No había planeado comprar comida, pero al leer el informe meteorológico que publicó una amiga en Facebook, sabía que tendría que cambiar mis planes. Una tormenta invernal avanzaba amenazadoramente hacia nuestra región, presagiando que pasaría a la historia. Mentalmente, comencé a reorganizar mi agenda: iría de compras el jueves para evitar los estantes vacíos y las largas colas; y me mantendría cerca de casa el viernes, en caso de que las escuelas despacharan temprano a los estudiantes o suspendieran las clases. Mi esposo, que es pastor, tenía un funeral el sábado, pero la tormenta también cambiaría eso.
“¡Cariño, ven acá!, le dije a mi esposo. ¿Has visto esto?”.
Empezó a leer por encima de mi hombro. “Esto no puede ser verdad”, dijo, sacudiendo la cabeza. Mi esposo, algo aficionado del clima, se enorgullece de seguir de cerca el pronóstico del tiempo, pero no había visto venir esa tormenta. Alcanzó el teclado de la computadora, y desplazó el cursor a la parte superior de la página: “¿Viste la fecha?”
La advertencia de tormenta tenía un año de antigüedad.
MALAS NOTICIAS
Hace una década, la posibilidad de que cambiara repentinamente mis planes debido a un pronóstico meteorológico viejo, era casi nula. Pero en esta era digital, estamos a solo un clic de informaciones falsas, engañosas y simplemente caducas. Añadamos a esto el hecho de que nuestra sociedad está perdiendo rápidamente la capacidad de distinguir entre las fuentes legítimas y las no confiables, y el problema se vuelve aun más desconcertante. En muchos sentidos, vivimos en un mundo posfactual, y del cual nos previnieron los apologistas; una época definida por el Oxford English Dictionary como un mundo en el que “los hechos objetivos tienen menos influencia en la formación de la opinión pública, que los llamados a las emociones y a las creencias personales”.
Dado nuestro acceso sin precedentes a la información (tanto cierta como falsa), también necesitamos sabiduría sin precedentes para procesarla y filtrarla. Como seguidores de un Salvador quien se describe como la Verdad, los cristianos deben convertirse en personas de discernimiento, personas que lo examinen todo y retengan lo bueno (cp. 1 Tesalonicenses 5.21). Pero esto no está exento de dificultades.
LOS DESAFÍOS
Por lo general, malinterpretamos lo que es el discernimiento, pensando que se trata de un “sexto sentido” o de una corazonada que entra en acción cuando nos topamos con información falsa. El problema con esto es algo que los investigadores llaman sesgo de confirmación, un término que describe nuestra tendencia humana a procesar la información de maneras que confirmen las opiniones que ya tenemos.
Pero esto plantea un segundo desafío. En vez de confiar en la corazonada, podemos errar en el extremo opuesto, pensando: Si tan solo investigamos lo suficiente, si tan solo encontramos ese memorándum filtrado, si tan solo ponemos al descubierto el significado oculto en el texto que nadie más puede ver; entonces sabremos la verdad. Sin embargo, este método puede también desviarnos, especialmente si surge del orgullo.
Hay una emoción en ser el único en saber algo. Pero esta es también la razón por la que los falsos maestros tan a menudo diseminan ideas “secretas”: Nos atraen con la promesa de que podemos saber lo que otros no saben.
Un tercer desafío para desarrollar discernimiento es el exceso de confianza en nuestra capacidad de tomar buenas decisiones. Una vez que hayamos confirmado los hechos, debemos preguntarnos: ¿Qué significan estos hechos? ¿Qué debo hacer con ellos? Pero, de nuevo, el orgullo nos asegura rápidamente que no necesitamos escuchar a nadie más. Irónicamente, la confianza en nuestra capacidad de tomar decisiones acertadas nos lleva a tomar malas decisiones, porque no buscamos la ayuda de otras personas. O, como dice Proverbios 12.15: “El camino del necio es derecho en su opinión; mas el que obedece al consejo es sabio”.
Desarrollar discernimiento no significa que dejaremos de cometer errores. Pero sí significa que cuando lo hagamos, lo reconoceremos y buscaremos recibir con prontitud corrección de aquellos que han mirado la fecha del informe meteorológico. Y, en última instancia, es esta actitud de humildad —no la excesiva seguridad en uno mismo— la que abre nuestros ojos a la verdad. Nos hace más parecidos a nuestro Salvador quien es la Verdad en sí mismo.