Nuestro mundo está obsesionado con la belleza exterior, pero por más que tratemos de mejorar nuestra apariencia, el carácter interior es lo más importante, pues éste se extiende hasta la eternidad. Y una de las cualidades internas más atractivas es la bondad.
Las personas que se caracterizan por la bondad son consideradas, cordiales, amorosas, serviciales y gentiles. Quienes están en el otro extremo son irascibles, resentidos y groseros. Básicamente, la diferencia tiene que ver con el enfoque en uno mismo o en los demás.
Dios se caracteriza por la bondad (Lc 6.35). Como cristianos, debemos “vestirnos” también con esta cualidad (Col 3.12). Tenemos el Espíritu Santo habitando en nosotros, y la bondad es el fruto de Él que se demuestra en nuestras palabras y acciones. La bondad no depende de cómo nos traten los demás, ni es una manipulación para conseguir lo que queremos.
La bondad es una cualidad opuesta al egoísmo, que siempre toma en cuenta lo que es mejor para los demás, ya sea que lo merezcan o no. Sin embargo, algunas personas piensan que el no defendernos, ni a nosotros, ni a nuestros derechos es una señal de debilidad. Pero, ¿qué requiere más fortaleza: ser bondadosos cuando nos maltratan, o atacar verbalmente?
Mi oración es que las meditaciones devocionales de este mes le estimulen a usted a demostrar bondad en todas las situaciones.