El ser humano es un ser hambriento, y anhela más que comida. Deseamos no solo cosas significativas, tales como compañía, logros y seguridad financiera, sino también cosas sencillas como filas cortas para pagar en el supermercado o una cama cómoda al final de un largo día. Nuestros deseos no son diferentes de los anhelos de otros a lo largo de los siglos, pero lo que ha cambiado es la facilidad con que podemos satisfacerlos. Considere el hecho de que, gracias a los avances en logística y la distribución, un paquete puede estar en la puerta de casa pocas horas después de haberlo pedido.
Ilustraciones por Jedi Noordergraaf
Al mismo tiempo, muchas denominaciones cristianas se han alejado de prácticas como el ayuno. Tal vez usted haya ayunado para una ocasión especial o tomar una decisión, pero pocos de nosotros practicamos esta disciplina de manera regular. No obstante, el ayuno es una de las herramientas más antiguas de la iglesia para satisfacer nuestros deseos. El llamado a ayunar puede parecer anticuado en esta era, pero es una práctica espiritual de probada eficacia que puede ayudarnos a manejarnos en un mundo cada vez más definido por la gratificación instantánea y, lo que es más importante, acercarnos más a Dios.
En los últimos años, es posible que usted haya escuchado a personas decir que están ayunando por algo que no es comida, como las redes sociales. Sí, abstenerse de indulgencias puede ayudar a mostrar dónde están nuestros “puntos de presión” espirituales y fortalecer nuestra resistencia a algunas tentaciones de pecar. Sin embargo, esa es una variación moderna del ayuno y, aunque legítima, nos enfocaremos aquí en la comida y la bebida, que es lo que el Señor Jesús menciona en las Sagradas Escrituras. En esta guía, revisaremos los conceptos básicos del ayuno, qué es, qué no es, y le ayudaremos a imaginar cómo podría ser la práctica en su vida. Nuestro objetivo es darle un punto de partida, en caso de que decida incorporar esta disciplina a su vida espiritual para ayudarle a conectarse con su Padre celestial.
La gente en la Biblia ayunaba. ¿Pero deberíamos hacerlo nosotros?
El ayuno no es un programa de dieta espiritual diseñado para combatir el exceso. Puede tener ese efecto, pero su propósito principal es redirigir la atención de la persona que ayuna hacia Dios, para conocerlo a Él como la fuente de todo lo que necesitamos.
Ayunar significa abstenerse de comer y/o beber durante un período, por lo que toda persona ya ayuna, mientras duerme. Es por eso que la palabra en español para la primera comida del día se llama desayuno, que literalmente significa ‘deshacer el ayuno’, que se tuvo durante la noche. Pero la Biblia, por lo general, menciona al ayuno en términos de no comer durante el día. Vemos varios tipos de ayuno en la Biblia:
La abstinencia total de comida y agua es rara en las Sagradas Escrituras. Este tipo de ayuno parece darse en situaciones extremas, como cuando Moisés escribió los Diez Mandamientos (Éxodo 34.27, 28) y cuando Pablo se convirtió (Hechos 9.3-9).
Ayunar solo de comida y no de bebida es más común. Por ejemplo, el Señor Jesús ayuna de toda comida durante 40 días en el desierto (Mateo 4).
El ayuno limitado, o parcial, es una cuidadosa curación de la dieta. Se podría pensar en esto como “comer consciente” o “comer con cuidado”. Daniel nos da dos ejemplos de estos ayunos limitados: uno, cuando él y sus amigos comen solo legumbres y beben solo agua (Daniel 1); y otro, cuando él evita la “comida sabrosa”, así como la carne y el vino (Daniel 10).
Entonces, la gente de la Biblia ayunaba, pero ¿deberíamos hacerlo nosotros?
El Señor Jesús asume que los ciudadanos del reino de los cielos ayunarán (Mateo 6.17). También les dice a los fariseos que si bien sus discípulos no pueden ayunar cuando Él está con ellos, lo harán cuando Él se haya ido (Lucas 5.33-35). Parece no haber duda de que Él considera el ayuno una práctica espiritual normal.
¿Cuál es el propósito espiritual del ayuno?
Pero en el mismo pasaje del Sermón del monte, el Señor Jesús explica que abstenerse de comida es solo parte del ayuno. “Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6.17, 18). En otras palabras, el ayuno tiene un componente espiritual que enfoca la atención de uno en Dios y en lo que más le importa a Él.
Entender el propósito espiritual del ayuno transforma la práctica, de la misma manera que sucede con la Comunión. El propósito espiritual del ayuno no es eliminar el deseo, que es uno de los regalos de Dios para nosotros, sino reorientar nuestros deseos hacia el Único que puede satisfacerlos por completo. Esta práctica (y en un sentido más amplio, la abstinencia de todo tipo) nos invita a vivir sin dejar que nuestros apetitos, no solo por la comida, sino por todo lo bueno, nos controlen.
