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Cuando no queda nada por decir

El duelo siempre es difícil de manejar, pero se siente más fácil con un amigo.

James Cain 28 de julio de 2024

Durante casi un año en mi adolescencia, mi familia vivió en una sencilla casa de un solo piso en la urbanización Wilderness Lane. Detrás de la casa había un arroyo que desembocaba en el arroyo Julington, que serpentea por Jacksonville, Florida. Tuvimos la suerte de tener como vecinos a una familia que tenía dos hijos. El mayor tenía mi edad, unos 14 años, aunque cada mañana él tomaba un autobús hacia una escuela preparatoria privada al otro lado de la ciudad. El chico menor tenía la edad de mi hermano y, al igual que nosotros, asistía a la escuela pública.

Ilustración por Hokyoung Kim

Pasamos la mayor parte de ese año, fuera del horario escolar, deambulando por los bosques detrás de nuestras casas. Disparábamos a serpientes y pájaros con pistolas de perdigones, pescábamos en el río St. John's, y en un estanque cercano cavábamos trincheras para el sistema de riego por aspersión de su familia, probábamos guantes de boxeo y hacíamos innumerables cosas más.

En los márgenes de mis recuerdos de ese año, y en el centro de algunos de ellos, se encuentra el padre de nuestros vecinos. Era alto, gentil y tranquilo, y tenía su cabello negro peinado hacia atrás en un estilo de cola de pato al estilo Johnny Cash. Ya no estoy seguro de si esto lo describe en absoluto, pero así es como lo tengo en mi memoria. Llevaba un uniforme al trabajo, y ahora que lo pienso, no lo recuerdo con otra ropa. Parecía tener una paciencia infinita para todo lo que nosotros, los chicos, decidíamos hacer, y nos ofrecía consejos para todos los proyectos (mayoritariamente inconclusos) que intentábamos.

Fue un año mágico, pero terminó de una manera abrupta. Mi papá se estaba mudando siempre. Nunca le gustaba quedarse mucho tiempo en un mismo lugar. Así que dejamos Wilderness Lane por otro vecindario de Jacksonville. Nuestro nuevo vecindario tenía aceras y piscinas en lugar de bosques y arroyos, y nuestros nuevos amigos jugaban fútbol americano y videojuegos. El estilo de vida que habíamos cultivado con esos primeros vecinos parecía tan lejano que bien parecía que nos habíamos mudado a otro estado en lugar de solo unos pocos kilómetros. Y como asistíamos a diferentes escuelas y nos movíamos en círculos diferentes, perdimos el contacto.

***

Después de más o menos un año, mi madrastra, se encontró con un antiguo vecino en el supermercado, y nos dijo que el papá de nuestros amigos había muerto. Escuchamos la noticia con incredulidad, y no podía imaginarme que el hombre que había conocido, simplemente se había… ido. Mientras ella contaba la noticia, un impulso altruista pareció despertarse en mi padre. Decidió que haríamos algo con nuestros viejos amigos, alguna actividad para recordarles que estábamos allí para ellos.

Mi hermano y yo no estábamos tan seguros, pero cuando papá organizó una visita para ver un grupo de helicópteros Apache que estaban estacionados en la Base Naval de Jacksonville, aprovechamos la oportunidad. Nos levantamos temprano un sábado y volvimos a Wilderness Lane.

Cuando llegamos, todo estaba igual, excepto que la casa tenía un aspecto sombrío y triste. Toqué el timbre, y mi amigo abrió la puerta, con sus grandes ojos azules tan brillantes como siempre. Su hermano estaba más atrás en la habitación. En mi recuerdo él parece pequeño, inseguro de nosotros. Nos apiñamos en silencio en nuestra minivan con una combinación de incomodidad y somnolencia. 

Pero cuando entramos en el hangar, esas máquinas monstruosas nos sacaron de nuestras tranquilas ensoñaciones. Hablamos sobre películas que habíamos visto, imaginamos estar sentados en una de esas cabinas en el aire y escuchar el sonido de los rotores al volar hacia la batalla. No mencionamos a su padre ausente, y tal vez eso fue un regalo. Nuestros amigos pudieron ser ellos mismos por un tiempo, dejar de lado su dolor para una experiencia que fue tanto normal como maravillosa. Nos detuvimos para comer hamburguesas de camino a casa y rememoramos, riendo con algunas historias. Cuando finalmente nos despedimos en su puerta, eso no se sintió tan definitivo como terminó siendo. Por desgracia, nunca más volví a verlos.

***

Recordé esa visita a los Apaches casi 30 años después, mientras me encontraba sentado en una habitación de hospital, viendo morir a mi propio padre muy rápidamente después de una larga enfermedad. Había llegado cuando él estaba menos lúcido, y se deslizó a la inconsciencia antes de que tuviéramos mucho tiempo para conversar. 

Así que, en vez de eso, tuve una conversación unilateral. Hablé con papá sobre nuestras vidas juntos, repasé los buenos recuerdos que teníamos, todo mientras mi esposa y mis hijos estaban sentados conmigo y escuchaban. Mi padre y yo estuvimos separados durante mucho tiempo, así que mi familia realmente no lo conocía. Pero yo estaba agradecido de tenerlos allí conmigo. Tal vez eso fue lo que mi amigo de la infancia sintió el día que vimos los helicópteros: la simple bendición de estar juntos.

Papá murió tranquilamente después de unos días en el hospital. Yo no estaba allí en el momento preciso en que sucedió, en lo cual no puedo evitar pensar, al menos no de manera directa. A él siempre le gustaba decir: “Fui un buen papá, ¿verdad?”, y yo siempre le decía que sí, en parte para aliviar su sentimiento de culpa, y en parte porque eso era verdad. Mi imagen de un buen papá era borrosa, desenfocada. Había estado distante durante tanto tiempo, apareciendo y desapareciendo en mi vida según su propia inexplicable agenda, que nunca tuve la oportunidad de entender quién era él o quién era yo como su hijo. Su relación con mi madre y mis hermanos fue tensa, pero nunca dudé que nos amaba a su manera.

Después del funeral de mi papá, después de que los toques de silencio desaparecieron y mi familia extendida regresó a sus vidas, a veces me preguntaba si yo era el único que lo recordaba, y llamé a mi hermano. Él y yo charlábamos un poco y llorábamos juntos a veces, pero qué regalo hubiera sido ir a algún lugar entonces, ver algo, cualquier cosa, increíble, con amigos que tal vez nunca volvería a ver. Habría recibido con agrado una escapatoria así: recordando aventuras y recuerdos compartidos, sin sentir la carga de llenar el silencio con cumplidos, sino simplemente experimentar la presencia firme de los demás. Es el tipo de consuelo que una persona enlutada podría no pensar en pedir. Pero es un regalo mayor de lo que podríamos imaginar al principio. Los amigos de Job entendieron eso, al menos al comienzo. Se sentaron con él en silencio, estuvieron presentes con él en su dolor.

Ahora, al acercarme a la edad que tenía el padre de nuestros amigos cuando murió, finalmente he llegado a ver lo que mi propio padre pareció saber todos esos años. Cuando usted ha perdido a alguien, es un regalo extraordinario tener personas cerca. Si saben algo de su pérdida, si pueden recordar con usted por qué llora, tanto mejor. Pero si solo pueden estar con usted, incluso en silencio, ese regalo también significa mucho.

Mi padre no era perfecto, pero sí sabía que, aunque nuestro pesar debe llevarse solo, tener a alguien que nos acompañe puede aligerar la carga. Estoy agradecido por esa lección, y por el hombre que me la enseñó.

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