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En voz baja

Perdón en la era de la indignación

1 de febrero de 2017

Diálogo por John Blase y Winn Collier

Quiero describir mi vida en  tono silencioso,
como un programa de naturaleza en televisión. Amanece en el norte.
Su nariz acecha al aire para oler el café recién hecho.

Braided Creek
– Jim Harrison y Ted Kooser

1

Querido Winn:

No sé si es que estoy envejeciendo o si el mundo se ha vuelto un lugar más iracundo. Cuando utilizo la frase —“el mundo”— estoy pensando básicamente en el espacio en internet en el que muchos de nosotros vivimos y nos movemos, y en el que tenemos al menos una parte de nuestro ser. Por supuesto, pueden encontrarse enlaces, publicaciones, poemas e historias donde la combinación de tristeza y alegría son una cosa verdaderamente magnífica. Pero, en términos generales, la evaluación en las redes sociales es de indignación, de una violencia verbal fuera de control. Y, de nuevo, puede ser que simplemente estoy envejeciendo, pero ¿quién en su sano juicio quiere escuchar esto? Recuerdo que hace algunos años circulaba una frase: “cansancio de compasión”. Fue durante ese tiempo cuando todo el mundo, incluidas nuestras abuelas, abogaba por alguna causa, todas ellas legítimamente buenas. Pero las peticiones eran tan numerosas y, honestamente, a veces tan abrumadoras, que cansaban a la gente. Normalmente, personas de buen corazón, extraordinariamente compasivas, decían suspirando: “Ya es demasiado. Necesito un respiro”. La gente se terminó apartando, y varias organizaciones tuvieron muchos tropiezos durante un tiempo. No exactamente, pero de manera algo parecida, eso es lo que actualmente estoy sintiendo en mis envejecidos huesos. Estoy cansado de indignación. Necesito un respiro. A decir verdad, creo que todos lo necesitamos.

2

Querido John:

La semana pasada, una amiga y yo tuvimos una larga conversación, en la que tocamos asuntos difíciles e importantes. No coincidimos en las opiniones, y el meollo de nuestra conversación tiene implicaciones serias (teológicas, culturales, relacionales) —la clase de temas que a menudo nos hacen hervir la sangre. Sin embargo, en ese espacio nos reunimos como amigos, no como rivales. Sé que ella se preocupa por mí, y que no tiene ningún deseo de atraparme o de agredirme con un martillo ideológico. Confío en ella. Y creo, realmente, que ambos terminamos nuestra conversación siendo más humanos, más humildes, y dejando una puerta abierta para tener muchas más conversaciones en el futuro.

Yo diría incluso que la conversación me vigorizó, algo que, dada la gravedad de lo que estábamos discutiendo, resultó ser un milagro pequeño. En otras palabras, esta interacción entre amigos era exactamente lo contrario del “cansancio de indignación” que uno siente —el mismo que yo siento en mis (y casi tan envejecidos) huesos. ¿Sabes qué compartimos, algo que está ausente en tantas de nuestras interacciones en las redes sociales? Bondad, esta actitud tan esencialmente humana (y cristiana). Nos empeñamos en preservar la dignidad de cada uno, en tratarnos con la inquebrantable sensibilidad propia de toda persona portadora de la imagen de Dios.

 

¿Te imaginas cómo serían nuestras discusiones políticas y teológicas si fuéramos la clase de personas que se sienten libres para ofrecer su yo no corregido, sabiendo que nuestros amigos planeaban descubrir lo mejor que hay en nosotros, y recibir lo que vale la pena conservar? Si esta fuera nuestra experiencia, te aseguro que nuestro cansancio se derretiría como el hielo en un día de verano.

3

Querido Winn:

Estoy de acuerdo contigo. Una bondad así es fundamental para la vida cristiana, una parte del fruto del Espíritu. Pero parece que está muy escasa en estos días. Creo que estás familiarizado con la poetisa Naomi Shihab Nye, al menos con su nombre, si no con su obra. Ella tiene un poema titulado “Bondad”. Tienes que ver esto, amigo. La primera estrofa comienza así:

Antes de que sepas
lo que realmente es la bondad,
tienes que perder cosas

Y la última estrofa comienza con estas dos frases:

Antes de que conozcas la bondad como lo más profundo que llevas por dentro,
tienes que conocer la tristeza como lo otro más profundo.

