Cuando estaba en el primer grado, me presentaron a Miss Kittle. No estoy hablando de un nuevo miembro del personal docente de la Escuela Primaria Summit Avenue; Miss Kittle era el nombre del programa de caligrafía que nos enseñaba a escribir números y letras. Sus hojas de cuaderno de trabajo estaban impresas en verde, de modo que, cuando trazábamos los caracteres, las marcas de nuestros gruesos lápices escolares eran discernibles con facilidad, revelando dónde nuestras letras G o M necesitaban ser mejoradas.

Practicar sin cesar con las “verdes” capacitaba a todos los alumnos a formar las letras de la misma manera. Entonces, ¿cómo terminamos cada uno con una caligrafía tan distinta? Incluso cuando todavía estábamos en el primer grado, podíamos identificar qué niño había escrito casi cualquier hoja, tan solo por la forma en la que se veían las letras. ¡Qué testimonio de la singularidad de cada persona! Y si hoy fuera posible recoger los autógrafos de esos compañeros de clase de hace tanto tiempo, estoy segura de que sus firmas actuales se diferenciarían más entre sí, y del elevado estándar de Miss Kittle.
Ese mismo año nos turnábamos para leer en voz alta mientras nuestra maestra, la señora Ashworth, apuntaba con su puntero cada palabra de Nuestro gran libro rojo de historias, una versión en tamaño póster de los pequeños libros que teníamos en las piernas. Ante cualquier error, incluso decir el artículo indefinido “un” en lugar de “una”, el puntero se detenía hasta que lo hiciéramos bien. A los 25 alumnos se nos enseñaba de la misma manera, pero al final nos convertimos en lectores con niveles muy diferentes de velocidad, comprensión y precisión.
Muchos años después, esa diferencia me ayudó a ver cómo Dios diseña de manera única e intencional a sus seguidores para sus propósitos, y diseña propósitos para sus seguidores. Me di cuenta de que la insistencia de la señora Ashworth en una precisión del ciento por ciento en la lectura, junto con mi personalidad perfeccionista, me capacitó para hacer lo que se conoce como subvocalización: pronunciar cada palabra en mi cabeza mientras leía. No soportaba cómo me frenaba eso, ya que las tareas en los grados superiores requerían una cantidad de tiempo terrible. Sin embargo, con el tiempo descubrí que la subvocalización es útil para la corrección de textos. Es decir, puedo “escuchar” cosas como repeticiones o demasiadas palabras con gerundio en una frase, y es fácil detectar rimas y ritmos involuntarios.
Dios diseña de manera única e intencional a sus seguidores para sus propósitos, y diseña propósitos para sus seguidores.
La Sagrada Escritura nos dice que incluso antes de que fuéramos formados en el vientre materno, Dios diseñó a cada uno de nosotros de acuerdo con su omnisciencia y sus sabios propósitos (Jeremías 1.4, 5; Salmo 139.16; Efesios 2.10). En 1956, yo no tenía idea de lo que era un corrector de textos, y mucho menos de que acabaría siendo uno de ellos. Tampoco sabía nada sobre el cristianismo, salvo que su fiesta de diciembre tenía algo que ver con un bebé, regalos y juegos de luces. Desde luego, no tenía idea de que ese bebé cambiaría mi vida un día. Pero Dios lo sabía, incluso antes de que yo naciera. Así que me dirigió hacia ciertas tendencias (incluida la afición por la gramática, que desconcertaba a mis amigos), y por último puso a la señora Ashworth y a su Gran libro rojo en la escena. Luego, años más tarde, una serie de “coincidencias” culminaron con la oferta de una posición de correctora de textos. Una posición en la que nunca había pensado, y nada menos que en una organización que habla al mundo sobre el Señor Jesús.
Y así, a medida que Ministerios En Contacto se ha esforzado por impactar a los creyentes y los futuros creyentes de Cristo, durante las últimas dos décadas ha sido un privilegio para mí ser parte del proceso. Estoy agradecida y todavía me sorprende que, ya desde el primer grado, sin que yo lo supiera, estaba siendo capacitada para un trabajo que me convenía y deleitaba. Un trabajo que llegaría a tener tanta importancia para mucha gente y durante mucho, mucho tiempo. De hecho, para siempre.