Creo que esperanza es una de las palabras más cargadas de emoción en cualquier idioma. Cuando es pronunciada, lo inalcanzable de repente se vuelve posible, la oscuridad es superada por la luz, y la tristeza se convierte en alegría. Y eso es, ni más ni menos, lo que sucedió cuando unas mujeres llegaron temprano a la tumba del Señor Jesús un domingo por la mañana para ungir su cuerpo con especias.
Fotografía por Paul Bellaart/Trunk Archive
Unos días antes habían visto al Señor Jesús morir horriblemente, junto con todos sus sueños. Aunque creían que Él era el Mesías, que había venido a salvar a su pueblo y establecer su reino en Israel, parecía que había muerto como cualquier persona común. Al acercarse a la tumba, esperaban encontrar un cuerpo, no a un ángel radiante sentado en la piedra que una vez había bloqueado la entrada. Tampoco estaban preparadas para su mensaje: “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (Mateo 28.5, 6).
Imagínese su asombro cuando el Señor Jesús se encontró con ellas cuando regresaban del sepulcro (Mateo 28.8, 9). En ese momento, todo cambió. Sus lágrimas fueron reemplazadas por un gozo indescriptible porque el Señor había logrado la victoria sobre el enemigo más grande de la humanidad. Las mujeres sintieron su fe revitalizada ese día, y nosotros, como creyentes, podemos vivir con una confianza semejante. Gracias a la resurrección de Cristo, tenemos esperanza, no solo para el futuro sino también para el pasado y el presente.
Esperanza para nuestro pasado
Si las mujeres hubieran encontrado, como esperaban, el cadáver del Señor Jesús, todos estaríamos en graves problemas. Cuando el apóstol Pablo hizo frente a la falsa enseñanza que afirmaba que no había resurrección, señaló el resultado desesperanzador “y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1 Corintios 15.17).
La buena noticia es que la resurrección del Señor Jesús prueba que el Padre encontró la ofrenda suficiente; nos asegura que todas nuestras faltas, pasadas, presentes y futuras, han sido cubiertas por completo por la sangre del Salvador. Pablo deja muy clara esta verdad en Romanos 4.25, cuando dice que el Señor Jesús “fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación”. El día que el Señor se levantó de la tumba, afirmó de una vez por todas que toda persona que lo ha aceptado o lo acepte como Señor y Salvador, ha sido perdonada y aceptada por Dios, no por su buena conducta, sino por la gracia a través de la fe en la muerte y resurrección de Cristo. Esa tumba vacía es la razón por la que podemos regocijarnos.
Esperanza para nuestro futuro
La resurrección es también la razón por la cual podemos confiar en nuestro futuro. Pablo dijo a los corintios que dudaban de la resurrección de Cristo: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres” (1 Corintios 15.19). ¿Por qué deberíamos tener alguna esperanza de vida eterna si nuestro Salvador está todavía en la tumba? Eso significaría que no venció a la muerte, ni para Él ni para nosotros. Pero como el Señor Jesús sí venció la muerte, tiene el poder y la autoridad para darnos vida eterna. Aunque nuestros cuerpos pueden perecer, nuestros espíritus permanecen vivos y van de inmediato a la presencia del Señor.
Y habiendo sido justificados por Cristo, también seremos glorificados con Él. Esta es la culminación de nuestra salvación y la bendita esperanza que nos sostiene durante las dificultades y el dolor de la vida. Cuando nuestra carne se debilita por la edad o sucumbe a la enfermedad, sabemos que algún día recibiremos cuerpos inmortales fuertes que nunca se cansarán o enfermarán. Esta vida no es más que un soplo en comparación con la eternidad.
