Se dice, en tono de broma, que las mecedoras son una innovación estadounidense: Necesitan sentir que van a algún lugar, incluso cuando están relajados. Es la nación de la “programación y el cansancio extremo”.
Siempre estamos tratando de movernos más rápido, hacer una cosa más, incluso mientras decimos que queremos ir más despacio. Y sí, reducir la velocidad es el tema central de este artículo, pero antes de hablar de cómo hacerlo, hagamos un chequeo de la realidad.
Ilustraciones por João Fazenda
Deje su teléfono, apague la computadora portátil, ponga un cronómetro para cinco minutos (o diez, si dispone de tanto) y luego... solo estese quieto. Sin distracciones, multitareas, ni entretenimientos. Sin música o televisión de fondo para llenar el silencio. Esté presente solo consigo mismo.
Ahora, una vez que haya hecho esto, responda una o varias de estas preguntas. Y si quiere, tome notas en un diario.
¿Cómo se sintió?
¿Qué notó en cuanto a usted mismo?
¿Estaba en paz, relajado, inquieto, distraído o tal vez incluso molesto?
Encontrar, aceptar y mantener la quietud puede ser difícil, pero es algo que estamos llamados a cultivar como parte de la vida cristiana (Salmo 46.10). Al eliminar las distracciones, estamos creando espacio para familiarizarnos con el Dios que habita en nuestro interior. Por eso hemos creado esta guía, para ayudarle a explorar esta disciplina espiritual de la que tanto se habla (pero que rara vez se practica). Nuestra esperanza no es que usted perfeccione la habilidad de estar quieto, sino que alguno de estos ejercicios le ayude a detenerse lo suficiente como para conectarse con Dios y ser renovado por Él.
Demasiado ocupados para parar
Quizás la mejor metáfora para describir nuestras vidas apresuradas y ansiosas sea la de un autolavado. Usted conoce el procedimiento: Cuando llega al túnel del lavado, debe dejar el motor en marcha, soltar el volante y quitar el pie del freno. Entonces espera que el aparato de lavado lo absorba o lo lleve a través del proceso.
Eso es lo que hace un día típico con la mayoría de nosotros: nos absorbe. Para muchos, la vida es un movimiento constante. Estamos tan ocupados que a veces parece como si estuviéramos perdiendo la razón. A menudo, sin darnos cuenta, las prisas y las ruidosas interrupciones cobran su precio y, de repente, nos damos cuenta de que nuestro cuerpo agotado alberga un alma vacía.
La realidad es que las amenazas más significativas para las personas de fe no son los argumentos de los escépticos, ni el atractivo de las cosas dañinas. Las amenazas más grandes son nuestro propio ajetreo y ritmo frenético, una sobreestimulación persistente que nos absorbe por completo y poco a poco va sacando de nosotros lo bueno que Dios ha puesto ahí.
¿Qué es la quietud?
La quietud es la retirada estratégica de la actividad innecesaria. No es resolver problemas, planificar, o incluso orar. Pero ¿por qué es tan esencial para nosotros como creyentes? Porque la quietud calma la mente, el cuerpo y las emociones, para que el alma pueda descansar. Es una manera de reconocer nuestras limitaciones humanas, y que no somos Dios.
Tendemos a asociar el cumplimiento de la voluntad de Dios con la actividad, de modo que cuanto más activos estemos, más (nos imaginamos) a Él le agrada. Pero nuestro Padre celestial está interesado en ambos lados de la ecuación: nuestra actividad y nuestra quietud. El desequilibrio extremo en el que vivimos hoy viola el ritmo esencial para el que fuimos creados para disfrutarlo. Tanto la actividad como la quietud son creaciones de Dios, y hay un momento adecuado para cada una.
Hay una leyenda que dice que, al ir de safari, los miembros de ciertas tribus africanas se detienen cada cierto tiempo mientras viajan para permitir que sus almas los alcancen. Eso es lo que la práctica de la quietud hace con nosotros: agrega calma a nuestra rutina de trabajo para equilibrar nuestro espíritu.
