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El verdadero propósito del dolor

Cómo el duelo prepara para la restauración divina

Tim Rhodes 19 de febrero de 2022

La iglesia de San Nicolás en Hamburgo, Alemania, es un monumento impresionante. Me encontré con ella por primera vez en medio de un atasco en una tarde nublada de sábado en primavera. Estaba luchando contra el agotamiento tras un viaje de casi cinco horas desde Ámsterdam, en los Países Bajos. Muchas cosas se disputaban mi atención: el GPS en mi tablero, la congestión de coches a mi alrededor, y la inquietud de viajar por un país desconocido.

Ilustración por Adam Cruft

La iglesia de San Nicolás en Hamburgo, Alemania, es un monumento impresionante. Me encontré con ella por primera vez en medio de un atasco en una tarde nublada de sábado en primavera. Estaba luchando contra el agotamiento tras un viaje de casi cinco horas desde Ámsterdam, en los Países Bajos. Muchas cosas se disputaban mi atención: el GPS en mi tablero, la congestión de coches a mi alrededor, y la inquietud de viajar por un país desconocido.

A pesar de la vorágine del estrés, de la fatiga y del choque cultural, la iglesia de San Nicolás captó toda mi atención en el momento que puse los ojos en ella. 

Y, sin embargo, a pesar de la vorágine del estrés, de la fatiga y del choque cultural, la iglesia de San Nicolás captó toda mi atención en el momento que puse los ojos en ella. El campanario de la iglesia es alto y ornamentado, con elaboradas agujas y columnas góticas, estatuas y gárgolas. Con 147 metros, San Nicolás fue por breve tiempo la estructura más alta del mundo, de 1874 a 1876. Incluso ahora, salvo por una irritante torre de televisión, sigue siendo lo más alto de la ciudad. Pero eso no es lo que hace de San Nicolás una vista imponente: gran parte de la aguja de más de 100 metros es de color negro y marrón oscuro, como si hubiera sido carbonizada en un incendio. Era chocante ver el contraste de la belleza ornamental entrelazada con un oscuro pasado. ¿Qué pudo haber causado cicatrices tan duras y extensas?

Resulta que la “Operación Gomorra” fue tan catastrófica como su nombre lo indica: Hamburgo fue destruida como la ciudad bíblica. Durante un período de ocho días en el verano de 1943, la ciudad fue el blanco de un ataque aéreo coordinado por las fuerzas aliadas de Estados Unidos y el Reino Unido. En toda la Segunda Guerra Mundial, fue la ciudad que sufrió el bombardeo más devastador en Europa. Los historiadores se han referido a ella como “la Nagasaki de Alemania”, y las descripciones de la destrucción son, con franqueza, apocalípticas: los supervivientes utilizan términos desgarradores como “tornado” y “mar de fuego”. Al final, murieron más de 34.000 personas (aunque algunas estimaciones elevan la cifra a 43.000), y más de 180.000 resultaron heridas.

En toda la Segunda Guerra Mundial, fue la ciudad que sufrió el bombardeo más devastador en Europa.

Durante el bombardeo, que duró una semana, gran parte de la iglesia de San Nicolás fue destruida. Después que los incendios se extinguieron y el humo se disipó, solo la torre de la catedral quedó en pie y, para sorpresa de todos, intacta. 

Después del final de la guerra, mientras gran parte de la ciudad de Hamburgo era reconstruida poco a poco desde los cimientos, se decidió no reconstruir la iglesia. En lugar de ello, la torre se dejó tal como estaba, para que sirviera de monumento y, por último, como museo dedicado a conmemorar el bombardeo específico de Hamburgo, así como las atrocidades de la guerra en general. Una placa en el exterior del lugar dice:

La historia de St. Nikolai refleja la historia general de Hamburgo y, en particular, de los acontecimientos que rodearon los ataques aéreos de 1943... La antigua iglesia, sin embargo, sirve como sitio conmemorativo central dedicado a las víctimas de la guerra y tiranía nazi. Nos recuerda los acontecimientos del verano de 1943, tanto sus orígenes como sus consecuencias.

Es un recordatorio sombrío y aleccionador. Lo que, por lo general, se consideraría una monstruosidad en medio de Hamburgo, San Nicolás exige nuestra atención y consideración por el peso de la historia que hay detrás. Incluso en medio del tráfico, nos mira fijamente y no nos deja evitar su mirada. 

Después del final de la guerra, mientras gran parte de la ciudad de Hamburgo era reconstruida poco a poco desde los cimientos, se decidió no reconstruir la iglesia. 

Hoy en día, la iglesia de San Nicolás se erige como un lugar de rememoración y luto, lo que le permite a la ciudad llorar la tragedia específica de la Operación Gomorra. Al mismo tiempo, también nos recuerda al resto de nosotros la desolación que trae la guerra, una advertencia de nuestro propio potencial para la violencia y el odio. Es una manifestación visible de nuestros peores impulsos. No podemos apartar la mirada, aunque no queramos verla.

Al seguir mi viaje por Hamburgo, la aguja carbonizada de San Nicolás estaba siempre en la periferia. Sigue siendo la catedral más alta de la ciudad, y es fácil de ver desde la mayoría de los miradores. Su recuerdo, inquietante y conmovedor, me seguía mientras exploraba la ciudad. Me invitaba a llorar y a cambiar.

“La esperanza es que Dios responda al sufrimiento humano que se comunica de todo corazón a través del lamento”.

Soong-Chan Rah, en su libro Lamentación profética (Prophetic Lament), escribe: “El lamento en la Biblia es una respuesta litúrgica a la realidad del sufrimiento e involucra a Dios en el contexto del dolor y los problemas. La esperanza del lamento es que Dios responda al sufrimiento humano que se comunica de todo corazón a través del lamento”. La práctica no es solo una confesión sincera de circunstancias pasadas o presentes, sino también una súplica a Dios para que intervenga y traiga sanidad.

Para que se produzca la restauración, es crucial que los cimientos perniciosos sean puestos al descubierto y expuestos, ya sean transgresiones personales o institucionales, o relacionadas con situaciones en las que hemos sido víctimas. En su sermón “Al caminar por valles oscuros”, el Dr. Stanley nos recuerda: “No solo aprendemos más en la oscuridad que en la luz, sino que quiero que usted recuerde esto: Dios quiere que compartamos lo que hemos aprendido en la oscuridad”. Al ofrecer nuestros gritos de dolor a Cristo, nuestro lamento y nuestra confesión no solo tienen como objetivo absolvernos de nuestras transgresiones del pasado, sino también reforzar nuestra esperanza en un futuro más justo.

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