Esperanza para nuestro presente
Está muy bien regocijarnos en nuestra salvación y esperar nuestra futura glorificación, pero ¿qué hace la resurrección de Cristo por nosotros en este momento? Antes de morir, Él hizo esta promesa: “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.” (Juan 16.7). Cristo tenía que morir, resucitar y ascender al cielo antes de poder enviar su Espíritu. El Espíritu Santo es quien nos transforma y nos da poder para vivir la vida cristiana como nuevas criaturas. Esto significa que a medida que el Espíritu nos santifica, dándonos entendimiento de la Palabra de Dios, poder para vencer el pecado, conformándonos a la imagen de Cristo y alentándonos a través de las pruebas de la vida, podemos andar en novedad de vida.
Considerando lo que está en juego, la resurrección de Cristo es la mejor noticia que podríamos escuchar. Ahora tenemos la confianza en que somos perdonados y declarados justos. Todo lo que necesitamos nos ha sido provisto por el Espíritu de Dios y su Palabra. Y sabemos con certeza que un día seremos glorificados cuando Cristo regrese. Como sucedió con aquellas mujeres que encontraron una tumba vacía, nuestra esperanza es real. Hemos nacido de nuevo a “una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos” (1 Pedro 1.3). Sabiendo eso, no podemos evitar sentirnos alentados, hoy y cada día en adelante.
Reflexione
Como la familiaridad con la resurrección pudiera robarnos la maravilla de ese acontecimiento, necesitamos imaginarnos junto a las mujeres que hallaron vacía la tumba. ¿Cómo sería pasar de la desesperanza a la esperanza en tan poco tiempo? ¿Cómo el hecho de saber que el Señor Jesús resucitó tal como lo predijo, aumentaría su fe en todo lo demás que Él dijo, y cómo afectaría su manera de manejar las situaciones que parecieran no tener esperanza en el futuro?
Hoy en día solemos asociar la esperanza con deseos optimistas (pero inciertos) para el futuro. Sin embargo, no hay nada ambiguo en la esperanza del creyente, porque se basa en la Palabra de Dios, que siempre es verdadera. Piense en la esperanza que la resurrección de Cristo le trae personalmente.
¿Cuánta confianza tiene en que Dios ha perdonado sus pecados y le ha declarado justo? ¿Su respuesta se basa en lo que dice la Biblia o en sus propios sentimientos o fracasos?
¿Se caracteriza su vida por la firmeza de la esperanza, o las circunstancias hacen que olvide a menudo las promesas de Dios? Si se encuentra en la necesidad de renovarse, el lugar al que debe acudir es la Palabra de Dios (Romanos 15.4).
¿Es su esperanza futura del cielo un lente estabilizador a través del cual ve toda la vida, o es algo que rara vez considera? La esperanza de gloria no es algo ajeno a esta vida. No solo nos da una perspectiva eterna de nuestros sufrimientos y problemas, sino que también tiene un efecto purificador en nuestras vidas (1 Juan 3.2, 3).
Ore
Padre celestial, confieso que a veces pierdo de vista la esperanza que me has dado a través de la resurrección de Cristo. Por lo tanto, te pido que me llenes de gozo y paz al creer en tu Palabra, para que pueda abundar en esperanza por el poder del Espíritu Santo (Romanos 15.13). Te pido esto en el nombre del Señor Jesús y conforme a tu buena y perfecta voluntad. Amén.
Meditate
Póngalo en práctica
Aunque la esperanza a veces viene con mejores circunstancias, para los cristianos también es algo que podemos elegir a pesar de evidencias de lo contrario. Sabiendo esto, cada uno puede tomar medidas para convertirse en un creyente más esperanzado. Camine con fe viendo su situación desesperanzadora a la luz de lo que Dios ha dicho en su Palabra, en vez de verla según las circunstancias. Mire más allá de lo inmediato a lo eterno, meditando en Romanos 8.22-25 y 2 Corintios 4.16-18. Comience a alabar y agradecer a Dios. Recordar su fidelidad en el pasado y las bendiciones actuales alejan de su mente los problemas y levantan su ánimo.