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¿De quién son los dones espirituales?

Dios nos bendice a cada uno de nosotros para enriquecer al cuerpo de Cristo, no a nosotros mismos.

Michelle Van Loon 11 de febrero de 2023

Nota del editor: A veces un tema bastante abordado, como los dones espirituales, necesita ser explorado de una manera nueva para sentirnos vigorizados de nuevo. Nos encanta cómo esta historia de un día ficticio en la iglesia nos recuerda una verdad esencial sobre la vida en el cuerpo de Cristo.
Llevaba muchos meses sin asistir en persona a la iglesia y comencé a preguntarme en oración si mi presencia importaba. La primera semana que regresé, le pedí a Dios que me ayudara a ver desde su perspectiva lo que significaba reunirse con otros creyentes, y Él me ayudó.

Ilustración por Maria Lundström

En el lobby, que estaba lleno de actividad, tomé una taza y me serví café caliente, como lo había hecho en el pasado. Mientras buscaba una tapa, noté una pequeña caja envuelta en papel de regalo con mi nombre, escondida justo detrás de las azucareras.

“¿Alguien sabe quién dejó esto aquí para mí?”

El hombre que cada semana solía preparar el café para la congregación sonrió y se encogió de hombros mientras cambiaba una azucarera vacía por otra nueva. “No tengo ni idea. Supongo que tendrá que abrirla para resolver el misterio”.

Rompí el papel de regalo y descubrí que la caja estaba vacía, salvo por un papel con una sola palabra: “Servicio”.

Agarré un boletín de un adolescente que los repartía al entrar en el santuario y me dirigí a mi asiento habitual. Al sentarme, un sobre muy pequeño se deslizó del pliegue de las páginas del boletín y cayó al piso. Me sorprendió ver mi nombre en el sobre. Deslicé el dedo bajo la solapa para abrirlo y saqué la tarjeta que había dentro. Decía: “Ayudas”.

Mientras buscaba una tapa, noté una pequeña caja envuelta en papel de regalo con mi nombre, escondida justo detrás de las azucareras. 

Cuando las primeras notas de adoración abrieron el servicio, aparté el enigmático misterio de mi mente. Luego cerré los ojos y me uní a la congregación en la alabanza a Dios. Cuando volví a abrirlos, había una pequeña pila de cajas de regalo en la silla vacía a mi lado. Una estaba envuelta en papel brillante, otra estaba cubierta con un trozo del periódico del día anterior, y la tercera estaba metida en una bolsa de regalo. Abrí cada una de ellas con tanta calma como pude. Encontré las palabras “Exhortación”, “Discernimiento” y “Misericordia”, una metida dentro de cada caja.

Cuando fui a recoger las ofrendas de la congregación, noté en el plato un sobre de color naranja brillante con mi nombre. Lo tomé y abrí el sobre. Una pequeña tarjeta con una sola palabra cayó en el piso: “Dar”.

Cuando el pastor nos pidió que inclináramos la cabeza en oración antes de comenzar su mensaje, vi algo debajo de mi silla: un sobre de 9 x 12 pulgadas con mi nombre garabateado en el mismo. ¿Cuándo apareció eso? Doblé hacia atrás las lengüetas metálicas del cierre y un pequeño trozo de papel se deslizó en la palma de mi mano: “Enseñar”.

Cuando el servicio llegaba a su fin, me puse en pie y una amiga anciana se detuvo para contarme la historia de cómo Dios había devuelto la salud y la renovación espiritual a su hija enferma en estado de gravedad. Luego me puso en las manos una cajita envuelta como un regalo. “Esto es para ti”, dijo antes de desaparecer entre la gente. Abrí la caja y encontré las palabras “Fe” y “Curación” garabateadas en el interior de la tapa.

Cuando fui a recoger las ofrendas de la congregación, noté en el plato un sobre de color naranja brillante con mi nombre. 

Me senté de nuevo y comencé a juntar las cajas, los sobres y los pedacitos de papel que se habían acumulado a lo largo de la mañana. Un adolescente se sentó en el asiento vacío a mi derecha y me preguntó: “¿Qué tal está usted esta mañana?”

“Nunca antes había tenido una mañana como esta”, le dije.

“¿En serio? Yo pensaba que era un domingo bastante típico”.

Señalé la colección de regalos que había en la silla vacía a mi izquierda. “Fue la cosa más loca. La gente estuvo haciéndome regalos toda la mañana”.

Comencé a contarle toda la historia, pero me detuvo con una sonrisa. “¿Usted sabe que compartimos nuestros dones espirituales los unos con los otros cada vez que nos reunimos, ¿verdad?”. De repente, reconocí que la palabra “Sabiduría” estaba garabateada en letras al estilo grafiti en su camiseta.

Me había acostumbrado tanto al ritmo de nuestras reuniones semanales que lo había pasado por alto: Romanos 12.4-8 nos dice que el Espíritu Santo distribuye dones espirituales a cada miembro del cuerpo de Cristo. Su propósito al hacerlo es fortalecernos a todos juntos: “A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para el bien común” (1 Corintios 12.7).

El Espíritu Santo distribuye dones espirituales a cada miembro del cuerpo de Cristo. Su propósito al hacerlo es fortalecernos a todos juntos. 

Cuando hablamos de dones espirituales, algunos utilizamos el lenguaje de propiedad: “Mi don es ___”. El pronombre posesivo mi sugiere con sutileza que el don me pertenece a mí. Pero Dios concede a cada uno de nosotros un don (o dones) destinado a reflejar su carácter y fortalecer nuestro servicio mutuo. Las personas con las que me encontré en la iglesia aquella mañana estaban dando los dones que Dios les había concedido.

“Recuerde esto”, me dijo el adolescente al levantarse, “los dones que Dios le da a usted no le pertenecen en realidad. Se los dio para que usted pueda darlos a otros”.

Incliné la cabeza en oración, pidiéndole a Dios que llenara una de las cajas vacías que ahora sostenía en mis manos, y luego me puse de pie para unirme al cuerpo de Cristo reunido en el lobby de la iglesia después del servicio.

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