Cada mes pedimos a dos escritores que reflexionen sobre una cita del Dr. Stanley. En febrero, C. Lawrence y Joseph E. Miller exploran el papel del quebrantamiento en nuestro andar espiritual, y cómo nos lleva a una auténtica comunión con el Señor Jesús. Aquí hay un extracto del sermón del Dr. Stanley “La senda del quebrantamiento”:
“[Dios] desea llevar a cabo el propósito y la intención que tenía en mente al crearnos. Así que se propone algo bueno en nuestra vida. Quebrantarnos es parte del proceso. Ahora, cuando una persona es quebrantada, ¿qué significa? Significa que Dios ha sometido nuestra voluntad a la suya... Tal vez pensemos que nos falta educación, o que no tenemos recursos económicos, o que carecemos de prestigio, y todo lo demás. Pero el asunto no es ese… Dios nos usará en la medida en la que nos dejemos quebrantar y vivamos acorde con su voluntad, propósito y plan para nosotros. Él si tiene un propósito para su vida, no importa quién sea, ni lo que esté pasando”.

Dios nos usará en la medida en la que nos dejemos quebrantar y vivamos acorde con su voluntad, propósito y plan para nosotros.
Primera apreciación
por C. Lawrence
“Anúnciame gozo y alegría; infunde gozo en estos huesos que has quebrantado” (Salmo 51.8 NVI), escribió el poeta. Estas palabras, escritas por David después de que fue confrontado por su aventura con Betsabé, hablan de un tipo de quebrantamiento: el que experimentamos cuando llegamos a un punto bajo en nuestra vida. Y no hay nada más bajo que mandar a matar al marido de una mujer para evitar la vergüenza de un embarazo no deseado y tomarla como propia. (Véase 2 Samuel 11—12).
El Salmo 51 es el registro de la sacudida que uno puede experimentar en las manos de Dios —una descripción de lo que es para un Padre celestial amoroso desmenuzar nuestros huesos espirituales. Por esa razón, los cristianos han utilizado durante dos milenios la oración de contrición de David como modelo de confesión. Ese salmo es un ejemplo impresionante de humildad ante Dios en medio de las secuelas del pecado, y la humildad es la esencia del quebrantamiento. Línea por línea, el texto revela a un ser humano deshecho por su elección de lo que daña sobre lo que da vida, que es la operación fundamental del pecado en nuestras vidas. El pecado aleja y divide. Hace la vida más pequeña, la reduce, la destruye. Pecar no es tan solo hacer lo malo, sino que en realidad implica elegir el camino de la muerte en lugar del camino de la vida.
Qué lamentable que tan a menudo se necesiten calamidades, ya sean grandes o pequeñas, para despertarnos a la realidad. Pero no tiene por qué ser así. Hay otro camino para tener un “corazón contrito y humillado”, del tipo que dice el Salmo 51 “[Dios] no desprecia”. Es una condición a la que llegamos no solo por una crisis personal, sino gracias a la intimidad con Jesucristo en el Espíritu Santo.
Pecar no es tan solo hacer lo malo, sino que en realidad implica elegir el camino de la muerte en lugar del camino de la vida.
Quizás usted se esté preguntando cómo el tiempo a solas con el Señor, o adorarlo en medio de una congregación, puede conducir al quebrantamiento. ¿No es Él la fuente y el sustentador de toda la vida? ¿El restaurador de los muros rotos? ¿No dijo el apóstol Juan: “Dios es amor”? (1 Juan 4.16) Sí, pero a pesar de todo nuestro énfasis en la misericordia del Señor y en el Señor Jesús como el amigo que da su vida por nosotros (Juan 15.13), debemos recordar que Aquel a quien nos acercamos en oración y cánticos también está más allá de nuestro entendimiento; Él es Todopoderoso, majestuoso y santo.