No soy la persona más lista, pero mi intuición me dice que la poetisa dio en el clavo. Que hay que haber vivido mucho tiempo, por lo menos el suficiente para haber acumulado alguna tristeza. Sé que esto suena prejuicioso de mi parte, pero mientras nuestra sociedad esté en decadencia, no estoy seguro de que hayamos encontrado la tristeza para acompañar esa bondad. ¿Tiene esto el más mínimo sentido?

 

4

Querido John:

Para mí sí tiene sentido. Mi sospecha es que sentimos poca tristeza genuina, debido en parte a que no nos hemos permitido, en realidad, hacerle frente al dolor de nuestro propio quebrantamiento, a nuestras motivaciones erróneas, a nuestras confusas conclusiones, al temor y a la inseguridad, y (abandonados a nuestra suerte) a nuestro desamparo. Si yo no he sido forzado a estar en paz con mi confusión en cuanto a mi propia vida, ¿cómo puedo tratarte con bondad mientras tú tratas de estar en paz con la tuya? ¿No es aquí donde tu amigo Brennan Manning, con ese destello en sus ojos, se habría inclinado para decirte: “Entonces, lo que te está faltando es gracia”? Cuando me permito regodearme en la bondad incontenible de Dios para conmigo, me convenzo de que tengo que insistir en que los demás se unan a mí, y que sean parte de la diversión. Si he aprendido, por los desmedidos encuentros que he tenido con la generosidad y con el regocijo de Dios a ser benigno con mis propios fracasos, entonces seré benigno con los defectos de otros, también. ¿Cómo encajan en este cuadro nuestra indignación y nuestros enfados groseros?

Creo que parte de nuestro dilema toca un lugar sensible. Gran parte de la razón por la que amontonamos indignación contra otros, es porque sentimos esa inmensa indignación contra nosotros mismos. Creo que, muchas veces, estamos desahogando nuestra propia confusión. Esta confusión, que oprime y debilita a nuestro corazón, nos dice de mil maneras que somos un desastre; que tenemos que demostrar lo que valemos; que tenemos que tomar las decisiones correctas y mostrar a todo el mundo por qué las hemos tomado. Nos enfurecemos contra los demás por el intento desesperado de detener la rabia que asumimos que se precipitará hacia nosotros si los demás llegan a saber la verdad. Nuestra indignación revela tristeza y temor profundos en muchos de nosotros.

5

Querido Winn:

Sí. El “pillo”, Brennan Manning, insistiría en que el odio a uno mismo sigue siendo la pesada molestia en nuestras espaldas, que es el combustible para la mayoría de —por no decir todas— nuestras palabras y acciones en este loco, loco mundo. Y curiosamente, creo que algún tipo de tristeza es el antídoto contra esa situación y la rampa de acceso a la bondad. Pero debemos tener cuidado, y esforzarnos por utilizar el lenguaje correcto, como lo recomienda la poetisa Elizabeth Alexander, o simplemente seguiremos corriendo en círculos. Me temo que la gente escucha la palabra “tristeza” y automáticamente piensa en el triste y deprimido burro Ígor [en Winnie the Pooh] arrastrando los pies por el Bosque de los Cien Acres. No es de extrañar que queramos evitar esto.

 

Pero, parece que el apóstol Pablo tiene algo que nos puede ayudar. Él menciona una tristeza piadosa que lleva al arrepentimiento, que nos hace una y otra vez, vivir de manera diferente, como el ser amables en vez de ofensivos. (Vea 2 Corintios 7.8-11.) Estoy seguro de que cuando tú y tu amiga se sentaron a hablar el otro día, ambos estuvieron experimentando un poco de tristeza, y que eso ayudó a mantener el tono amable de la conversación. Pero dudo de que alguno de ustedes haya usado la frase “tristeza piadosa” para referirse a lo que estaba tras bambalinas. Dudo, también, que yo lo hubiera hecho; porque, sencillamente, esa no es nuestra manera de dialogar.

