¿Alguna vez, en el léxico de su familia, se han “quedado” frases inventadas, tal vez la encantadora pronunciación incorrecta de un niño pequeño o un apodo que comenzó como una broma privada? Bueno, no estoy segura de que haya que dar crédito a la avalancha de noticias desalentadoras o a los desafíos de la edad avanzada, pero este es el modismo inventado en mi casa que más se ha usado en los últimos tiempos: “Estoy bebiendo de la taza que sea”.
Es la abreviación de: “renuncio a la falsa ilusión de tener el control y, en cambio, me rindo al plan de Dios”, que se originó de mi taza de cerámica favorita, la que deseché después de notar una gran astilla sobre la única palabra que la adornaba: “Lo que sea”. La misma taza que rescaté de la basura momentos después, cuando me di cuenta de que se había convertido en un símbolo apropiado de su propio mensaje.
En las últimas semanas de su enfermedad, Elliot aceptó más los reveses y decepciones médicas, que el resto de nosotros.
Con el tiempo, esa taza adquirió un significado adicional, como tributo a mi difunto esposo. En las últimas semanas de su enfermedad, Elliot aceptó más los reveses y decepciones médicas, que el resto de nosotros. Con cada nueva frustración, nuestros hijos y yo nos irritábamos por las molestias y los inconvenientes innecesarios que estaba experimentando Elliot. Pero él, para sorpresa nuestra, se lo tomaba todo con calma. Incluso desarrolló un movimiento giratorio de la mano —el “lo que sea” de papá, lo llamábamos así— como una manera de animarnos a nosotros a seguir, también, la desagradable secuencia.
Ese pequeño gesto, medio divertido, hablaba en voz alta del confiado sometimiento de Elliot al plan de Dios, y el efecto fue contagioso. Es decir, si el propio paciente podía descartar cada contratiempo con un gesto de la mano, ¿no debería el resto de la familia al menos intentarlo? Así que el “lo que sea” de Elliot quedó incorporado también a nuestro vocabulario, y les aseguro que fue de enseñanza. Poco a poco, descubrimos que, al igual que Elliot, éramos más capaces de navegar mejor por las aguas cada vez más agitadas. No es que nos gustara o aprobáramos nada relacionado con el cáncer, el dolor o la pena que se nos venía encima. Pero, de alguna manera, fue útil reconocer que los asuntos estaban más allá de nuestro control. Por un lado, supongo que puede haber servido de testimonio a los demás. Pero, más en concreto, a nosotros mismos se nos recordó que debemos confiar en Dios para todo, incluso en las pérdidas catastróficas.
La aceptación no cambia las circunstancias, pero es un enfoque mucho más saludable que la resistencia.
La aceptación no cambia las circunstancias, pero es un enfoque mucho más saludable que la resistencia, que en realidad puede intensificar nuestra experiencia de dolor. Una vez oí comparar el duelo con estar de pie hasta la cintura en el océano mientras se acerca una ola de dos metros y medio. Aunque el instinto nos dice que nos preparemos para el impacto, plantar un pie en la arena aumenta la posibilidad de que se nos rompa una pierna. La otra opción es no hacer nada y ser golpeado por la ola. Es posible que sintamos que no tenemos el control, pero es menos probable que suframos lesiones graves. La aceptación es una forma de no hacer nada, de caer con confianza en los brazos de nuestro Padre amoroso, omnisciente y todopoderoso. Aunque no es siempre una situación cómoda, sin duda es la más segura.
En cualquier circunstancia que nos encontremos, hay una “paz que sobrepasa todo entendimiento”.
Pero “lo que sea” es más que una simple actitud útil durante las pruebas. También es una herramienta para conseguir la paz que anhelamos en esos momentos inquietantes, es decir, “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4.7). De hecho, notemos que la palabra que se repite en el versículo que sigue es Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4.8, énfasis añadido). El Dr. Stanley cuando habla de la ansiedad, explica lo siguiente:
El pueblo de Dios debe pensar en las cosas que sean justas, buenas, santas, verdaderas, sanas, honorables y agradables, la clase de cosas que el Señor Jesús pensaría, hablaría y consideraría. Porque la verdad es que si no oro bien, no pensaré bien. Y si no pienso bien, no voy a orar bien. Ambas cosas no pueden separarse.
Así que tenemos que hacernos la pregunta: Si realmente queremos paz y contentamiento en nuestra vida, ¿significa eso que no habrá problemas? No. ¿Significa que no habrá aflicciones? ¿Significa que usted no sufrirá? No, no significa nada de eso. Solo significa esto: que en cualquier circunstancia que nos encontremos, hay una paz que sobrepasa todo entendimiento.
¿Entendió usted eso? En la circunstancia que sea, hay una paz “que la gente de este mundo no alcanza a comprender” (Filipenses 4.7 TLA). Para usted y para mí. Aquí mismo, ahora mismo, sin importar los hechos actuales, los problemas de salud o la oleada de tormenta que se avecine.