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Reflexiones acerca de las fotos de Charles F. Stanley

Sandy Feit 24 de marzo de 2022

Fotografía por Charles F. Stanley

No es frecuente que yo me sienta identificada con la foto de un animal, pero ¿ve usted esta foto del Dr. Stanley? Esa soy yo, a la izquierda. Al menos, es lo que siento a menudo cuando intento compartir el evangelio con amigos o familiares. En su mayoría, son indiferentes, sin importar cuán confiada o que tan entusiasmada esté yo. Y a veces solo quieren irse lo más rápido posible.

Cuando vi la imagen por primera vez, se me vino a la mente un título en latín, casi de forma audible, nada menos que: Vox clamantis in deserto. Que significa “voz del que clama en el desierto”. Sí, uno puede sentirse bastante solo allí.

Quizás usted se preguntará por qué esa frase extranjera está almacenada en mi memoria. Tengo que agradecérselo sobre todo a la Escuela Secundaria Clásica de Rhode Island. Cuando estudiaba allí, uno de los requisitos para graduarme era el latín, que disfrutaba aprender, pero que después descubrí que era poco útil. Claro, algunos prefijos y raíces me ayudaron en los exámenes de selectividad y en algún que otro crucigrama, pero en medio siglo no he tenido ni una sola oportunidad de practicar la conversación. De hecho, aparte del e pluribus unum, la única vez que utilizo el idioma es para descifrar escudos de apellidos o eslóganes institucionales.

Cuando se planta una semilla, esta tiene el potencial para germinar, a veces después de haber permanecido dormida durante años.

En la Universidad de Brown, por ejemplo, me encontraba regularmente con su insignia que proclamaba In Deo Speramus (“En Dios esperamos”). Y con amigos cercanos en Harvard y Dartmouth, también me topaba a menudo con Veritas (“Verdad”) y Vox Clamantis in Deserto, que mencioné antes. Fuertes proclamas, todas ellas. Es lamentable, sin embargo (y digo esto, a juzgar por mi propia indiferencia espiritual en ese entonces), que los valores cristianos sobre los que se fundaron tales escuelas han perdido relevancia para los estudiantes que frecuentan esos venerables pasillos.

Pero sospecho que no del todo.

Durante mis días en la universidad, todavía no había descubierto la Verdad o la esperanza en Dios y, la verdad es que no me había dado cuenta de que la “voz que clama” tenía algo que ver con Juan el Bautista (Isaías 40.3; Juan 1.23). Pero cuando se planta una semilla, esta tiene el potencial para germinar, a veces después de haber permanecido dormida durante años. ¿Quién sabe cuántas semillas sembradas en mi pasado contribuyeron a que la buena noticia al final echara raíces?

Del mismo modo, como testigos de Cristo, nunca sabemos cuándo un grano de verdad empezará a germinar. O dónde: incluso si la persona a la que esperamos impactar aún no pareciera alcanzada, nuestro mensaje podría tener aceptación en otra que lo escuche. Mire la foto de nuevo. ¿Nota algo en esa multitud de flamencos que se están yendo? Uno de los picos está vuelto hacia el proclamador, como un Nicodemo que observaba, escuchaba, y que luego buscó en secreto al Señor Jesús para saber más (Juan 3.1, 2). Eso me da aliento. 

Como testigos de Cristo, nunca sabemos cuándo un grano de verdad empezará a germinar.

Y por eso sigo testificando, al igual que la solitaria ave rosada, con o sin resultados medibles. Porque, aunque puede que nunca descubra quién, cuándo o dónde, Dios sabe cómo utilizar mis palabras y oportunidades in Christi Gloriam. Ese es el lema que Harvard adoptó en lugar de Veritas durante casi 200 años: “Para la gloria de Cristo”.

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