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En mi visor: La cruz en el Monte Roberts, Alaska

La reflexión de esta semana inspirada en una fotografía de Charles F. Stanley

Gayle Reynolds 1 de abril de 2023

Fotografía por Charles F. Stanley

En las iglesias de todo el mundo, cada año hay una nueva celebración de la historia de la Semana Santa. En la iglesia de mi infancia, una cantata seguida de un relato gráfico de la muerte de Jesucristo se convirtió en algo habitual y esperado. Aunque no creo en el viejo adagio “donde hay confianza da asco”, sí creo que muchos feligreses se anestesian ante la verdad y la maravilla de la crucifixión y resurrección de Cristo.

Un año, nuestro ministro de música propuso una idea para un modo diferente de comunicación: retratos vivientes. Explicó que el coro seguiría cantando, pero oculto tras un enorme lienzo. Al frente, actores voluntarios recrearían obras de arte clásicas que representaban el tiempo del Señor Jesús en la Tierra.

A mí me asignaron el papel de un ángel en la escena final con la tumba vacía. Semanas de práctica, como suele ocurrir, nos dieron tiempo a mí y a otros miembros del reparto para aprender nuestros papeles, disfrutar del compañerismo y hacer bromas. Cuando el joven que interpretaba al Señor Jesús apareció por primera vez con su vestuario para nuestra versión del “Cristo crucificado” de Diego Velázquez, quienes estábamos en la escuela secundaria básica y en la superior no pudimos evitar reírnos de él por su enorme “pañal”. Estábamos tan familiarizados con el sacrificio del Señor Jesús que no nos conmovía la historia que estábamos contando.

Quienes estábamos en la escuela secundaria básica y en la escuela superior no pudimos evitar reírnos de él por su enorme “pañal”.

La noche del estreno, los murmullos de la multitud se desvanecieron con la primera nota musical, y la sala quedó envuelta en la oscuridad mientras todas las miradas se centraban en el gran marco de la imagen en el frente. Durante semanas, yo había visto a nuestro Señor Jesús arrastrar la cruz por el pasillo con una canción y mantener el equilibrio de ella durante otra. Durante los ensayos generales, nuestra producción me había parecido un programa más de la iglesia. Pero mientras estaba de un lado, vestida con una túnica blanca y esperando tomar mi lugar en la escena final, llegó un momento en el que el Espíritu Santo impactó con poder mi corazón a través de esa presentación en directo. Observé al joven que conocía colgado de la cruz, con los brazos extendidos, los dedos cerrados alrededor de los clavos y los pies equilibrados sobre un pequeño pedestal, y me di cuenta por primera vez de la dificultad de su papel. Las luces calientes hacían que su sudor corriera a través de la pintura roja y fluyera, dando la impresión de sangre goteando. Respiraba profundo y luchaba por mantener su postura. Al final, cuando las cortinas se cerraron en su escena, otros tuvieron que ayudarlo a bajar, y sus piernas colapsaron por un momento mientras intentaba mantenerse en pie en el piso.

Para mi sorpresa, me encontré con un nudo en la garganta, secándome con rapidez las lágrimas mientras me situaba fuera de la tumba vacía. Lo que había visto sufrir a mi amigo en la escena anterior fue la más mínima indicación del sufrimiento experimentado por el Señor Jesús.

Este es el poder de la cruz: Darnos cuenta de que el Señor Jesús eligió dejar la perfección del cielo, nacer con las limitaciones de la condición humana y sufrir en carne humana, por su gran amor, por nosotros. O, en las conocidas palabras de Juan 3.16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Si usted nunca ha experimentado la maravilla del amor del Señor Jesús o si su agradecimiento por su sacrificio se ha desvanecido, le animo a pedirle al Señor que mueva su corazón. La Semana Santa es el tiempo perfecto para recordar el momento más grandioso de la historia de la humanidad: El Señor Jesús viniendo a rescatarnos de nuestras penas, de nuestras dificultades actuales y de un futuro sin Él.

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