Esta fotografía me recuerda la vieja ilusión óptica que puede verse de dos maneras diferentes: algunos la reconocen como un pato, mientras que otros, en cambio, ven un conejo. El Dr. Stanley tomó la foto en las cercanías de las montañas Dolomitas de Italia, un destino turístico de invierno, y sospecho que la mayoría de las personas interpretan la imagen como lo que quizás sea: leña apilada con mucho cuidado y lista para ser quemada. Sin embargo, al principio ni siquiera se me ocurrió eso.
La foto se parece mucho a la estantería superior del taller de carpintería de mi marido. Ahí es donde se almacenan las piezas de madera, con las de longitud uniforme apiladas en filas, y los segmentos de rama menos regulares en un montón más o menos ordenado.
Para el ojo inexperto, es probable que parezca un montón de desechos indefinible. Pero cada pieza de madera fue elegida con un propósito especial: Elliot imaginó los bolígrafos, cuencos y saleros que sacaría de esas tablas con la ayuda de un torno y herramientas.
Es bueno que la madera no tenga sentimientos (ni cuerdas vocales), porque cada parte del proceso, desde el cincelado y el aserrado hasta el torneado y el lijado, sería motivo de queja. Pero de ese taller han salido hermosas piezas, y la hábil mano de Elliot ha compensado con creces cualquier sufrimiento que haya podido soportar la madera. Y bien vale la pena la tarea extra de barrer del suelo las interminables virutas y los escombros.
Hermosas piezas han salido de ese taller, y la hábil mano de Elliot ha compensado con creces cualquier sufrimiento que haya podido soportar la madera.
Hay muchas cosas que, bajo circunstancias diferentes, podrían venirme a la mente cuando veo la madera de mi marido apilada en el taller, como mi propia “obra” (Efesios 2.10), y cómo cada uno de nosotros está hecho para determinados fines y tareas. Por ejemplo, un “bolígrafo” es necesario para que los cristianos nos convirtamos en una “carta de Cristo” que sea “conocida y leída por todos” (2 Corintios 3.2, 3). También podemos ser “vasos” u otros recipientes utilizados de diversas maneras (2 Timoteo 2.20). Y como “sal de la Tierra”, los hijos de Dios debemos añadir sabor a la vida de los demás, y hacer que los no creyentes tengan sed del evangelio (Mateo 5.13; Colosenses 4.6). Saber esto debería animar a cada uno de nosotros a descubrir y alinearnos con el plan particular de Dios para nuestra vida.
Desde luego, esa es una verdad importante. Pero para mí, la foto del Dr. Stanley resonó a un nivel más melancólico, y dio una nota sombría y de advertencia. Esto se debe a que hace seis años el taller de carpintería —un lugar ajetreado, ruidoso y feliz– quedó de repente en silencio. Con la muerte de mi marido, esa habitación también se quedó sin vida. Se acabaron los proyectos. No hubo más necesidad de sierras sinfín o tornos, formones o raspadores. Todo quedó congelado en el lugar donde él lo había dejado, todo una metáfora sin palabras sobre un propósito sin terminar.
De vez en cuando he pensado en liberar espacio de almacenamiento al utilizar poco a poco la madera para fuegos agradables y acogedores, pero no tengo el corazón para hacer eso. Así que, todo sigue en el estante superior. Y cada vez que veo esos espacios en blanco, me dan un sermón sobre cómo aprovechar nuestro potencial mientras todavía haya tiempo. La madera puede ser “echada al fuego y quemada” (Juan 15.6). Pero pensemos en cómo se deleitaría Dios si, en cambio, nos sometiéramos a su proceso de moldeado, llegando a ser hermosos y útiles como bolígrafos, vasos y saleros, verdaderos bloques de construcción de su reino.