El Señor no creó la Tierra tan solo para ser admirada por su belleza, sino para ser el hábitat ideal para la corona de gloria de su creación: la humanidad.
Cuando el Señor Jesús comenzó su ministerio terrenal, también se centró en las personas. Dondequiera que iba, ministraba a aquellas con necesidades físicas, emocionales y espirituales. Entonces, ¿no tendría sentido que las personas fuesen también nuestra prioridad?
—Charles F. Stanley
Muy a menudo, las noticias nos recuerdan todas las formas en las que está sufriendo la humanidad. En especial ahora, vemos a nuestras comunidades sufrir a través de crisis mundiales y nacionales. Pero de vez en cuando, leo noticias sobre personas que ayudaron cuando no tenían por qué hacerlo.
Por ejemplo, hace poco me enteré de un hombre que cortaba el césped para excombatientes de guerra, ancianos, personas con discapacidades e incluso padres solteros en su comunidad. Ahora ha viajado por todo el país, dando cuidado gratuito de césped en los 50 estados, y estos esfuerzos se han convertido en un movimiento nacional, inspirando a niños y adolescentes a cortar el césped de sus vecinos.
A lo largo de las Sagradas Escrituras se nos exhorta a apoyarnos unos a otros haciendo el bien y compartiendo lo que tenemos (Hebreos 13.16), mostrando hospitalidad (Romanos 12.13) y sobrellevando las cargas de los otros (Gálatas 6.2). Incluso el acto, en apariencia pequeño, de reconocer el dolor y ofrecer una palabra de consuelo, puede brindar calidez y aliento. Y durante tales interacciones, Dios puede revelar una necesidad específica que usted puede satisfacer, o una forma en la que puede ayudar.
Estas experiencias no siempre serán fáciles, pero de la misma manera que el Señor nos anima a servirnos y confortarnos unos a otros, Él promete consolarnos y sostenernos también (2 Corintios 1.3, 4; Salmo 55.22). Es importante recordar que todos fuimos creados y llamados a vivir en comunidad unos con otros.
Ilustración por Adam Cruft