Todos tenemos nuestra cuota de heridas emocionales infligidas por un amigo cercano o ser querido. En una situación ideal, podemos encontrar una forma de perdonar hablando con la persona y resolviendo el problema juntos. Pero ¿qué pasa si la reconciliación con quien le hizo daño no es posible o está fuera de su control?
Ilustraciones por Nomoco
Quizás esa persona ha fallecido sin haber hablado con usted. O quizás, por una razón u otra, la persona es inalcanzable o ya no forma parte de su vida. Para aquellos de nosotros que lidiamos con esa ausencia y falta de solución, el sentido de la pérdida se siente mucho más grande. Nos quedamos reviviendo recuerdos de lo que alguna vez fue, anhelando lo que podría haber sido. El pasado es un acorde no resuelto, disonante e incómodo. ¿Qué podemos hacer para perdonar en una situación como esta?
Es un problema sin una solución sencilla, pero creamos esta guía para ayudarle a comenzar el desafiante (y necesario) trabajo del perdón. Tenga en cuenta que estos consejos no están destinados a ser una lista de tareas, sino más bien un proceso llevado a cabo con el tiempo. Al igual que el duelo, este tipo de perdón debe trabajarse a su propio ritmo. Es probable que el alivio no ocurra de inmediato, y podría haber momentos en los que las emociones que pensaba haber manejado vuelvan a aparecer. Oramos para que durante esos momentos en los que su corazón se amargue, o el dolor de su pasado cree una niebla sobre su presente, estos ejercicios guiados sirvan como maneras prácticas y valiosas para promover el proceso de sanación. Tan solo haga lo que pueda, cuando pueda.
Enfrente sus sentimientos
Puede parecer contradictorio, pero el hecho de reconocer sus sentimientos de dolor, le permite dejarlos ir. A menudo, negamos nuestras emociones negativas para evitar el dolor que puede causar expresarlas. Pero de lo que quizás no nos damos cuenta es que permanecer atrapados en patrones de pensamiento negativos y hostilidad, nos perjudica. Según investigadores de la Universidad de Johns Hopkins, “la ira crónica nos pone en un modo de lucha o huida, lo que resulta en numerosos cambios en la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la respuesta inmune. Estos cambios, a su vez, aumentan el riesgo de depresión, enfermedades cardíacas y diabetes, entre otras condiciones. Pero el perdón calma los niveles de estrés, lo que conduce a una mejor salud”. Por otro lado, a veces evitamos nuestros sentimientos de ira y decepción porque pensamos que reconocerlos es de alguna manera pecaminoso. Pero recuerde que incluso el Señor Jesús sintió emociones negativas —y Él era sin pecado. Tener un sentimiento no es pecaminoso. Además, reconocer o aceptar un sentimiento no es lo mismo que revolcarse en él o alentarlo.
La verdadera sanación puede ocurrir cuando enfrentamos los sentimientos que ocupan tanto espacio en nuestra mente y nuestro corazón. Después de haber enfrentado las emociones, ya no tenemos que cargarlas. He aquí algunas maneras de reconocer y aceptar los sentimientos, según lo recomendado por consejeros que ayudan a otros a través de la “terapia de perdón”:
Observe las emociones a medida que surgen. Si ha estado evitando ciertos sentimientos durante un tiempo, esto puede no surgir de forma natural al principio, pero lo hará con el tiempo y la repetición. Una de las formas más sencillas de notar una emoción es observar cómo se manifiesta en su cuerpo. Por ejemplo, podría darse cuenta de que se le hacen nudos en el estómago o que sus hombros están tensos con frecuencia. O quizá se enoja o angustia de manera desproporcionada en una situación fácil de resolver. Todos estos son indicios para hacer una pausa y observar sus emociones (sin intentar resolverlas). Está bien si no nota sus sentimientos en el momento, sino solo después del hecho; cualquier observación es un paso en la dirección correcta.
Identifique los sentimientos. Las investigaciones muestran que identificar las emociones tiene un efecto poderoso en el papel que cumplen en nuestro espíritu. Pone distancia entre nosotros y la emoción misma, de manera que en lugar de sentirnos impotentes, nos damos cuenta de nuestra propia capacidad para tomar decisiones. Es la diferencia entre pensar “soy mi ira” y “siento ira”. Identificar las emociones nos ayuda a entender que podemos experimentarlas sin convertirnos en ellas.
