¿Ha notado alguna vez que algunas personas parecen estar mejor que usted? Sus vidas parecen reposadas y felices, mientras que la suya parece estar llena de estrés y problemas. Puede que eso no le parezca justo hasta que se detiene a pensar que solo está viendo la superficie. Nadie puede saber lo que a ciencia cierta ocurre en la vida de otra persona.

Convertirse en cristiano no nos exime de dificultades. No se nos promete una vida libre de dolor y sufrimiento, pero Cristo sí nos promete paz en medio de todo (Juan 16.33). Con mucha frecuencia, pensamos que un cambio de circunstancias nos llevará a la satisfacción. Si tuviéramos un trabajo mejor, más dinero o unas vacaciones más largas, se acabarían nuestros problemas.
Esta es la receta del mundo para la ansiedad, pero eso solo ofrece un alivio temporal. La paz de Cristo, en cambio, no depende de las circunstancias, porque se basa en una relación con Él. En otras palabras, es posible tener un espíritu sosegado y tranquilo en los malos tiempos, incluso cuando nuestro mundo esté patas arriba.
Eso es justo lo que experimentaron los discípulos de Cristo cuando Él fue crucificado. Todas sus esperanzas, sueños y expectativas se vinieron abajo. Pero la noche antes de que todo esto sucediera, el Señor Jesús les dio estas reconfortantes palabras: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14.27). Cuando las circunstancias estaban en su peor momento, Él les ofreció lo único que necesitaban para salir adelante: algo que nunca podría ser destruido o quitado.
Lo que Dios promete, Él lo da. No hay garantía de que todo salga como queremos en la vida, pero podemos contar con esto: Cristo hizo todo lo necesario para asegurar que pudiéramos vivir con su paz constante en todas las cosas.
Lo primero que hizo el Señor Jesús por nosotros fue reconciliarnos con el Padre. A causa del pecado, todo ser humano nace alejado de Dios. Pero Él pagó el castigo; quienes creen en Él son justificados, declarados inocentes (Romanos 5.1). En lugar de ser enemigos de Dios, nos convertimos en sus hijos.
En segundo lugar, Cristo nos da paz interior. Por nosotros mismos, no tenemos esta capacidad, pero mediante nuestra relación con Él, esa paz puede convertirse en una realidad en nuestra vida. El Señor Jesús comparó nuestra conexión con Él a una rama que está unida a una vid (Juan 15.5). Cuando fuimos salvos, entramos en esta unión vital con Cristo. Ahora, su vida fluye a través de nosotros como la savia a través de una rama.
Es posible tener un espíritu sosegado y tranquilo en los malos tiempos, incluso cuando nuestro mundo esté patas arriba.
Gracias a la presencia fortalecedora del Espíritu, ahora podemos tener paz y gozo en medio de situaciones difíciles y penosas. Esto no significa que siempre seremos felices, pero nuestra seguridad y confianza en Cristo nos permiten regocijarnos en Él y estar libres de ansiedad al llevarle todas nuestras preocupaciones en oración con acción de gracias (Filipenses 4.4-7). El resultado es la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento y guarda nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús (Filipenses 4.7).
En tercer lugar, nuestra unión vital con el Señor hace posible que tengamos paz con los demás. A medida que su Espíritu fluye a través de nosotros, produce en nuestras vidas su fruto de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5.22,23). Estas cualidades son los elementos fundamentales de Dios para las buenas relaciones con los demás. Aunque seamos maltratados, rechazados o vilipendiados, podemos tener un corazón tranquilo.
¿Por qué perdemos nuestra paz?
Puesto que el Señor Jesús nos ha dado todo lo que necesitamos, ¿por qué seguimos luchando con la ansiedad y la incertidumbre? Clamamos a Dios en medio del dolor, la confusión o las dificultades, pero cuanto más oramos por ello, más ansiosos nos ponemos. ¿Qué nos impide experimentar la paz que Cristo quiere darnos?
El pecado
La perturbación interior siempre está acompañada por la desobediencia a Dios. Si hay algo en nuestras vidas que no tiene ningún derecho de estar allí (un hábito, una relación, una actitud, una posesión, o alguna práctica), nunca experimentaremos la paz de Cristo hasta que le hagamos frente. A veces tratamos de arreglar la situación, pero terminamos prolongando nuestra aflicción, porque nuestro Padre celestial nos disciplinará hasta que al final confesemos y nos arrepintamos de nuestro pecado (Hebreos 12.7-10). Cuando se restablece nuestra relación con Él, vuelve la paz.
En lugar de centrarnos en nuestro problema, debemos recordar quién es nuestro Dios.
El foco
La primera manera en la que pierdo mi paz es al proyectar las preocupaciones de mañana al día de hoy. Cuando mi atención se desplaza del Señor a mis preocupaciones para el día, la semana o el mes siguientes, mis problemas parecen más grandes y Dios parece más pequeño. El Señor Jesús dijo algo muy parecido en el Sermón del monte. Después de decirnos que busquemos primero el reino de Dios y confiemos en que Él nos proveerá de todo lo que necesitemos, hizo una pregunta reveladora: “¿Quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?” (Mateo 6.27 LBLA).
La duda
También podemos perder la paz si comenzamos a dudar si el Señor hará lo que ha prometido. Quizás una de nuestras mayores áreas de duda son las finanzas. El Señor Jesús nos dijo que confiáramos en Dios y que no nos preocupáramos por nuestras necesidades (Mateo 6.25-33), pero a veces nos preguntamos: ¿Cumplirá Él lo que nos ha prometido? Entonces nuestras mentes comienzan a correr a toda prisa mientras pensamos en todos los “qué tal si…” y tratamos de encontrar nuestra propia solución. En lugar de centrarnos en nuestro problema, deberíamos recordar quién es nuestro Dios. Isaías 26.3,4 dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos”. Cuando nuestro enfoque se desplaza hacia la fidelidad de Dios, se hace mucho más difícil preocuparse por las cosas de esta vida.
Si usted ha pensado que la paz solo es posible para aquellos cuyas vidas son tranquilas, ordenadas y sin complicaciones, el mensaje de Cristo es una buena noticia. No importa lo confusa que parezca la vida, su paz está disponible para quienes tienen fe en Él para la salvación, se enfocan en Él y en su Palabra en lugar de hacerlo en las circunstancias, y le siguen con obediencia. Es así de simple: Tener fe, enfocarse en el Señor, y obedecerle.