Recibimos un mensaje temprano por la mañana o vemos el anuncio en Facebook: la madre, el cónyuge o el hijo de un amigo ha fallecido. Nos sentimos devastados por ellos. Buscamos información sobre los preparativos. Nos aseguramos de que los amigos mutuos se enteren de la noticia. Encargamos flores o hacemos un donativo en memoria del fallecido. Si es posible, hacemos planes para asistir al funeral.
Ilustraciones por João Fazenda
Estas son las cosas que sabemos hacer de inmediato después de que un amigo pierde a un ser querido. Pero ¿qué pasa con los días y meses que siguen?
El duelo no termina con el funeral. De hecho, muchas veces el impacto de la muerte retrasa la llegada del duelo, y la realidad y las emociones que vienen después caen como las olas del océano sobre un nadador. Cuando las personas regresan a sus hogares, los arreglos florales se han marchitado y las tarjetas dejan de llenar el buzón, ¿cómo podemos seguir siendo un buen amigo para alguien que está enlutado?
Hemos elaborado esta guía para ayudarle a compartir el consuelo de Dios con cualquier persona presente en su vida que pueda estar enlutada. El objetivo no es convertirle en un consejero aficionado, sino brindarle la confianza que necesita para dar un paso adelante y estar al lado del enlutado. El duelo puede ser abrumador, pero es algo que podemos enfrentar juntos con la ayuda del Espíritu Santo.
Entender el duelo
Primero, debemos entender que el duelo no es una experiencia igual para todos. Se ha descrito de varias maneras: una serie de etapas que vienen una tras otra. Un ciclo que se repite hasta que poco a poco se desvanece. Olas que nos inundan una y otra vez, a veces de manera inesperada. Para algunos, el duelo termina con el tiempo. Para otros, nunca es así.
Debido a que las personas experimentan el duelo de manera distinta, sus necesidades pueden cambiar en diferentes puntos del proceso. El duelo también viene con muchas y variadas necesidades prácticas, que pueden no ser evidentes de inmediato para quien sufre. En 2 Samuel 12.15-23, leemos sobre el duelo del rey David por su hijo moribundo. Cuando el bebé estuvo enfermo, el rey David se negó a levantarse del suelo o incluso a comer. Más tarde, cuando David supo que su bebé había muerto, se levantó, se lavó y pidió comida. ¿Por qué hizo esto? Ya había llorado mientras su hijo se iba y vio la muerte del niño como una clase de liberación para ambos hasta que se reunieran en el cielo (2 S 12.22,23). Quizás su comportamiento causó confusión a sus servidores, pero quizás sea reconocible para aquellos que han estado enlutados.
Además, lamentamos muchas clases de pérdidas, no solo la muerte. Por lo general, el duelo ocurre cuando perdemos a alguien o algo importante para nosotros. Si un amigo se muda, se termina una carrera, un hijo se aleja o un sueño queda sin realizar, todo puede resultar en tristeza. Reconocer el duelo en nuestra vida y en la vida de los demás puede ayudar a explicar emociones complicadas o incluso síntomas físicos que de otra manera no tienen una explicación clara (Sal 31.9; Job 17.7).
Por último, el duelo abarca muchas emociones, no solo tristeza. A veces la pérdida causa ira o miedo. Otras veces, la muerte de un ser querido resulta en alivio, sobre todo si ha sufrido. Incluso puede haber alegría en el duelo, cuando las personas recuerdan buenas experiencias o la profundidad del amor que sintieron (Pr 14.13). A menudo, una persona enlutada siente muchas emociones a la vez, y cada una de ellas es válida.
Ser un amigo en el duelo
Comprender la complejidad del duelo puede ayudarnos a acercarnos a un amigo que está afrontando una pérdida. No hay una sola manera correcta de ayudar. Pero existen muchos actos de servicio que nos permiten ser buenos amigos cuando alguien a quien amamos está enlutado.
Prepárese. Antes de acercarse a su amigo o familiar para ofrecerle consuelo, deje de lado la idea de hacerlo “correctamente”. Aunque todos experimentamos el duelo, muy pocos sabemos cómo ayudar a alguien a atravesarlo. Nos preocupa decir cosas incorrectas y a veces estamos tentados a no hacer nada en absoluto, pero no hacer nada deja a nuestro amigo afrontando la pérdida solo. En vez de eso, acérquese a la situación sabiendo que usted no se sentirá cómodo y que no siempre sabrá qué hacer. Sentirse torpe no es una señal de que lo está haciendo mal; solo evidencia que está transitando con valentía por un territorio desconocido y doloroso.
Dicho esto, aquí tiene algunos ejemplos de frases que pueden resultar dolorosas para alguien enlutado:
“Todo sucede por una razón”.
“Él/Ella está en un lugar mejor”.
“Las cosas mejorarán con el tiempo”.
“Él/Ella vivió una buena y larga vida”.
“Sé cómo te sientes”.
Frases que podrían ser más útiles son algunas como:
“Lamento mucho que hayas perdido a ______”.
“Él/Ella será muy extrañado/a”.
“Estoy aquí para ti. No estás solo/a”.
“Estoy orando por ti y pensando en ti con frecuencia”.
“Una cosa que recuerdo/que me encantaba de ______ era …”.
La diferencia entre estas expresiones de consuelo es que el primer grupo minimiza los sentimientos de la persona enlutada, mientras que el segundo grupo los reconoce. Necesitamos facilitar el que nuestro ser querido exprese sus emociones, ya que esa es la mejor manera de procesar el duelo, después de todo.