Después de todo, Dios nos hizo con esos apetitos, como lo aclara la Biblia. Toda buena dádiva desciende de lo alto, dice Santiago 1.17, y no olvidemos que Dios declaró “bueno” todo lo que Él hizo (Génesis 1.31). Pero cuando hacemos de las cosas menores un sustituto de Dios, hemos errado el blanco.
El ayuno también aborda otros apetitos. Piense en el tiempo que usted dedica a planificar las comidas, comprar y preparar ingredientes, limpiar después, u ordenar y conducir el vehículo para recoger comida y llevarla: esos minutos se acumulan. Cuando usted ayuna, puede utilizar ese tiempo para cultivar otros apetitos, tales como orar, estudiar o servir a otra persona. ¿Qué podría usted hacer por su propio bienestar espiritual al disponer de una hora o menos? Además, la comida tiene un costo económico. ¿Qué podría hacer con el dinero que habría gastado en el supermercado o en un restaurante? Considere la posibilidad de donar el costo de la comida que omitió, y se unirá a una larga lista de cristianos que han relacionado el ayuno con dar “limosna”, regalos para los pobres.
En última instancia, el ayuno es una disciplina de atención. Le pide a usted que preste atención a lo que come y cómo, mientras piensa continuamente en pasajes como las palabras del Señor Jesús en el desierto: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4.4).
¿Cómo puedo empezar?
Entonces, ¿cómo podemos incorpora, en realidad, el ayuno a nuestra vida?
Decida su duración. Aunque un ayuno espontáneo puede tener su utilidad, un tiempo determinado es mejor para entender la disciplina del ayuno. Entonces, elija un día de la semana, o del mes, si se siente más cómodo para comenzar.
Vale la pena mencionar que un ayuno “designado” le permite practicar el ayuno comunitario, es decir, ayunar al mismo tiempo que otras personas. Esta unidad puede ser un poderoso antídoto contra el enfoque hiperindividualizado del ayuno que predomina en la mentalidad occidental, donde el ayuno puede verse simplemente como útil, o como un truco ingenioso para orar (o hacer dieta). Usted podría considerar unirse a la iglesia histórica al ayunar los miércoles o viernes.
Elija de qué abstenerse. No conviene comenzar con un ayuno muy estricto. Más bien, absténgase de un alimento, de un grupo de alimentos o de una comida en particular. A medida que decida, considere estas preguntas:
¿Tiene alguna condición médica de salud que deba tener en cuenta? No ayune de un alimento si al hacerlo se enfermará. El autocastigo no tiene lugar aquí.
¿Con qué frecuencia consume el alimento o el grupo de alimentos propuestos? Ayune de algo que coma con suficiente frecuencia como para notar su ausencia, pero que no pondrá en peligro su salud.
Concéntrese en la provisión de Dios. Cuando tenga hambre o anhele un alimento específico, utilice esa sensación como un mensaje para redirigir su enfoque a Dios. Deje que sea una oportunidad para hablar con Él.
Medite en el Salmo 145.15, 16 (NTV): “Los ojos de todos buscan en ti la esperanza; les das su alimento según la necesidad. Cuando abres tu mano, sacias el hambre y la sed de todo ser viviente.”
Considere la posibilidad de utilizar esta oración: Señor, gracias por nutrir mi cuerpo, por sostenerme cada día. Tú eres el Dador de la vida. Ayúdame a honrar mi ayuno hoy. En el nombre del Señor Jesús, amén.
Rompa su ayuno. Cuando haya terminado, tómese un momento para disfrutar de la sensación de haber cumplido un compromiso, para disfrutar de su conexión con Dios y su buen regalo: la comida que ahora puede consumir. La celebración es solo otra manera de reconocer la provisión de Dios en su vida.
Reflexione. Piense en sus respuestas a una o más de las siguientes preguntas (y, si puede, absténgase de juzgar sus respuestas como “buenas” o “malas”):
¿Qué fue la parte más difícil de su ayuno?
¿Haría algo diferente la próxima vez?
¿Obtuvo una nueva perspectiva sobre su relación con la comida, el dinero, el tiempo o la atención?
¿Quiere que el ayuno se convierta en una disciplina regular en su vida?
¿Necesita hablar con Dios o pedirle ayuda en algún aspecto de su vida (el ayuno o cualquier otro)?
Si termina su primer ayuno y no se siente seguro acerca de la disciplina, está bien. Dígale a Dios lo que le está haciendo tropezar y pídale sabiduría. Luego, ponga un recordatorio en su calendario para el próximo ayuno, y cuando sea el momento, confíe en que el Espíritu Santo le guiará.
Finalmente, si estos pasos le parecen abrumadores, considere en su lugar comer “con cuidado”. ¿Qué come en un día (o semana, o cualquier período de tiempo que le parezca manejable)? Anote sus comidas, refrigerios y bebidas a lo largo del día. Mientras escriba, observe que todo proviene de Dios. Eso es. Comer “con cuidado” es una manera de aumentar su conciencia de la gracia y la provisión de Dios de una comida a otra. (Pero tenga cuidado de no usar esto como un ejercicio nutricional o dietético. Si nota que está juzgando lo que ha comido o sintiendo vergüenza, debe detenerse. Se trata de gratitud, no de corrección de comportamiento.)
