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El hombre que me ayudó a preguntar: “¿Por qué no?”

Cómo las conversaciones con Leighton Ford cambiaron el curso de mi vida.

Matt Woodley 26 de noviembre de 2024

En el otoño de 2009, después de haber cumplido los 50 años y pasado 22 en el ministerio pastoral, me sentía agotado, desorientado y solo. Mi matrimonio se estaba derrumbando. Sabía que necesitaba dejar el ministerio, pero estaba tan cansado y atascado que no podía dar un paso. Recuerdo que un amigo me hizo una pregunta sencilla: “¿Te gusta la persona en la que te estás convirtiendo?”. Al instante supe la respuesta: No, no me gustaba mi futuro yo. Mantenía a la gente a distancia y me alejaba de la verdadera intimidad. Había perdido interés por... bueno, por todo.

Ilustración por Hokyoung Kim

Durante esta oscura noche del alma, alguien me hizo una sugerencia que cambió toda mi trayectoria: “Deberías hablar con Leighton Ford”.

Con 1,93 metros de altura, cabello blanco ondulado, gafas de montura metálica y una amplia sonrisa, Leighton no puede evitar llamar la atención. Entra en una habitación y la gente lo mira como si hubieran visto a un gentil león. Estaba casado con Jean, la hermana de Billy Graham, y al principio de su carrera fue uno de los principales líderes del ministerio de evangelización mundial de Graham. La vida de Leighton transcurría entre grandes reuniones y viajes por todo el mundo. Pero algunas preguntas seguían agitando su alma: ¿Dónde están todos los líderes más jóvenes? ¿Y quién está siendo mentor de la próxima generación?

Entonces, tras la trágica muerte de su hijo Sandy, de 21 años, Leighton sintió que su vida se estaba profundizando y de alguna manera reenfocándose hacia un nuevo objetivo. Caminando por ese valle de dolor y viviendo a la sombra de esas acuciantes preguntas sobre los líderes más jóvenes, Leighton hizo un cambio. Más tarde escribió: “Cada vez más veía mi llamado como alguien para conectar y ser mentor. Para identificar, desarrollar y reunir a los jóvenes evangelistas emergentes de todo el mundo... Habiendo sido conocido como orador, ahora estaba escuchando mucho más. De dirigirme a grandes multitudes, ahora estaba teniendo conversaciones cercanas y personales con grupos pequeños e individuos”. A partir de ese momento, Leighton se llamó a sí mismo “un compañero de viaje”.

Cuando contacté a Leighton en 2009, me dijo que viniera a su casa en Charlotte, Carolina del Norte, y pasara tres días con él. Cada mañana salíamos y paseábamos por parques y arroyos cercanos con su perro Wrangler. A lo largo del camino, Leighton me hacía preguntas y luego escuchaba. Prefería hacer preguntas sencillas pero inquisitivas como: “¿Quién eres? ¿A quién perteneces? ¿Qué vas a hacer?”. A veces se detenía, echaba la cabeza hacia atrás y comenzaba a orar. Él creía y vivía como si el Señor Jesús estuviera caminando justo a nuestro lado. Para Leighton, dos amigos en un viaje siempre estaban acompañados por un tercero.

Después de mi primera noche con él, regresé a mi habitación del hotel y transcribí una de nuestras conversaciones:

YO: Nunca tenía tiempo para estar con Dios o con otras personas porque siempre estaba muy ocupado.
LF: ¿Por qué?
YO: Porque tenía que servir a la iglesia y atender las necesidades de la gente.
LF: ¿Por qué?
YO: Porque había muchas necesidades y ese era mi trabajo.
LF: ¿Por qué?
YO: Para que la gente me quisiera y entonces me sentiría bien.
LF: ¿Por qué?
YO: Porque esa era mi identidad.
LF: ¿Por qué?

No tuvo que machacar su punto con un sermón. Lo entendí después de su tercer “por qué”.

Esa fue para mí la esencia del ministerio de amistad espiritual de Leighton. Solo me llevó a la presencia del Señor Jesucristo, así que me sentí un poco más completo y un poco más esperanzado en el camino hacia la sanación.

En un momento de ese fin de semana, me preguntó: “¿Cuál es tu sueño?”. Suspiré y le dije: “Una vez tuve un sueño, pero ya no sueño más. Eso dolería demasiado”. Por su insistencia, describí el sueño que murió: Quería ser el pastor exitoso y popular de una iglesia próspera.

Leighton guardó silencio durante un largo rato. Contemplamos el viento que soplaba entre las hojas del patio trasero de su casa. Luego dijo: “Matt, a veces hay tiempos entre sueños. ¿Has pensado que estás en uno de ellos?”. Después de hacer una pausa, continuó: “El primer sueño se desbarató. Pero ¿y si Dios quiere traer otro? ¿Cómo se vería eso para ti?”.

