Es el mismo problema una y otra vez: una dificultad grande e inesperada aterriza de emergencia en mi vida, y quedo a la deriva. A veces, es el automóvil que no arranca. Tres, cuatro, cinco veces —he perdido la cuenta— ha sido el agua estancada en el sótano. O una fuga en las tuberías. En esos momentos pienso en el cuidado que Dios tiene de las aves del cielo y los lirios del campo, y en cómo ellos, a los ojos del Padre, no son más importantes que yo. ¡Así que decido no preocuparme por el mañana, porque hoy estoy en una gran crisis!
Pero, hablando en serio, ¿cómo aprende un creyente a ver con los ojos de la fe momentos como estos? Lo que pasa con el aprendizaje, es que este no sucede rápido. Los hechos y la información disponibles por doquier a menudo nos inducen a pensar que el crecimiento puede ser acelerado.
Ni siquiera los discípulos se comportaron como quienes tenían sus circunstancias bajo control. El mismo día en que, de dos en dos, regresaron de predicar, expulsar demonios y sanar a los enfermos —un viaje que hicieron sin pan, dinero o bolsas para guardar donaciones–, el Señor Jesús dijo a los Doce: “¡Denles [a estas más de 5.000 personas hambrientas] algo de comer!”. (Marcos 6.37). Habían estado fuera durante días —semanas tal vez— con solo Dios para conseguir su bienestar. Ninguno pasó hambre ni se quedó sin ropa, y Dios hizo obras poderosas entre ellos. Sin embargo, cuando el Señor les dijo que dieran un paso más de fe, se volvieron hacia la bolsa del dinero y se preguntaron qué hacer.
Ni siquiera los discípulos se comportaron como quienes tenían sus circunstancias bajo control.
Si los discípulos persistieron en la “fe en la bolsa de dinero”, incluso mientras limpiaban sus sandalias junto al Señor Jesús, ¿qué esperanza tenemos nosotros de ver más allá de nuestras deficiencias económicas, emocionales, operativas y relacionales?
Los discípulos habían estado fuera durante días —semanas tal vez— con solo Dios para conseguir su bienestar. Ninguno pasó hambre ni se quedó sin ropa, y Dios hizo obras poderosas entre ellos. Sin embargo, cuando el Señor les dijo que dieran un paso más de fe, recurrieron a la bolsa del dinero y se preguntaron qué hacer.
Desarrollar los ojos de la fe requiere tiempo, preparación y aplicación. En otras palabras, el aprendizaje requiere un estilo de vida en el que entrenamos nuestros ojos espirituales, tanto en la revelación de Dios en las Sagradas Escrituras, como en su presencia continua dentro de nosotros. El Dr. Stanley lo expresó de esta manera:
Hay un cierto conocimiento que solo llega después de un período de quietud y silencio. Si usted quiere conocer a Dios, tiene que estar quieto y callado, y pensar en Dios. Estad quietos, dice Él, y conoced que yo soy Dios. Por la manera en que proceden, algunas personas actúan como si ellas fueran Dios. Por la manera en que responden a otras personas, actúan como si fueran Dios. Por la manera en que temen, actúan como si sus circunstancias estuvieran bajo el control soberano de sus propias vidas. El Señor dice: Estad quietos, callados, y conoced que yo soy Dios. Hay cierto conocimiento que solo se consigue en la quietud.
Tenemos una gran esperanza, en realidad, porque una vida que permanece en Cristo no está vinculada a nuestros recursos, sino que todo está vinculado a Él.
Tenemos una gran esperanza, en realidad, porque una vida que permanece en Cristo no está vinculada a nuestros recursos, sino que todo está vinculado a Él. Él es nuestra paz. No la paz definida con rigor como la ausencia de conflicto, sino como shalom. Es el significado hebreo más rico de la paz, que reconoce la presencia positiva de la bendición del Señor, de su favor, de su placer, de su gracia en todos los aspectos de nuestra vida.
Este shalom permanente no explica con precisión lo que Dios hará en medio de nuestra próxima dificultad, grande e inesperada; pero cuando tomamos su yugo y aprendemos de Él, el Señor nos hace una promesa inquebrantable: “Hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11.29, 30). Para quienes estamos en el redil del Señor, eso significa recostarse en verdes pastos. Y para los discípulos preocupados por alimentar a los 5.000, significaba que Cristo bendijo el pan y los peces, y se los fue dando a sus discípulos para que lo repartieran entre la gente” (Marcos 6.41 DHH).
Dios se deleita en satisfacer nuestras necesidades apremiantes y calmar nuestros temores. Y utiliza nuestras circunstancias para captar nuestra atención y acercarnos a Él. La próxima crisis que usted tenga, es la oportunidad perfecta para sentarse con el Señor Jesús y descansar en Él.