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Cuando Dios no actúa

¿Qué debemos hacer cuando hay una brecha entre nuestras expectativas y el tiempo de Dios?

Charles F. Stanley

Cuanto más rápido se mueva nuestra sociedad, más resultados inmediatos esperamos. ¿Por qué tendríamos que esperar si la información está disponible al instante en nuestros teléfonos o computadoras, la comida está a solo unos clics de distancia, las películas se transmiten directamente a nuestros hogares y podemos comprar lo que queramos ahora y pagar después? Nos encanta la conveniencia de un mundo enfocado en nuestra ocupada agenda y nuestros deseos. Pero Dios no actúa de esa manera.

Fotografía por Grant Legassick

Cuando llevamos nuestras necesidades al Señor en oración o leemos una promesa en su Palabra, a menudo esperamos que Él responda de inmediato. Y si una situación no cambia o una promesa no se cumple, nos sentimos desconcertados y nos preguntamos por qué Dios no está haciendo nada. Pero lo que en verdad importa no es si Él está activo, sino si estamos dispuestos a confiar en Él cuando no está respondiendo como esperamos.

Todos hemos experimentado esto, cuando hay una brecha entre nuestras expectativas y el tiempo de Dios. Puede parecer que Él nos ha dejado para que resolvamos los problemas de nuestra vida por nuestra propia cuenta, pero no es así en absoluto. Dios nunca abandona a sus hijos, y siempre dispone todo para nuestro bien, incluso si no podemos entender con exactitud lo que está haciendo. Desde nuestra perspectiva, parece que no está haciendo nada, pero juzgamos mal el propósito final del Señor, y no vemos todo lo que está haciendo durante ese tiempo.

La forma en la cual reaccionamos es de vital importancia.

Estoy seguro de que todos hemos sentido la tentación de ayudar a Dios manipulando las circunstancias. Este fue, sin duda alguna, el caso de Abram y Sarai en Génesis 16. Cuando Abram tenía 75 años, el Señor prometió hacer de él una gran nación (Génesis 12.1-4). A pesar de que él y Sarai no habían podido tener hijos, Dios le prometió un hijo y descendientes tan numerosos como las estrellas del cielo (Génesis 15.1-6).

Sin embargo, diez años después de la promesa, la pareja aún no tenía ningún hijo. Para empeorar la situación, se estaban envejeciendo más. La situación parecía desesperada, así que Sarai intervino con una solución. Su intento de ayudar a Dios arroja luz sobre algunos errores comunes que cometemos cuando nuestra confianza en las promesas del Señor comienza a debilitarse.

Sarai se impacientó con Dios.

Una sensación de urgencia creció con el paso de los años. “Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril” (Génesis 16.2). Quizás había esperado que Dios quitara su esterilidad de inmediato después de darles la promesa de un hijo, pero Él no lo hizo. Y ahora era demasiado tarde para que ella tuviera un bebé. De seguro asumió que el Señor esperaba que ellos hicieran algo en cuanto a la situación.

¿No es así como pensamos muchas veces? Pero si consideramos en serio quién es Dios, veremos lo absurda que es nuestra suposición. El Señor que creó el tiempo, es quien lo controla y lo utiliza para lograr sus propósitos. Nuestro Dios fiel y perfecto creó esos planes hace mucho tiempo, y nadie puede frustrarlos (Isaías 25.1; 14.27). No necesitaba la ayuda de Sarai y no necesita la nuestra. Lo que nuestro Padre desea de nosotros es obediencia a lo que Él dice, y paciente perseverancia mientras esperamos su momento perfecto.

Sarai dejó que la cultura influyera en su pensamiento.

Mientras pensaba en el dilema, Sarai siguió las normas culturales de su época, en vez de esperar en el Señor. La infertilidad era una vergüenza y un oprobio en el antiguo Medio Oriente, y una de las formas en la que una mujer superaba esta deshonra era dando a su marido una joven esclava para tener un hijo. Una vez que nacía el bebé, la esposa se convertía en la madre legal, y se olvidaba la deshonra.

Aunque nuestras situaciones pueden ser diferentes, también podemos ser culpables de tratar de cumplir la voluntad de Dios a través de recursos mundanos. Esto ocurre con frecuencia cuando dejamos que otras personas nos influencien con sus opiniones. Sin embargo, no podemos hacer lo que el Padre celestial quiere que hagamos si nos dejamos guiar por lo que todos los demás están haciendo, y eso incluye incluso a cristianos bien intencionados que carecen de discernimiento y siguen las normas de la cultura. Debemos tener cuidado de no dejar que nuestro deseo de una solución rápida supere nuestra confianza en la fidelidad y en la sabiduría del Todopoderoso para actuar en el momento adecuado.

Por eso es importante conocer la Biblia; así podremos detectar las ideas que son contrarias a la Palabra de Dios. Romanos 12.2 lo expresa de esta manera: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Sarai sugirió una solución lógica y pragmática.

