¿Qué opina del silencio? Es una pregunta interesante porque hay momentos en nuestras ajetreadas vidas en los que anhelamos un poco de paz y tranquilidad, pero no podemos decir lo mismo del silencio forzado. Durante un apagón, por ejemplo, todo cesa. El refrigerador deja de zumbar, la radio y la televisión están en silencio, y una vez que las baterías de nuestros teléfonos celulares y computadoras se agotan, empezamos a preguntarnos en qué deberíamos ocuparnos. El hecho de que estos momentos sean tan inquietantes, debería ser un indicador de que quizás haya algo fuera de balance en nuestros corazones y mentes, y que nos hace falta aprender a estar quietos; en otras palabras, dejar de esforzarnos y saber que Dios es Dios. Esta es una parte importante no solo de leer las Sagradas Escrituras, sino también de conocer de manera personal al Señor mediante la oración y la voz de su Espíritu.
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Si el silencio no es algo que le agrade, es hora de reconsiderar sus prioridades y hacerse algunas preguntas: ¿Las actividades que consumen mi tiempo y energía son las que Dios quiere para mí? ¿Necesito más períodos de quietud, descanso y serenidad? ¿Cómo he dejado que la tecnología me robe la paz y la tranquilidad? Y lo más importante, ¿he subestimado mi relación con Dios porque estoy preocupado por cosas de menos importancia?
A veces estamos tan involucrados con las actividades de esta vida terrenal que descuidamos lo más importante: pasar más tiempo de quietud con el Señor en su Palabra y orar. No estoy hablando de leer rápido un capítulo de la Biblia y hacer una pequeña oración en el automóvil en el camino al trabajo, sino de un tiempo prolongado de meditación. (Véase Salmo 119.15, 16.) Las verdades que aprendemos en las Sagradas Escrituras se implantan en nuestras mentes, corazones y prácticas cuando consideramos lo que nos dicen sobre Dios y sus caminos.
Para ayudarnos a entender cómo trabaja el Señor en el silencio y la quietud, consideremos varios ejemplos bíblicos. Moisés creció en la ajetreada casa del faraón egipcio (Éxodo 2.10). Sus días estaban llenos de aprendizaje, y a medida que maduraba, los deberes requeridos de la realeza exigían su atención. Pero cuando tenía unos 40 años, todo cambió. Después de matar a un egipcio en un intento por defender a otro hebreo, Moisés se encontró huyendo como un fugitivo (Éxodo 2.13-15). El silencio del desierto reemplazó todo lo que una vez había ocupado su tiempo y sus energías. A la larga se convirtió en un pastor nómada que solo tenía un rebaño de ovejas como compañía mientras se encontraba en el desierto. Su conocimiento del terreno lo ayudaría a pastorear al rebaño mucho más grande (y más rebelde) de israelitas. Y cuando las condiciones en Egipto eran tal como Dios las deseaba, interrumpió el tranquilo estilo de vida de Moisés con una zarza ardiente, y lo envió de regreso a Egipto para liberar a su pueblo y llevarlo a la tierra prometida (Éxodo 3.1-10).
Si alguna vez nos sentimos desamparados y olvidados por el Señor, debemos recordar que, aunque no podamos ver lo que está haciendo, Él no está ocioso. Dios siempre está trabajando en nuestros corazones y circunstancias para llevar a cabo su voluntad para nuestra vida. Estos tiempos tranquilos de inactividad bien pueden ser la preparación que necesitamos para lo que Él tiene reservado para nosotros en el futuro.
David fue otro pastor que aprendió a conocer y confiar en el Señor en el silencio y el aislamiento. Gran parte de su vida temprana transcurrió solo con las ovejas, y aunque era un rey ungido, se vio forzado a esconderse en el desierto por muchos años (Salmo 78.70-72). Pero no desperdició tiempo. Muchos de los salmos de David fueron escritos durante este período, y nos dan una idea de la profundidad de su relación con el Señor.
La única manera en que llegamos a conocer en verdad a alguien es en privado, y esto también se aplica a nuestra relación con Dios. Las reuniones y los seminarios de la iglesia pueden ampliar nuestro entendimiento del Señor, pero nunca pueden tomar el lugar de la comunión íntima y personal con Él. Necesitamos paz y tranquilidad para procesar lo que dice en su Palabra, para adorarlo y traerle todas nuestras preocupaciones en oración. Como David, descubriremos que estos momentos de quietud con el Señor se convierten en nuestro mayor gozo.
Cuando la vida gira a nuestro alrededor, y nuestro tiempo y energía tienen una gran demanda, es poco probable que percibamos la fidelidad de Dios. Pero si nos tomamos unos minutos para sentarnos en quietud con Él, nos sorprenderá descubrir la frecuencia con la que no hemos dado la debida importancia a su tierno y amoroso cuidado. Tales lecciones rara vez se aprenden a la carrera, pero se hacen evidentes en la contemplación silenciosa y la reflexión.
Nuestro último ejemplo es el apóstol Pablo. Quien era un fariseo devoto cuya vida estaba definida no solo por la ley de Moisés, sino también por un montón de tradiciones hechas por el hombre. Pablo era un experto en las Sagradas Escrituras, pero no reconoció a su Mesías hasta que se encontró con Jesús en el camino de Damasco (Hechos 9.1-6). Después de su conversión, Pablo pasó tres años solo (Gálatas 1.11-18). Durante este tiempo de aislamiento, fue capacitado para convertirse en el mayor defensor y misionero del cristianismo. Aprendió a ver a su Mesías en todo el Antiguo Testamento, y cada situación y experiencia en su vida fue filtrada a través de las verdades de las Sagradas Escrituras. Es por eso que podía regocijarse en las debilidades y estar contento a pesar del dolor, la privación y la persecución (Filipenses 4.10-13).
Esta es una de las muchas bendiciones que recibimos cuando reservamos tiempo para estar a solas con el Señor, orando y leyendo su Palabra. El Espíritu Santo nos enseña la sabiduría, que es la capacidad de ver la vida a través de un lente bíblico. La sabiduría no se aprende frente a un televisor, por medio de las redes sociales, ni en un evento deportivo. Se adquiere en quietud, en nuestro tiempo privado con el Señor, al poner su Palabra en nuestra mente y practicarla en nuestras relaciones y respuestas a diversas situaciones.
Por difícil que sea apartar un tiempo para estar en silenciosa quietud, los beneficios valdrán el sacrificio. Tal vez despertarse media hora antes le vendría bien; o si es usted es un ave nocturna, el momento óptimo podría ser por la noche. Tal vez encontrar un lugar tranquilo para estar solo durante su tiempo del almuerzo sea la mejor opción para su estilo de vida.
El silencio por sí solo no es el objetivo. Después de todo, no buscamos la mera ausencia de ruido, perturbación y actividad. Nuestro propósito es eliminar toda distracción para que podamos enfocar nuestra atención en Dios (Salmo 62.5-7). En vez de invitar al Señor a unirse a nosotros en medio de nuestras actividades diarias, hagamos una pausa y descubramos el gozo, alegría y las bendiciones de la silenciosa quietud con nuestro Padre celestial.