad: “Como mi Padre, con el Espíritu Santo, me gozo en amar a este mundo que no ama. Me metería en un edificio en llamas por esta gente. Arraigado en nuestro amor compartido, doy mi vida por las ovejas que están bajo mi autoridad. Mi Padre y yo, eso es lo que somos. Él me ama porque daré mi vida por las personas que amamos. Compartimos el mismo amor por este mundo caído”.

Trabajando como un consumado carpintero, el Señor Jesús repara nuestros corazones destrozados y nos muestra la belleza del verdadero liderazgo. Y cualquier otra figura de autoridad acabará decepcionándonos, abandonándonos (porque la humanidad es voluble y mortal), utilizándonos o incluso, a veces, aplastándonos. El Señor Jesús es el único que dice: “¡Mira cuánto te amo! Me hice pecado para cargar con tu pecado. Me hice pobre para hacerte rico. Morí como un esclavo desconocido para que pudieras ser conocido por mi Padre. Ahora escucha mi voz. Entrégalo todo. No te quedes con nada”.

Es lamentable que a menudo nos neguemos a vivir bajo la autoridad del Señor Jesús. Llevamos heridas y temores de figuras de autoridad dañinas y perjudiciales. Pero Él nos hace una cálida invitación: Yo no soy así. Mi autoridad siempre conduce a la vida (Juan 10.10). Así que, vengan a mí todos los que se han fatigado bajo una autoridad defectuosa o dañina, y les daré el verdadero descanso bajo mi amorosa dirección (Mateo 11.28-30).

Una vez que comprendemos la belleza del evangelio, se crea un nuevo “problema de autoridad”: ¡la necesidad de buscar más autoridad del Señor Jesús sobre nuestras vidas!

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