“De acuerdo”, dije, “mejor lo suelto de una vez. Si alguna vez vuelvo a ser pastor, y ese es un gran 'si', quiero comenzar una iglesia pequeña, guerrera, y multiétnica, en una comunidad desfavorecida de Chicago”. La claridad y la convicción de mi visión me sorprendieron. Me sentí avergonzado. ¿Qué estoy diciendo? me pregunté. Hay tantas razones por las que este sueño es una mala idea, y yo no soy la persona adecuada para perseguirlo”.

Pero Leighton sonrió, se inclinó hacia delante en su silla y dijo dos palabras: “¿Por qué no?”

Ese sueño nunca se materializó, pero no importaba. Después de hablar sobre las posibilidades, volví a sentir que algo se agitaba en mi alma, y la sola esperanza de esa visión bastó para sostenerme “entre sueños”.

***

Después de esa visita, no tenía la intención de volver a ver a Leighton. Pero en 2010, me mudé a Chicago para trabajar en Christianity Today, y en mi función editorial me puse en contacto con Leighton para ver si estaría dispuesto a escribir algunos artículos. Luego, el año pasado, nuestros caminos se cruzaron de nuevo cuando me invitó a un evento enfocado en formar a más hombres y mujeres como mentores de otros líderes cristianos.

Un día durante el evento, Leighton, de 92 años, algo encorvado, pero todavía con su cabello blanco ondulado y su figura alta y delgada, se unió a nosotros para dirigir una de las sesiones. Me dio un abrazo y me dijo: “Matt, deberías venir a Charlotte a visitarme otra vez. ¿Podemos hacerlo realidad?”. Comencé a preguntarme si Dios me estaba llamando a una nueva etapa, alejándome de un ministerio ocupado y amplio hacia más “conversaciones cercanas y personales”.

Así que, catorce años después de aquella primera visita, disfruté de unos días más con ese hombre. Su amada esposa, de 70 años, estaba muy enferma en ese momento, y él había pasado largas horas cuidándola. Leighton se veía cansado, pero hizo espacio para mí. Aun así salimos a caminar, pero esta vez la caminata fue más corta y más lenta. Pasamos la mayor parte del tiempo sentados en su estudio, rodeados de pilas de libros sobre teología, el entrelazamiento entre fe y tecnología, filosofía y, por supuesto, de sus favoritos: de poesía. Mucha poesía.

Leighton todavía hacía sus preguntas características y profundas. “Entonces, Matt”, comenzó, “¿por qué estás aquí?” Perplejo, le dije: “¿Quieres decir por qué estoy aquí en la Tierra o por qué estoy aquí sentado en esta silla en tu oficina?”. Él contestó: “¿Qué tal si por ambas cosas?”

Ahora era mi turno de guardar silencio. Leighton echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y esperó. Al final, dije: “Leighton, no estoy seguro, pero tal vez estoy aquí porque quiero ser más como tú. Quizás Dios me está llamando a hacer lo que tú estás haciendo”.

Con toda sinceridad, todavía no estoy del todo seguro en cuanto a este nuevo sueño o de mi capacidad para perseguirlo. Pero ahora, después de recibir capacitación y financiamiento del ministerio de Leighton, estoy lanzando mi primer grupo de mentoría de tres días, compuesto por cinco plantadores de iglesias y un trabajador global del Medio Oriente.

Por un lado, estoy emocionado, porque espero que este sea el primer paso en la próxima fase de mi vida. Por otro, estoy muy nervioso. Quiero que todo sea perfecto, desde el contenido hasta las conversaciones, desde el alojamiento hasta el café y los bocadillos. Pero luego recuerdo lo que Leighton me enseñó: Se trata de ser un amigo, de un guía que escucha, que hace buenas preguntas, y que luego escucha un poco más, siempre dejando espacio para esa Tercera Persona en el viaje. Así que, cuando empiezo a reflexionar sobre las razones por las que no soy la persona adecuada para la mentoría de otros, puedo escuchar a Leighton decir: “¿Por qué no?”

Han pasado varios años desde aquella difícil temporada de sentirme estancado. Soy una persona diferente de la que era, pero tampoco he “llegado” a ser con exactitud lo que esperaba. ¿Y sabe qué? Eso está bien. Trato de no preocuparme por dónde termino y en cambio me enfoco en seguir el llamado de Dios, donde sea que ese llamado me lleve. En última instancia, lo que me mantuvo a flote no fue un plan perfecto. Fue un hombre que me animó entre sueños, y ese es un regalo que espero compartir con otros.

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