Nunca estoy muy segura qué pensar de la hiedra, y parece que no soy la única.
Mi primera reacción a esta foto del Dr. Stanley fue un soplo de nostalgia por mis días de universidad. Estudié en la Universidad de Brown, que es una de las ocho escuelas de la confederación deportiva conocida como la Ivy League (en español, liga de la hiedra). Hay cierto debate sobre el origen del apelativo, pero ya sea que se derive de los majestuosos edificios cubiertos de hiedras de esas instituciones o del número romano “IV” (que significa las cuatro escuelas que originalmente compitieron en deportes), las frondosas paredes añadían, sin duda, un ambiente muy querido.
No obstante, el sentimentalismo no siempre triunfa. Unos diez años después de graduarme, varias de estas universidades pasaron por el costoso proceso de eliminar las implacables hiedras, en vez de haber cuidado con regularidad las superficies que erosionaban. (El New York Times informó de que Harvard había gastado “50.000 dólares anuales solo para cortar la hiedra de los alféizares de las ventanas, que son los más susceptibles a los daños”). Aunque algunos expertos afirman que la mampostería en sí no está en riesgo, la madera y el cemento envejecido de muchos edificios del campus facilitan el acceso a las raíces rastreras, lo que permite que las grietas empeoren y la humedad pase factura.
Otros científicos tienen una opinión más favorable. Investigadores de la Universidad de Oxford, cuyos edificios revestidos de hiedra forman parte de su prestigiosa imagen, concluyeron que la hiedra “actuaba como una manta térmica”, calentando de manera significativa las paredes en invierno (en un 15%) y enfriándolas en los meses de calor (en un 36%). Además, “se descubrió que la hiedra absorbe... contaminantes nocivos”. Sin embargo, yo misma he experimentado lo invasiva que puede ser la hiedra, incluso como planta de interior: Una vez, una hiedra inglesa creció en la pared de mi cocina, lo que requirió medidas cosméticas para que me devolvieran mi depósito de seguridad.
Entonces, ¿cuál es el veredicto: la hiedra es una ventaja o una desventaja? ¿Es útil o perjudicial? Es una decisión difícil. Y nadie más que el Creador de la hiedra, que conoce todas las implicaciones y eventualidades, podría contar la historia completa. De hecho, me sorprende el parecido de esta duda con la vida real: lo imposible que se hace, en el momento, evaluar si una dificultad (o un triunfo) resultará positivo o negativo al final. Es solo gracias a la bendición de la retrospectiva que me he dado cuenta de que algunas victorias entrañaban un inconveniente decepcionante, mientras que los momentos de mayor crecimiento surgían de mis experiencias más arduas de pérdida y dolor. Sospecho que esto también le ha pasado a usted.
Alguien más que casi con toda seguridad estaría de acuerdo con esto es José, el hijo del patriarca Jacob. Desde una perspectiva humana, no había nada positivo en ser traicionado por la familia, vendido como esclavo y encarcelado sin justificación alguna. Pero una vez que José comprendió el buen propósito de Dios en esos trece años de pesadilla, pudo decir a sus hermanos, sin animosidad: “Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente” (Génesis 50.20 NBLA).
No cabe duda de que la adversidad volverá a aparecer en mi camino (y en el suyo). Cuando eso suceda, en lugar de detenernos en lo calamitoso que parezca, espero que recordemos que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos (Isaías 55.8, 9). Y que los de Él son del todo perfectos.