Busque una “rueda de sentimientos” en Google. Es mucho más fácil identificar una emoción eligiendo de una lista de palabras, que tratar de pensar en una por su cuenta.
El rey David identificaba sin cesar sus sentimientos a lo largo de los Salmos. Lea y medite en el Salmo 69, y vea si se siente animado a identificar las emociones que está experimentando.
Mantenga un diario. En algunos aspectos, esto es una exploración más profunda de los dos puntos anteriores. No siempre tenemos tiempo para una reflexión prolongada, pero cuando las emociones están altas, es un ejercicio valioso. Identifique cuándo y por qué sintió una emoción particular. ¿Qué estaba sucediendo? ¿En qué estaba pensando? Cuantos más detalles capte, mejor. Puede revisar sus notas más tarde cuando esté en un estado de ánimo más calmado y podría captar algo que de otra manera habría pasado desapercibido. Además, el proceso de escribir —mover físicamente su mano sobre una página— puede ayudar a su mente y su cuerpo y reducir sus emociones.
No hay necesidad de sentirse avergonzado o culpable por las emociones que surjan, ya sea de tristeza, ira o incluso vergüenza. Estas reacciones revelan la magnitud del amor y el dolor que está experimentando. Son un testimonio de la importancia del daño que le han hecho y de cómo ha impactado su vida. En las Sagradas Escrituras se nos recuerda que “el SEÑOR está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido” (Sal 34.18 NVI). Él está cerca de quienes están en angustia. Y su cuidado es genuino y empático porque Él experimentó las mismas emociones mientras estuvo en la tierra.
Cree algo positivo
A veces es útil llevar el proceso un paso más allá, creando una representación tangible del perdón, una acción positiva y dadora de vida que le ponga en control.
Escriba una carta a quien le hirió. Al igual que escribir sus sentimientos en un diario, también puede ser útil redactar una carta a la persona que le lastimó, hablándole de lo que pasó y cómo impactó su vida. Es posible que la persona nunca lea las palabras que usted escribe, pero al permitirse ser lo más sincero y directo posible, usted podrá procesar mejor sus sentimientos y recuperar su historia.
A veces, la parte más difícil es comenzar, así que aquí le dejo esta sugerencia:
Querido/a ____________:
Nuestra relación no es perfecta, pero me importas mucho. Hay algunas cosas en las que he estado pensando durante un tiempo, y siento la necesidad de compartirlas contigo…
Transmitir la profundidad de la pena y el dolor que siente puede ser una tarea abrumadora, pero el solo hecho de ver las palabras y las frases en el papel puede ser una liberación en sí misma. Tal vez esta es la primera vez que revivió la experiencia. Con eso en mente, tómese su tiempo. No se sienta obligado a terminar la carta en una sola sesión. Un párrafo aquí y allá es sustancial—cualquier progreso es bueno. Incluso puede pensar en la carta como un diario, un documento en vivo que actualice según pueda.
Una vez que haya llegado a un punto en el que sienta que la carta está completa, entréguela a Dios (1 P 5.7). Para simbolizar este acto espiritual de confianza, intente deshacerse de la carta, de manera literal. Puede quemarla, hacerla pedazos y dejar que se disperse en la brisa, o incluso enterrarla en un hermoso jardín, dándole gracias al Señor por su fidelidad durante un período tan desafiante.
Ore por quien le hirió. Orar por quien le lastimó puede ser lo más simple y a la vez lo más impactante que puede hacer (Mt 5.44). Esto no significa orar tan solo por la solución de la situación o la reconciliación en su relación; más bien, se trata de una intercesión específica y enfocada. Ore de verdad por la persona y su bienestar. A través de la oración, está amando a la persona que le lastimó, lo cual es uno de los llamados más altos para un cristiano (Lc 6.27-36).
Aquí tiene un ejemplo para comenzar:
Amado Señor:
Quiero elevar a (nombre de la persona) en oración. Sé que lo/la amas sobremanera. No sé por qué me trató de esta manera; solo tú puedes ver lo que hay en el corazón humano. Por favor, acércalo/la a ti y muéstrale la misma gracia y misericordia que me has dado con tanta generosidad a mí. En el nombre del Señor Jesús, amén.
