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Diga algo hermoso

El poder generador de hacer buenas preguntas

Winn Collier 1 de mayo de 2017

Una vez me senté frente a un hombre discreto al que no conocía bien, pero habíamos planeado pasar una tarde juntos. Pronto descubrí que él no era alguien inclinado a la conversación superficial. Habíamos estado sentados por apenas unos minutos cuando, sin prisa y sin tratar de crear una conversación, me preguntó qué sentía en mi corazón. Esta sencilla invitación abrió en mí un reservorio inexplorado, y las horas de conversación que fluyeron de allí fueron enriquecedoras y significativas.

 

Me escuchó con cuidado y atención. Su calidez y su naturalidad me hicieron saber que me recibiría tal y como yo estaba, sin expectativas. Recuerdo la manera en que seguía sonriéndome con placer genuino, como si él hubiera estado varado en una isla desierta, y yo hubiera llegado con noticias de casa. No se esforzó por sonar sabio o perspicaz. No trató de echar mano de una pregunta genial preempacada. Simplemente se dedicó a escucharme, y dejó que la curiosidad abriera el camino.

Mientras estábamos juntos, yo también sentía curiosidad por saber de él. Cuando llegó el momento de separarnos, estaba consciente de que algo vibrante había despertado en mí. Más tarde, él me dijo que lo mismo había sucedido con él. Solamente horas antes, habíamos sido simples conocidos, pero ahora éramos amigos. Bastaron unas pocas preguntas hermosas para que eso sucediera.

El poeta inglés David Whyte habla de la necesidad que tenemos de alimentar esta disciplina de “hacer preguntas hermosas”. Las preguntas hermosas son las que se hunden en los lugares profundos del alma y que acogen con satisfacción a otras personas, mientras buscamos conexión y amistad, y que abren un nuevo territorio que dos personas pueden compartir. Las preguntas hermosas dan por sentado que la persona que está frente a nosotros tiene muchos regalos únicos en su ser y mucha bondad que está esperando ser descubierta.

Jesucristo parecía el tipo de persona deseosa por aprender nombres e historias, sueños y temores, curioso por descubrir la belleza y la tragedia que había en cada historia.

Al estudiar la vida del Señor Jesús, descubrimos cómo modeló Él este arte de hacer preguntas. Al examinar los numerosos encuentros que tuvo el Señor con las personas, vemos cuántas preguntas profundas y fascinantes hizo. Cristo era alguien inmensamente curioso. A los aterrorizados discípulos en una barca azotada por una tormenta, les preguntó: “¿Por qué teméis?”. Después de ver la breve caminata de Pedro sobre el agua, y tras sacar al discípulo del mar frío, le preguntó: “¿Por qué dudaste?”. A Marta: “¿Crees esto?”, y a unos seguidores perplejos: “¿Esto les causa tropiezo?”.

Jesucristo, el Dios-hombre perfecto, nos revela cómo vivir en forma auténtica, cómo ser más plenamente nosotros mismos y cómo amar y acoger con satisfacción a los demás. Además, las Sagradas Escrituras desvelan una parte rara vez explorada de la humanidad del Señor: su método inquisitivo y de interés por las personas. Él buscaba relacionarse de manera significativa con hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ricos e indigentes, expertos en religión y quienes estaban en la periferia de ella. Con tantas de estas amistades, Jesús hacía preguntas que atravesaban el corazón y daban lugar a una conversación genuina. Él parecía el tipo de persona deseosa por aprender nombres e historias, sueños y temores, curioso por descubrir la belleza y la tragedia que había en cada historia.

Para que una pregunta sea significativa, tiene que ser genuina. A veces hacemos preguntas, no porque queramos conocer a una persona, sino porque tratamos de extraer información, hacer crecer nuestra reserva de conocimientos, manipular para obtener ventajas, o reforzar la imagen que queremos proyectar. Pero las preguntas del Señor fueron siempre genuinas, siempre en busca de una amistad sincera.

Porque todos somos portadores de la imagen de Dios, estamos seguros de encontrar algún punto de encuentro entre nosotros, no importa cuán diferentes podamos ser.

Muchos de nosotros no somos capaces de involucrarnos con otros por medio de preguntas hermosas, debido a que estamos abstraídos en nosotros mismos. Si estamos llenos con nuestra propia situación o con nuestros propios planes, entonces es casi imposible demostrar interés en cuanto al amigo o al cónyuge que está a nuestro lado. Si usted pasa mucho tiempo con los miembros de la familia o con colegas que nunca demuestran ningún interés acerca de usted o de su vida, es probable que se aleje sintiéndose solo y agotado. Las personas egoístas se consumen dentro de sus propios pequeños mundos, y consumen la vida de todos los que están a su alrededor. Las personas egocéntricas no son curiosas. En cambio, toda la vida del Señor fue una expresión de amor. No es de extrañar que Él estuviera colmado de tantas buenas y penetrantes preguntas.

Algunas preguntas inician una conversación, pero otras la cierran. Quienes están sinceramente interesados en los demás llegan con manos y mentes abiertas, preguntándose qué pudiera ser descubierto o qué belleza especial pudiera ser desenterrada. Las buenas preguntas dan por sentado un vínculo; dan por sentado que, porque todos somos portadores de la imagen de Dios, estamos seguros de encontrar algún punto de encuentro entre nosotros, no importa cuán diferentes podamos ser.

Si queremos cultivar la curiosidad generadora, debemos aprender a estar sin prisa, a encontrarnos con personas en la vida. Las preguntas hermosas son una forma de hospitalidad, de creación de espacio en el que alguien más puede vivir, donde esa persona puede ser escuchada y conocida. El Señor nos invita a adoptar su visión para la humanidad redimida, y las preguntas hermosas son una manera segura de hacerlo.

 

Ilustración por Valero Doval

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