6

Querido John:

Es curioso. En el momento que leía tu descripción de la clase de tristeza de la que no estabas hablando (la del burro Ígor), mi mente se dirigió de inmediato a Pablo, y la tristeza piadosa que nos lleva a la vida. Tal vez hemos descubierto algo. Recuerdo a un feligrés que, al sentirse muy ansioso e inquieto en cuanto a un problema social del momento, me preguntó qué pensaba yo que debíamos decir a nuestros amigos que no estaban de acuerdo con nuestro modo de pensar en cuanto al asunto. Le dije que, en este caso, no pensaba que debíamos decir nada en absoluto a nuestros amigos, a menos que pudiéramos derramar algunas lágrimas con ellos. Hasta que fuéramos capaces de sentir el dolor que sentían y verdaderamente “sobrellevar los unos las cargas de los otros” (es decir, ser como Jesús), lo mejor que podíamos hacer era mantener la boca cerrada.

Muchas veces, estos momentos de indignación —cuando avivamos nuestra ira y nos lanzamos a nuestras conquistas verbales— sufren de generalización. No pensamos en las personas de carne y hueso que recibirán el impacto de nuestras palabras. Sin embargo, todos nosotros, no importa quiénes seamos ni lo que creamos, enfrentamos problemas similares. En un momento u otro, todos nos sentimos afligidos, todos sentimos miedo, todos hemos experimentado el aguijón del rechazo. La mayoría de nosotros sabe lo que es tratar de encontrarle sentido al caos que nos rodea. Sabemos lo que es sentirse perdido. Todos somos humanos, todos somos imperfectos y (al menos la mayoría de nosotros) estamos haciendo lo mejor que podemos.

Hasta que logremos hacer frente con honestidad a las profundas fisuras de nuestro mundo, y por qué tantas cosas en nosotros y a nuestro alrededor han salido tan terriblemente mal, no sabremos si tenemos buenas razones para estar indignados por muchas cosas. El evangelio de Juan relata que Jesús lloró después de ver el dolor de quienes lo rodeaban —debido al abatimiento y al dolor producidos por la muerte y el fin. Si nuestra indignación es legítima (y sin duda cierta indignación es apropiada algunas veces), también debe haber lágrimas.

7

Querido Winn:

En mis momentos de cansancio de indignación, me encuentro orando, o por lo menos tratando de orar. Realmente, no sé adónde más ir; parece que la única opción es buscar aferrarme al amigo que tenemos en Cristo, quien puede llevar todo nuestro dolor. Y si eso es verdad (y creo que lo es), entonces el Varón de Dolores puede soportar toda esa indignación, además de cualquier cansancio que la acompañe. M. Scott Peck escribió una vez: “La curación del mal ... solo puede lograrse por el amor de alguien. Se requiere un sacrificio voluntario. Esa persona debe, sacrificialmente, absorber por completo el mal ... Siempre que esto sucede, hay un ligero cambio en el equilibrio de fuerzas en el mundo”. Eso fue lo que hizo Jesús, y por más agotador que sea, creo que estoy llamado a hacer lo mismo: a “absorberlo”. Esa puede ser la bondad más eficaz que podemos ofrecer en estos días —un perdón dicho en tono silencioso, porque nosotros no sabemos lo que hacemos. Y ese “nosotros”, me incluye, ante todo, a “mí”.

8

Querido John:

Bien, creo que hemos vuelto al punto de partida, ¿no? Estamos de regreso a la bondad piadosa como el antídoto contra la indignación deshumanizante. Pablo juntó también ambas cosas, por lo que creo que nos encontramos en buena compañía. “Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así como toda malicia”, dice Pablo. Pero uno no puede simplemente expulsar el enojo y la ira (una buena manera de describir la indignación de que estamos hablando). No, tenemos que reemplazarlas con algo más puro, con algo más hermoso. Por eso añade: “Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo” (Efesios 4.31, 32 LBLA). Y eso, me parece a mí, es también la oración de Pablo por nosotros.

9

Querido Winn:

Esa es una buena palabra; me gusta mucho. Sí, tengo que reconocer que hay razones legítimas para la indignación y la ira, en mi propia vida y en la de los demás. Y que, además, es bueno “quitarse” esas cosas, sacarlas, no reprimirlas ni menospreciarlas. Sin embargo, para el creyente, esa exhalación debe ser seguida por la inhalación del oxígeno vivificante de todo lo hermoso (Filipenses 4.8). La vida cristiana es, en realidad, aprender cómo respirar, ¿no? Algunos días, se trata de respirar fuego de nuestras narices. Otras veces, de respirar el aire de lo dicho en tono silencioso. Pero, todos los días, de mantenernos conscientes de que toda nuestra respiración la debemos a Aquel que es incomparablemente bondadoso.

 

Ilustración por Rami Niemi

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