A pesar de lo que nos dice la cultura occidental, la quietud no es una pérdida de tiempo. Cuando usted está quieto, no es que no esté haciendo nada; está haciendo algo esencial. Es tanto un tiempo de descanso como un tiempo de despertar.
El Señor Jesús mismo practicaba a menudo la pausa. El primer capítulo del Evangelio de Marcos describe el primer día de trabajo del Señor como Mesías. Fue un día maratónico: madrugó, enseñó en la sinagoga, sanó a la suegra de Pedro durante el almuerzo, y luego se quedó hasta tarde del día sanando a los enfermos. Fue un primer día sin parar, ocupado y agotador.
Pero veamos el segundo día.
Marcos 1.35 nos dice: “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”.
La vida del Señor Jesús refleja un ritmo constante de compromiso intencional y retirada estratégica. Para nosotros, sin embargo, suele ser lo contrario. Cuando nos excedemos y la vida se vuelve agitada, la quietud es lo primero que ignoramos en lugar de ser lo primero que hagamos. Pero la realidad es que la quietud sirve como contrapeso en nuestra vida, permitiéndonos enfrentar los desafíos con mayor tenacidad y resistencia.
Cómo practicar la quietud
Echemos un breve vistazo a algunos pasos esenciales que nos llevan de la teoría o idea de estar quietos a la experiencia real del día a día.
Programe un horario. Yo programo la quietud a primera hora de la mañana porque puedo hacerlo. Deje que su vida le sugiera el mejor momento, ya sea justo después de levantarse, cuando los niños están durmiendo la siesta, en la pausa para comer, después del trabajo, antes de cenar o antes de irse a dormir. Lo que funcione mejor para su personalidad y su etapa de vida, es allí donde debe comenzar.
Encuentre un lugar. Es esencial encontrar un lugar donde no le interrumpan. Puede ser junto a una ventana, en un parque o incluso en la ducha. Elija lo que funcione mejor para usted. A veces, un dispositivo electrónico que produzca sonidos relajantes también ayuda a eliminar las distracciones ruidosas.
Establezca una meta razonable (y ponga un cronómetro). ¿Por cuánto tiempo puede comprometerse de forma realista? Puede empezar con 5-10 minutos dos o tres veces a la semana. (Y si eso le resulta difícil, dos minutos está bien para comenzar. Recuerde que esto está destinado a ser un ejercicio útil, no una fuente de frustración.) Y a medida que se sienta capaz, aumente la cantidad de tiempo o el número de días por semana. La regularidad es lo más importante.
Si está utilizando su teléfono móvil como cronómetro, asegúrese de ponerlo boca abajo y silenciar las notificaciones.
Relájese. Así como se necesita tiempo para que un automóvil se detenga, dese tiempo para estar quieto. Sea paciente consigo mismo si se siente agotado y distraído. Para ayudarle a dejar a un lado pensamientos y sentimientos, realice alguna forma sencilla de actividad física o mental: dar unas vueltas por la habitación, hacer ejercicios de estiramiento del cuerpo o mirar algún movimiento natural, como la llama de una vela o las hojas al viento. También puede escuchar música relajante, contemplar obras de arte o sostener una cruz en la palma de la mano. Luego, cierre los ojos con suavidad y respire de manera profunda y lenta.
Elija un pasaje de la Sagrada Escritura para repetírselo a usted mismo. Por ejemplo, pruebe con el Salmo 46.10, haciendo una pausa después de cada línea.
Estad quietos y conoced que yo soy Dios...
Estad quietos y conoced que yo soy...
Estad quietos y conoced...
Estad quietos...
Otros versículos que podrían resultar útiles son Jeremías 31.3, Juan 15.9-13, Sofonías 3.17 e Isaías 49.15. Pero hay cientos más en las Sagrada Escrituras. Cuando encuentre uno, anótelo en su Biblia o en un diario.
