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Cómo hacer que la conversación trivial cuente

No es necesario dar un sermón para compartir a Cristo.

Sandy Feit 1 de octubre de 2021

“¿Cómo estás?”

¿Cuándo fue la última vez que hizo usted esta pregunta? ¿Fue en el trayecto diario mientras compraba un café a su barista habitual? ¿O hace diez minutos en el estacionamiento de la oficina? Lo más probable es que la haya pronunciado hace poco, y en repetidas ocasiones. Estamos programados para relacionarnos con otros, y “¿cómo estás?” (o uno de sus muchos equivalentes) es una forma práctica de interactuar con personas que no conocemos bien. Llena el “espacio en blanco” acústico con un reconocimiento entre neutro y algo positivo, muy parecido a “Que tenga un buen día” o (si vive en Georgia como yo: “¿Qué tal esos Dawgs?” (modismo en referencia a los buldogs, mascota de la Universidad de Georgia)

Ahora, déjeme preguntarle algo más difícil: ¿Escuchó usted la respuesta?

 

Menciono esto debido a algo que sucedió en 1967, que cambió para siempre mi punto de vista sobre esta pequeña e inocua cortesía. Después de visitar a papá en la unidad de cuidados intensivos, mi madre se fue a casa y se topó con una conocida justo al pasar la puerta giratoria del hospital. Al ser saludada con un exuberante “¡Hola, Libby! ¿Cómo estás?”, mamá respondió: “Estoy bien, pero mi marido tuvo un ataque al corazón, y...” “Qué bien, me alegro de verte!”, respondió la mujer que se apresuraba a pasar, desde luego sin escuchar la respuesta.

Más de medio siglo después, todavía recuerdo lo atónita y herida que estaba mamá ante la insensibilidad de semejante “sordera”. Yo era solo una adolescente en ese tiempo, pero su reacción me hizo pensar mucho sobre la conversación trivial. Yo no era lo bastante inteligente en ese entonces como para inventar una frase que sustituyera ese hábito tan arraigado, pero cada vez que salía de mis labios un “¿Cómo estás?”, comencé a fijarme en la respuesta que provocaba, y en las oportunidades que brindaba. También comencé a darme cuenta de que, como dijo el Dr. Stanley, el habla es un gran regalo de Dios:

Lo que decimos tiene un efecto poderoso... Somos comunicadores, y siempre estamos en el proceso de comunicar algo, incluso mientras dormimos. Al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, el comunicador más grande, se nos ha confiado una facultad tremenda.

Así pues, aunque muchas personas consideran que las conversaciones triviales son una molesta pérdida de tiempo, he llegado a reconocer que son una valiosa herramienta de conexión, aunque solo sea para impartir un soplo de la “fragancia de Cristo” (2 Corintios 2.15). Todo lo que se necesita es un poco de intencionalidad y tal vez un ligero ajuste de lo que siempre hemos hecho. Así que, permítame ofrecer tres sencillas sugerencias:

    Más de medio siglo después, todavía recuerdo lo atónita y herida que estaba mamá ante la insensibilidad de semejante “sordera”.

  1. Jill Donovan, presentadora de “Finding Your Get To”, hizo un podcast llamado “Cómo cambiar una vida con una palabra”. Esa palabra es el nombre de la persona. (Felicitaciones a la conocida de mamá, que al menos acertó en esta parte). Donovan habla sobre el “poder de un nombre, y de la forma en que hace que alguien se sienta conectado, respetado e importante”. Señala, sin embargo, que hemos olvidado en gran medida cómo usarlo, y anima a recuperar este arte perdido.

  2. En lugar de un “¿Cómo estás?”, trate de invitar a una respuesta un poco más a fondo con una pregunta como: “¿Cómo va tu mañana hasta ahora?” o “¿Te agarró la lluvia cuando venías?”. Y, por cierto, hablar del tiempo no es tan trillado como muchos suponen: cualquier cosa que nos afecte a todos puede ser una forma sencilla de añadir algo de calidez a una interacción estéril.

  3. Sea lo que sea que pregunte, escuche -escuche de verdad- no solo la respuesta, sino también lo que hay detrás de ella. Un cambio en la expresión de los ojos o una inclinación de los hombros pueden indicar que hay alguien para quien una palabra amable podría marcar una gran diferencia.

Usted capta la idea: en esencia, desconecte el “piloto automático” y trate de conectarse con la humanidad de cada persona que encuentre. Eso podría alegrarle el día a alguien, incluso el suyo.

 

Ilustración por Adam Cruft

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