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El poder de la oración

El regalo más valioso que Julie Beemer puede dar a los refugiados en el Líbano es el amor de su salvador personal.

Joseph E Miller 1 de noviembre de 2020

Es un día abrasador de finales del verano. Julie Beemer, una misionera estadounidense, conduce a un grupo de visitantes por las calles de un pequeño pueblo del valle de la Becá, una región fértil en el este del Líbano. Dentro de una barbería, adolescentes practican los últimos estilos entre ellos. Al lado, un carnicero prepara una oveja para Eid-al Ahda, la fiesta musulmana en la que se recuerda la historia de Abraham.

 

Beemer lleva su grupo a un campo de refugiados cercano dirigido por la ONU. El campamento fue construido hace ocho años para personas que huían al otro lado de la frontera durante la guerra civil. Beemer y su esposo Matt fundaron una organización misionera y se establecieron en el Líbano para enviar misioneros por todo el Medio Oriente y norte de África.

Beemer regresa al campamento cada vez que le es posible. A menudo reparte alimentos y provisiones a estos extranjeros que han sido expulsados de sus hogares, pero que son receptivos al evangelio. Y gracias a la colaboración de Ministerios En Contacto, ha podido presentarles el Mensajero. Beemer recuerda haber escuchado por primera vez al Dr. Stanley cuando era adolescente en los Estados Unidos. “Me encantaban su predicación y su equilibrada enseñanza práctica, lo que me daba mucho en qué pensar a lo largo del día”, afirma. Y ahora puede utilizar la misma enseñanza, traducida al árabe, con los refugiados que espera alcanzar para Cristo.

En una casa del campamento, la matriarca de la familia la saluda con un cálido abrazo. “Recuerdo que oramos por ti y por tu bebé”, le dice Beemer. “Y tu esposo, ¿ya se siente mejor del dolor de pecho?”. Sonriendo, la mujer le dice que sí. Luego cuenta que su hermana tiene diabetes y necesita oración, y Beemer escucha con atención mientras sostiene al niño más pequeño de la familia. La mujer, que ha mostrado interés en Cristo desde que recibió un Mensajero, está convencida de que las oraciones de la misionera por su esposo fueron efectivas. Beemer toma su mano y ora para que el Gran Médico haga su buena obra una vez más.

En otra casa, Beemer es recibida por Fátima y su hermana María, ambas viudas por la guerra. Agradecida por un Mensajero que recibió hace un tiempo, Fátima le dice a Beemer que escucharlo le dio paz. Lamentablemente, agrega que su hijo con necesidades especiales lo rompió por accidente. “Por favor, si tiene otro, me encantaría recibirlo”. Beemer accede con gusto.

“Estos Mensajeros pueden ser pequeños”, dice Beemer, “pero tienen mucho contenido. Al escucharlos, las palabras llegan al corazón”.

Las mujeres le piden a Beemer que ore antes de que se marche, principalmente por sus hijos. Ellos no han ido a la escuela en siete años, y las madres están preocupadas. Beemer toma sus manos, inclina su cabeza y hace lo que más ama: le pide al Padre celestial que continúe dándose a conocer entre los refugiados que ella tanto ama.

 

Fotografías por Ben Rollins

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