¿Qué pasa si fallo?
Cuando se trata de ayunar, usted podría pensar que terminar antes de tiempo o comer accidentalmente un alimento determinado es un fracaso, pero no lo es. Cualquier compromiso con el ayuno es una victoria, ya sea que fortalezca nuestro “músculo” de autocontrol o no, ya sea que nos sintamos más cerca de Dios o no, ya sea que adquiramos nuevos conocimientos o no. Todas las experiencias de ayuno son aceptables y beneficiosas.
Dicho esto, si las cosas no han salido como usted las planeó y se encuentra con alguno de los siguientes pensamientos, debe hacer esto:
“No me siento bien”. Si se siente enfermo, deje de ayunar de inmediato. Arriesgar su salud no es un componente de la disciplina. Hable con su médico antes de comenzar una práctica de ayuno, y preste atención a la respuesta de su cuerpo durante el mismo.
“Comí algo que no debí haber comido durante mi ayuno”. Se sirvió un tazón de cereales por costumbre, y a la mitad se dio cuenta de que estaba planeando ayunar. Usted no ha pecado. Hable sinceramente con el Señor sobre su deseo y comience de nuevo.
“Ayuné, pero no sentí nada”. Nuestros sentimientos son a menudo una mala medida espiritual. En vez de eso, vuélvase al Señor. Use incluso la frustración o la incertidumbre para abrir su corazón y su mente a la guía de Dios.
“Decidí no ayunar después de todo”. Es importante recordar que no ha pecado al elegir rendirse antes de ayunar. De nuevo, vuélvase al Señor. Pídale que guíe su reflexión, y hable con un amigo de confianza sobre lo que usted tiene en mente.
Algunas palabras de aliento
Sin importar cómo decida abstenerse, mantenga la búsqueda de la virtud en el centro de su ayuno. Como sucede con cualquier disciplina, no se trata de lo que hagamos o dejemos de hacer, sino de la condición de nuestro corazón.
Ayune con fe. Nuestra fe debe dirigirse correctamente a Dios, la fuente de nuestro alimento espiritual y físico. Al igual que el Señor Jesús, debemos buscar llenarnos de “toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4.4). El ayuno no nos justifica ante Dios, pero debemos verlo como una herramienta de fe, una que nos ayuda a entrenarnos para dar a Dios nuestra total confianza y evitar ser engañados por nuestras inclinaciones y deseos naturales (Proverbios 3.5)
Ayune con amor. El ayuno puede tentarnos a vernos a nosotros mismos como de alguna manera más santos que los demás, al igual que el fariseo que menospreciaba al publicano (Lucas 18.9-14). Ayunar con amor evitará esa percepción errónea, siempre y cuando recordemos que el amor no solo es la virtud más grande, sino también más grande que cualquiera de nuestras disciplinas. El amor, en otras palabras, debe gobernar nuestra práctica.
Ayune con esperanza. El ayuno no es un rechazo de la comida, sino un aplazamiento de algunos alimentos para propósitos específicos. Debemos creer que Dios está usando la herramienta del ayuno para moldearnos a la imagen de su Hijo, incluso si no vemos una correlación directa.
Ayune con alegría. Aunque la abstención puede estar acompañada por el arrepentimiento y la tristeza por el pecado, el Señor Jesús enseñó que debemos mantener nuestro ayuno con alegría. “No pongas una cara triste”, dice en Mateo 6.16-18. “Unge tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea notado por la gente, sino por tu Padre que ve en lo secreto”.
En un sentido real, esta es una invitación a ver el ayuno como gozo, el gozo de que podamos “sufrir” por Cristo (Hechos 5.41). Podríamos sentirnos tentados a considerar nuestro ayuno como un tiempo de sombrío legalismo, pero debemos resistir eso. La práctica debe tomarse en serio, pero también debemos recordar que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14.17).
En las formas más básicas, el ayuno en el siglo XXI se parece al ayuno del siglo I. Implica dejar a un lado rutinariamente nuestros apetitos para avivar nuestra dependencia de Dios. Dejamos de consumir algo durante un tiempo para frenar nuestro deseo, para crear un nuevo hábito y, al final, para restablecer tanto nuestra relación con lo que hemos querido, como nuestra relación con Dios. La pregunta, en realidad, no es si debemos ayunar en el siglo XXI, sino si podemos permitirnos darnos el lujo de perder la oportunidad de conectarnos con Aquel que nos da “el pan nuestro de cada día” (Mateo 6.11).
Usted no tiene que “tener éxito” en el ayuno, ni tiene que agregarlo a una ya larga lista de cosas pendiente por hacer. Simplemente comience. Sea curioso y abierto a lo que suceda, buscando a Dios en la experiencia. Y reconozca, a medida que practica algo nuevo, que la gracia del Señor es real y que se extiende a todas las formas en que busquemos seguirle.