Involucre su cuerpo. Hay una razón por la que vemos a muchas personas arrodillarse ante el Señor Jesús en el Nuevo Testamento (Mateo 20.20, Marcos 10.17, Lucas 5.8): porque, aunque no podamos explicarlo, nuestra postura física está vinculada a la postura espiritual. De rodillas, se nos recuerda que Dios es nuestro creador, proveedor y guía, y otras posturas pueden ayudarnos a conectarnos con Él de otras maneras. Teniendo eso en cuenta, considere la posibilidad de dejar que su cuerpo le ayude a establecer un ritmo más lento a través de una sencilla “oración corporal” como esta:
• De pie, con los pies separados a la anchura de los hombros, inclínese y deje que sus brazos cuelguen con suavidad. Diga: “Señor, por un momento, para estar quieto, quiero dejar ir todo lo que estoy cargando. Ayúdame. Ayúdame a apartar mis preocupaciones, cargas y deseos en este momento”.
• Luego, póngase erguido, levante los brazos por encima de su cabeza, mire hacia arriba y diga: “Señor, quiero ser abrazado por ti y ser lleno de tu amor incondicional.”
• Ahora, abrácese a usted mismo como señal de su disposición de recibir y apreciar la presencia amorosa de Dios dentro de usted.
• Por último, extienda los brazos y las manos hacia delante para encarnar su deseo de compartir el amor incondicional de Dios con los demás. Termine su oración diciendo: “En el nombre del Señor Jesús, amén”.
Aquiete su mente. Para la mayoría de las personas, este es el mayor desafío. Cuando estamos aprendiendo a estar quietos, es normal que algún pensamiento aleatorio (o una avalancha de ideas) llenen nuestra mente. Sea generoso con usted mismo, déjelos que pasen y siga practicando la quietud. Algunas personas encuentran útil escribir los pensamientos dispersos para dejarlos ir y seguir adelante. No hay una forma correcta o incorrecta de llevar a cabo esta práctica. Cuando usted es paciente consigo mismo y trata las distracciones con generosidad, es más probable que se resuelvan por sí solas. Recuerde: se necesita tiempo para convertirse en una “persona pausada”.
Esté presente en el aquí y ahora. No es un momento para rememorar el pasado, preocuparse o soñar con el futuro. En lugar de eso, experimente, con mayor plenitud, la cercanía de Dios. El momento actual es lo que importa.
Reflexione y descanse. Cuando esté listo, reflexione con calma sobre su tiempo: ¿Se sintió animado, distraído, en paz, decepcionado o algo más? Absténgase de juzgar estas observaciones como buenas o malas: cualquier tipo de conexión con la quietud es algo bueno. Luego, continúe con su día sabiendo que ha cuidado y alimentado su alma.
Por último, si ha leído todos estos pasos y siente que no son factibles en este momento, pruebe esto: La próxima vez que coma solo, haga solo eso, es decir, no vea un programa de TV, no escuche un podcast o no lea un artículo. Coma despacio, solo con su plato y sus pensamientos como compañía, y deje que esa sea su introducción a la quietud.
Unas palabras de ánimo
Si intenta tener un momento de quietud hoy, ya sea de dos o diez minutos, prevea que le resulte incómodo. Las cosas nuevas a menudo son así. Recuerde que es importante:
Comenzar donde está, no donde piensa que debería estar. Una de las cosas que me encanta del Señor Jesús es cómo Él nos encuentra donde estamos, si avergonzarnos, juzgarnos o llevar un registro.
Recordarse a usted mismo que no puede tener éxito ni fracasar al estar quieto. Si usted es perfeccionista, deje de lado ese deseo. Resista la tentación de calificarse a sí mismo, de decir que es bueno o malo en esto, o que salió bien o fue un fracaso. No se permita escuchar esa voz interior crítica.
Seguir haciéndolo. Incluso si le sigue pareciendo que es una pérdida de tiempo, no renuncie a la quietud. Si se salta uno o dos días, no se critique por eso. Comience de nuevo. Se alegrará de haberlo hecho.
Nunca olvide que la quietud es un regalo, tanto para Dios como para usted mismo. Encontrar y alimentar la calma en su alma no solo le ayuda a vivir a un ritmo más suave y humano. También le lleva a una comunión más profunda e íntima con Dios, Aquel que le creó con amor y lo que más desea es una auténtica comunión con sus hijos. En la quietud, aprenderá quién es Dios y quién es usted en Él.