
Tengo una copia de esta fotografía del Dr. Stanley desde hace una década, y todavía disfruto de la forma en que sus imágenes y colores son vivos y a la vez tenues, por lo que parece una pintura impresionista. Fue un regalo del ministerio en celebración de mis 20 años de trabajo en En Contacto, y todavía me trae alegría cada día. No muchos regalos se ufanan de efectos tan duraderos.
Sintiendo curiosidad por esa foto que conservo enmarcada, un día investigué la ubicación. Me sorprendió saber que otras fotos del castillo son más nítidas y están hechas con mayor delicadeza, en las que los colores y las florituras son mucho más vivas y nítidas que las de la foto que tengo. Las imágenes de esta escena tomadas por fotógrafos con perspectivas y equipos diferentes a los del Dr. Stanley no se parecen en nada a la que tanto he disfrutado. Las vistas alternativas del techo de este castillo parecen tan distintas, que es un reto aceptar que son del mismo sitio.
Hace poco me acordé de estas diferencias aparentemente irreconciliables, mientras hablaba con unos amigos de las experiencias de la iglesia. Uno amigo hablaba de momentos edificantes de adoración, mientras que otro encontraba abrumadores el volumen y el estilo musical moderno. Una persona afirmaba que los sermones orientados al tema eran más fáciles de digerir y aplicar, mientras que otra decía que los estudios versículo por versículo eran más metódicos y exhaustivos. Lo irónico de estas aseveraciones es que, en su mayor parte, las hacíamos sobre la misma iglesia.
“En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; y en todo, caridad”.
Una cita muy conocida dice: “En lo esencial, unidad; en lo no esencial; libertad, y en todo, caridad”.
Aunque hay diferencias de opinión en cuanto al autor de la frase, y es a menudo mal identificado, es revelador que esta afirmación se haya transmitido de clérigos a filósofos, y de estos a hombres comunes, pasando de un siglo a otro como una llamada, una advertencia e incluso una reprimenda. Durante cientos de años, ha llevado a muchos a discusiones estimulantes sobre lo que constituye lo “esencial”, sin que haya respuestas aceptadas universalmente, incluso (o, sobre todo) en la iglesia.
Al fariseo que llevo por dentro le reconforta tener una lista cuidadosamente numerada de lo esencial, reduciendo la vida cristiana a elementos que puedo tachar para procurar la santidad personal y proporcionar un punto de encuentro irrefutable para todos los creyentes. Pero, como sucede con muchas cosas, Dios nos deja perplejos con su generosidad. Más que presentarnos una simple lista, Él nos da el consejo completo de su Palabra como fundamento de nuestra vida. Tenemos la vida de su Hijo Jesucristo como el ejemplo perfecto de vida fiel. Y dentro de nosotros tenemos al Espíritu Santo, que nos proporciona la sabiduría para discernir lo esencial y manejar nuestras diferencias en cuanto a ellas con humildad y compasión.
La vida del creyente requiere la capacidad de permitir la diversidad de opiniones entre los hermanos y hermanas en Cristo, sobre una gran cantidad de asuntos dentro de la iglesia y en el mundo. Discutir sobre ellos a menudo conduce a un pensamiento de “nosotros contra ellos”, que es causante de divisiones por naturaleza, y nos impide ver el valor de los demás como partes distintas del Cuerpo de Cristo.
La vida del creyente requiere la capacidad de permitir la diversidad de opiniones entre los hermanos y hermanas en Cristo, sobre una gran cantidad de asuntos dentro de la iglesia y en el mundo.
Cuando miro el techo de esa sala de oración, sé que tengo un apego único a él, principalmente por mi historia con Ministerios En Contacto. Otras personas no experimentarán la fotografía del Dr. Stanley de la misma manera que yo; en cambio, la verán desde un ángulo o una historia diferente, y yo puedo aceptar eso. Lo mismo debería ocurrir con mi iglesia local. Tengo una relación personal y única con el lugar que considero mi hogar espiritual. Otras personas experimentarán esa misma iglesia de manera diferente, y también puedo aceptarlo. Lo que importa, al final, es el amor que nos une y nos sostiene a todos.