Estar en la presencia de Dios es ser confrontado. No hay necesidad de un mazo o de una clase magistral. No es necesario reproducir las cintas de nuestros errores ni leer una larga lista de infracciones. Estamos en el resplandor de su amor, y la presencia misma del Todopoderoso nos revela con exactitud cómo somos, en particular cada fachada falsa que nos hayamos puesto, cada pecado, cada intento de dirigir nuestra propia vida. Tal vez por ello sea tan difícil apoyarse en la intimidad con Él, el porqué es tan fácil encontrarnos en una situación semejante a la de David, después de haber elegido nuestro propio camino y hecho un soberano desastre de las cosas.
La presencia misma del Todopoderoso nos revela con exactitud cómo somos, en particular cada fachada falsa que nos hayamos puesto, cada pecado, cada intento de dirigir nuestra propia vida. Tal vez por ello sea tan difícil apoyarse en la intimidad con Él.
Arrepentirse no es repasar mediante vanas repeticiones el alcance de nuestra maldad, enumerando cada detalle de cómo hemos pecado. Tampoco es azotarnos con la vergüenza y la culpa. El arrepentimiento es el acto de volver a casa, al amor de Dios, volvernos hacia Él y alejarnos de cualquier cosa que nos distraiga de ese fin. Arrepentirse es elegir el camino del quebrantamiento, renunciar al falso yo para convertirnos en lo que en realidad somos en el Señor Jesús. Es decirle: “Señor, quiebra mis huesos y deja que encuentre vida y alimento solo en ti”.
Sí, es posible elegir el quebrantamiento antes de que este nos elija a nosotros, andando en intimidad con Dios y dejando que el Espíritu Santo sea nuestra guía. Cuando estamos con Él, ya no necesitamos ser poderosos: podemos dejar de lado todas las preocupaciones terrenales y descubrir la libertad y gozo que ya tenemos en Cristo.
Segunda apreciación
Por Joseph E. Miller
Una de las preguntas más comunes que me hacen personas no cristianas cuando les hablo del Señor Jesús es alguna variación de “¿Cómo puede un Dios bueno permitir que suceda el mal?” Es una pregunta válida y de respuesta difícil. Yo he luchado con ella antes, y el Señor me dio su respuesta para mí, a través de la oración y las Sagradas Escrituras; aunque a menudo no sea lo bastante clara como para disipar las dudas de los demás. Debo comenzar mi respuesta a la mayoría de las personas admitiendo que sí, el mundo está, por desgracia, roto, pero Dios sigue siendo, por sobre todas las cosas, bueno. De una manera que quizás nunca entendamos, Él permitió que el quebrantamiento se produjera como parte de su voluntad para la creación.
Pero cada vez que vuelvo al espejo que es la Biblia, veo con mayor claridad lo que está roto en mí.
Para mí, reconocer mi propio quebrantamiento fue un gran paso para convertirme en cristiano. Y luego se convirtió en un catalizador profundo y un motor en mi alma para reconocer una y otra vez mi necesidad del Señor, a medida que aprendía a vivir mi fe. Años más tarde, al leer hoy los evangelios, todavía estoy creciendo en mi comprensión de lo que significa ser un discípulo. Pero cada vez que vuelvo al espejo que es la Biblia, veo con mayor claridad lo que está roto en mí. No hay placer en reconocer nuestras debilidades, nuestros fracasos, nuestras incapacidades, por lo que, a menudo, huimos de la oportunidad de enfrentarlos. Pero en una relación con Dios, no siempre podemos escapar del hecho de nuestro quebrantamiento, no si queremos acercarnos más a Él.
Por más duro que sea escucharlo, el quebrantamiento nos permite someternos al Señor, despojarnos de nuestra manera de vivir, de pensar, y en su lugar tener la mente de Cristo. (Véase 1 Corintios 2.16). El quebrantamiento no es solo un subproducto de la caída que causa estragos al azar. También es una forma en la que Dios trae su reino a nuestras vidas cuando decidimos seguir al Señor Jesús.