Su oración no tiene que ser detallada siempre. A veces solo está ocupado en sus actividades cotidianas cuando algo desencadena pensamientos sobre la persona que le hizo daño, y necesita cambiar de actividad de inmediato y por un breve tiempo. Ese es un buen momento para repetir estas simples palabras: “Señor, ten misericordia de (nombre de la persona)”.
Si orar por quien le agravió se siente forzado al principio, está bien. Trate de imaginar la vida de esa persona durante el tiempo en el que ocurrió el daño. ¿Qué estaba pasando en la vida de ella? ¿Qué ocurrió que la llevó a herirle de esa manera? ¿Es posible que esas cosas todavía estén influyendo? A medida que haga estas oraciones más regulares, su alcance de empatía y comprensión aumentará. Deseará lo mejor para esa persona, buscando entender la razón del agravio.
Abrace la comunidad
No es ninguna sorpresa que en los últimos años más de la mitad de los adultos estadounidenses hayan reportado experimentar soledad, en especial porque nuestra cultura valora el individualismo a ultranza hasta un grado casi no sano. Tanto es así, de hecho, que incluso nuestra fe, con su énfasis en una “relación personal con Jesucristo” en lugar de ser un enfoque comunitario en el que los cristianos se esfuerzan juntos hacia la santificación, puede sentirse aislador. Compare eso con la comunidad de la iglesia primitiva, como se describe en Hechos 2.42-47, donde los creyentes “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en oraciones, y “tenían en común todas cosas” incluyendo sus bienes y propiedades (Hch 2.42-43).
Aunque nuestra decisión de seguir a Cristo es seria e individual, la mejor manera de vivir nuestra fe es en relación con quienes nos rodean. Y eso incluye una apertura y una vulnerabilidad que trascienden las relaciones superficiales. El crecimiento espiritual se da en comunidad, y la sanación también sucede en comunidad. Necesitamos a otros creyentes a nuestro alrededor para escucharles y nos transmitan su sabiduría para aplicarla a nuestra vida. También necesitamos hombros confiables para llorar mientras procesamos lo que hemos sufrido; de lo contrario, terminamos aislándonos y haciendo que el dolor sea aún más insoportable (Ga 6.2).
Las relaciones estrechas o en comunidad pueden variar de persona a persona y de grupo a grupo. Tal vez usted tiene unos pocos amigos íntimos en quienes puede confiar. O tal vez un grupo pequeño en la iglesia le ayuda más. En muchas situaciones, un consejero o terapeuta de confianza será vital para ayudarle a procesar y desenredar las emociones dolorosas que ha tenido que soportar.
No se rinda
Tan hermoso y significativo como es el perdón, tampoco es una panacea universal ni un elixir mágico. Por más que lo intentemos, hay algunas cicatrices que nunca sanarán por completo en esta vida. Considere la pregunta de Pedro al Señor Jesús en Mateo 18: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mt 18.21, 22).
El Señor Jesús no le estaba dando a su discípulo un número concreto, no negociable, una regla estricta e inflexible que nunca podría ser cruzada. El número siete a menudo se usa como símbolo en el Antiguo y el Nuevo Testamento para representar la perfección o la completitud, por lo que “setenta y siete veces” (o, en algunas traducciones, “setenta veces siete”) significa que el perdón debe extenderse innumerables veces. El límite, como dicen los matemáticos, no existe.
Quizás el Señor le dijo a Pedro setenta y siete veces porque Él sabía que el camino hacia la sanación puede ser incierto y sinuoso, impredecible y complicado; que el perdón verdadero es un proceso continuo con el que lucharemos toda nuestra vida.
Si eso suena como una mala noticia, considere esto: Usted puede perdonar un día a la vez. Haga lo que pueda para perdonar hoy a quien le haya agraviado, y siga adelante. No está solo. Todos dependemos del Espíritu Santo para producir su fruto en nosotros (Jn 15.5).
El acto de perdonar a los demás es una de las paradojas más significativas del cristianismo: El agraviador recibe gracia, sí, pero el que perdona recibe algo aún mayor: el bienestar espiritual y la plenitud que se encuentran solo en la “paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4.7).