Como tenía una sirvienta egipcia llamada Agar, Sarai le dijo a Abram: “Te ruego que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella” (Génesis 16.2). Debió haberle parecido la forma más razonable de abordar el problema de su falta de hijos. Además, funcionó. Abram hizo lo que Sarai sugirió, y Agar concibió (Génesis 16.4).

Ahora bien, no todo lo que funciona es necesariamente correcto; el éxito no garantiza que Dios esté en ello. Él ordena no solo el resultado sino también los medios por los cuales lo logra. El tiempo para el nacimiento del hijo prometido no había llegado todavía, y la madre que el Señor había elegido para ese bebé era Sarai, no Agar (Génesis 18.10). Así que, aunque Abram y Sarai se le adelantaron al Señor y consiguieron el hijo que querían, no era el hijo prometido.

Muy a menudo, esto es en realidad lo que nos sucede cuando tratamos de ayudar a Dios a responder nuestras oraciones o a cumplir sus promesas. Podemos llegar a nuestro resultado deseado, pero no es del Señor. Lo único que hemos hecho es conformarnos con algo inferior a lo mejor de Dios, y al igual que Abram y Sarai, al final tendremos que lidiar con las consecuencias de nuestra decisión.

Siempre que llenamos el espacio entre nuestras expectativas y el momento perfecto de Dios, surgen los problemas. La técnica de Abram y Sarai para formar su familia resultó en un conflicto. Después de que Agar concibió, despreciaba a su ama. Sarai respondió culpando a su marido y tratando a Agar con dureza (Génesis 16.4-6). Con el tiempo, surgió más conflicto entre el hijo de Agar, Ismael, y el hijo prometido, Isaac, a quien Sara dio a luz de manera milagrosa catorce años después (Génesis 21.1-10). Y, por desgracia, esta animosidad continúa hasta el día de hoy.  

Debemos reconocer el problema de fondo.

Siempre que estamos impacientes con el Señor, mostramos falta de confianza. Pero esas dudas son injustificadas cuando consideramos su carácter. El Señor está infinitamente más allá de nosotros en cuanto a conocimiento, sabiduría y poder. También es soberano sobre cada circunstancia de nuestras vidas, y nunca se equivoca en lo que tiene que ver con nosotros, ni en lo que elige, ni en cómo y cuándo lo lleva a cabo. En otras palabras, el Señor es digno de nuestra confianza, paciencia y obediencia. Así que, esperemos en Él cuando tarde, sabiendo que siempre cumple su Palabra, y ha prometido atender todas nuestras necesidades.  

Reflexione

Es fácil ver el desatino de la acción de Abram y Sarai, pero cuando usted está en medio de una situación urgente, es posible que no reconozca que está haciendo lo mismo que ellos: adelantarse a Dios. ¿Alguna vez se impacientó con el Señor cuando Él no respondió a su petición de oración tan pronto como quería? Si una necesidad es apremiante, es difícil quitar la vista de la situación y concentrarse en las verdades acerca del Altísimo; pero esta es la única manera de tener paz en medio de los problemas, el dolor o las dificultades.

Piense en una situación del pasado en la que Dios no le respondió tan rápido como usted esperaba. ¿Intentó usted ayudarlo de alguna manera? Esto puede ser difícil de determinar, porque esperar en el Señor no siempre significa no hacer nada. Por ejemplo, si está orando por un trabajo, Dios espera que lo busque en vez de simplemente sentarse a esperar que le caiga en los brazos. En temas no considerados en las Sagradas Escrituras, debemos confiar en la guía del Espíritu Santo mientras Él abre y cierra puertas. De cualquier forma, no queremos seguir adelante sin Él.

Otro problema que usted podría enfrentar es el de confiar en la orientación de otras fuentes diferentes a Dios. ¿Acepta más las perspectivas culturales o el consejo de la gente, que la voluntad del Padre celestial revelada en su Palabra? Aunque aprender a pensar bíblicamente toma tiempo, vale la pena todo sacrificio que usted pueda tener que hacer.

Ore

Padre celestial, solo Tú eres sabio y fiel. Hazme conocer tus caminos, enséñame tus sendas y guíame en tu verdad. Porque Tú eres el Dios de mi salvación, y por ti espero todo el día (Salmo 25.4, 5). Dame la gracia de confiar más en ti. Te doy gracias y te alabo por responder mis oraciones y cumplir tus promesas. Amén.  

Meditate

Ponga en práctica

Aunque no se puede volver atrás para corregir las consecuencias de no esperar en el Señor, usted puede comenzar hoy a hacer cambios que le protegerán de cometer los mismos errores.

  • Cuando tenga la tentación de impacientarse con el Señor, trate de leer el libro de los Salmos para recordar quién es Dios. Concéntrese en sus atributos y luego hágase esta pregunta: ¿Quién es más capaz de determinar el momento y la manera correcta de manejar mi situación —Dios o yo?

  • Pídale al Señor que le muestre cualquier forma en la que su pensamiento, en lugar de ser moldeado por la Palabra de Dios, ha comenzado a alinearse más con la lógica pragmática del mundo. Recuerde: Solo porque algo funciona, no significa necesariamente que sea del Señor.

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