Saltar al contenido principal
Artículo Destacado

En mi visor: La zona protegida del Ngorongoro, Tanzania

La reflexión de esta semana inspirada en una fotografía de Charles F. Stanley

Jamie A. Hughes 7 de mayo de 2023

Fotografía por Charles F. Stanley

Hay pocos árboles tan emblemáticos como el baobab, que se encuentra en toda el África subsahariana y en el sur de la Península Arábiga. A menudo se le conoce como el “árbol de la vida” porque sustenta todo un ecosistema a su alrededor. El baobab mantiene el suelo húmedo y evita la erosión. También proporciona alimento y agua a muchos animales, desde insectos hasta elefantes, y los humanos lo utilizan de muchas maneras. Por ejemplo, sus hojas y frutos son comestibles, y la corteza del baobab puede utilizarse para fabricar cuerdas, cestas, telas y papel. El polen puede incluso transformarse en pegamento.

El baobab puede alcanzar los 30 metros de altura y una circunferencia equivalente, y puede vivir hasta 3.000 años. A juzgar por su tamaño, es obvio que este impresionante espécimen ha visto muchas cosas en su paso por la tierra, tanto amargas como mejores. En cada cambio de estación, migración de aves y época de paz, también ha sido testigo de innumerables conflictos humanos, de los horrores de la esclavitud y de la brutalidad de la colonización.

En Estados Unidos tendemos a ignorar (o borrar) el pasado para dar paso a algo nuevo y, al menos en nuestra mente, mejorado. Pero árboles como este baobab se oponen de manera directa a nuestra tendencia a la miopía. Nos recuerdan que este hermoso mundo del que disfrutamos existía mucho antes de que naciéramos y que seguirá existiendo, si Dios quiere, mucho después de que nos hayamos ido.

Moisés comprendió esta verdad mejor que la mayoría, y su himno de alabanza nos ofrece un lenguaje para considerar nuestra propia transitoriedad y la eternidad de Dios. En el Salmo 90 (LBLA), escribe: “Señor, tú has sido un refugio para nosotros de generación en generación. Antes que los montes fueran engendrados, y nacieran la tierra y el mundo, desde la eternidad y hasta la eternidad, tú eres Dios. Haces que el hombre vuelva a ser polvo, y dices: Volved, hijos de los hombres. Porque mil años ante tus ojos son como el día de ayer que ya pasó, y como una vigilia de la noche” (Salmo 90.1-4).

Solo Dios, quien creó universos infinitos con un pensamiento, es eterno. Solo Dios, quien creó el tiempo y habita más allá de él, perdurará. 

La vasta extensión del mar, tan abismal que aún no la hemos explorado del todo; las montañas como dedos orgullosos que apuntan a un cielo infinito lleno de estrellas más allá de nuestra capacidad de enumerarlas –estas son creaciones de nuestro Padre celestial, meros fragmentos de su poder y su gloria. Pero incluso ellas, mucho más antiguas y duraderas que nosotros, terminarán. El agua se seca, las montañas sucumben a la erosión e incluso las estrellas dejan de existir. Solo Dios, quien creó universos infinitos con un pensamiento, es eterno. Solo Dios, quien creó el tiempo y habita más allá de él, perdurará. Solo Dios.

Esto no debe causar molestia en nuestros corazones, sino gratitud. En su libro Cuatro mil semanas: Gestión del tiempo para mortales, el autor y periodista Oliver Burkeman escribe: “¿Por qué suponer que un suministro infinito de tiempo es lo preestablecido, y la mortalidad la violación ofensiva?... Sin duda, solo alguien que pase por alto cuán extraordinario es que algo sea, para empezar, aceptaría su propio ser como dado especialmente... A lo mejor es casi impenetrable y milagroso que se nos haya concedido algo de tiempo”.

Dios nos ha dejado creaciones como el baobab por una razón. Nos recuerdan que el entendimiento no se adquiere luchando contra el tiempo o ignorando el hecho de que nuestras vidas son muy breves y maravillosas. Llega cuando reconocemos y aceptamos nuestra finitud, la limitación de días que Dios nos ha dado. Cuando nos damos cuenta de los pocos que tenemos, nos resulta más fácil agradecer su valor inapreciable, tratarlos con reverencia y utilizarlos con prudencia con la vista puesta en lo que más importa.

Más Artículos