Ore. A veces nos enfocamos tanto en los actos tangibles de servicio que olvidamos la herramienta más poderosa que tenemos: la oración. Dios está cerca de los quebrantados de corazón (Sal 34.18) y quiere responder a las súplicas según su voluntad. La oración es sobre todo útil cuando no podemos estar presencialmente.
Puede intentar usar como oración por la persona un pasaje de las Sagradas Escrituras. Por ejemplo:
“Señor, bienaventurados los que lloran. Permítele a [nombre] ser consolado(a)” (Mt 5.4).
“Padre, permite que [nombre] experimente tu paz” (Jn 14.27).
También puede hacer lo mismo por usted con oraciones como las siguientes:
“Dios de toda consolación, permíteme consolar a mi amigo afligido con el consuelo que tú me has dado a mí” (2 Co 1.3, 4).
“Señor, Tú das sabiduría generosamente y sin reproche. Te pido sabiduría sobre cómo ayudar” (Stg 1.5).
Hágase presente. Una vez hayamos preparado nuestro corazón y nuestra mente, lo más importante que podemos hacer por un ser querido enlutado es estar presente. La pérdida puede sentirse incómoda o complicada, y lo fácil es alejarse. Pero incluso cuando no sepamos qué decir o hacer, ofrecer nuestra compañía en momentos de duelo le permite a nuestro ser querido saber que nos importa. Dependiendo de las circunstancias, eso podría significar pasar por su casa o detenernos en su trabajo más seguido de lo habitual solo para preguntar cómo está. También podríamos enviar mensajes de texto o tarjetas con regularidad para hacerle saber que estamos orando por él o ella. Si nuestro amigo vive lejos, podríamos decidir tomar tiempo libre para asistir a un funeral o una celebración por su jubilación o simplemente ofrecer el regalo de la distracción. Aunque los detalles variarán, estar presente para alguien que está enlutado es una manera significativa de mostrar amor y cuidado.
Si no se siente seguro de cómo apoyar a un amigo enlutado, intente orar de esta manera: “Padre, no estoy seguro de qué hacer o decir. Por favor, dame la valentía para estar del todo presente y guíame con tu sabiduría. Permíteme ser una fuente de tu consuelo. En el nombre del Señor Jesús, amén”,
Escuche. Todos queremos decir palabras estupendas y hacer que el dolor desaparezca, pero eso no es posible. De hecho, nuestras palabras importan mucho menos de lo que podríamos pensar. En cambio, es esencial que estemos presentes y nos pongamos a disposición para escuchar. Piense en los amigos de Job después de sus pérdidas, pero hablando mucho menos que ellos (Job 42.7-9).
Esto no significa que no haya palabras o historias que podamos compartir para ayudar y ofrecer aliento. Pero cuando escuchamos, permitimos que la persona enlutada sea la guía. A veces, una historia sobre nuestro propio duelo será justo lo que se necesita. Otras veces, un recuerdo especial sobre la persona que se ha ido ofrecerá consuelo. También es posible que nuestro amigo enlutado no tenga ganas de hablar en absoluto. Cuando nos presentamos preparados para escuchar, podemos estar allí sin decir nada.
Apagar nuestro impulso de hablar requiere una dosis extra de humildad. Ore por usted mismo para que sea “pronto para oír, tardo para hablar” (Stg 1.19).
Considere hacer preguntas a su ser querido sobre la persona o cosa que ha perdido. A menudo, la gente tiene temor de mencionar a la persona fallecida, pero a veces lo que una persona enlutada quiere, y quizás necesita, es hablar. Puede que disfrute recordando momentos o aprecie procesar en voz alta el cambio. Si no está seguro, solo pregunte: “¿Puedo hacerte algunas preguntas en cuanto a _____? ¿O prefieres hablar de otra cosa?”
Ayude. Como mencioné antes, las necesidades de quienes están enlutados son tan diversas como las personas que atraviesan el proceso. Y esas necesidades cambiarán a medida que evolucione la situación. Cuando pasamos tiempo con ellas, lo que necesitan y las formas en que podemos ayudar a satisfacer esas necesidades se volverán más evidentes. Para muchos, las consideraciones prácticas de la vida representan la carga más significativa en los días posteriores a una pérdida, cuando la familia llega de fuera de la ciudad o se hacen arreglos de viaje. Podemos:
Comprar una tarjeta de regalo para usar en un restaurante o una tienda de víveres.
Dejar una cazuela favorita o un lote de muffins caseros.
Traer una caja con cosas como toallas de papel, platos desechables y papel higiénico. Estas cosas se agotan con rapidez, en especial con gente extra en la casa, y es una bendición no tener que pensar en ellas.
Encargarnos de tareas diarias como pasear al perro, lavar la ropa, cortar el césped o entretener a los niños para dar tiempo a los adultos de ocuparse de otros detalles.
Dependiendo de la pérdida, es posible que debamos ofrecer ayuda práctica durante algún tiempo, sobre todo a amigos cuya pérdida los ha dejado más vulnerables o incapaces de cuidarse a sí mismos (Stg 1.27). Así que, cuando sea posible, prepárese para servir de esta manera durante un período prolongado.
Es posible que usted se sienta tentado a decir: “Avísame si hay algo que yo pueda hacer”. Pero esa frase común pone a los amigos enlutados en la posición de pedir ayuda, lo cual no tienen la capacidad mental y emocional de hacer. Averiguar lo que necesitan es solo una tarea más que manejar, una carga más que soportar en un momento en que las personas ya están sobrecargadas. En cambio, ofrezca algo específico. Por ejemplo:
“Me gustaría lavar tu auto el martes. ¿Está bien?”
“Estaré en la tienda de víveres mañana. Voy a comprar dos cenas para ti. ¿Es suficiente?”
“¿Necesitas ayuda para revisar tu correspondencia? Puedo escribir tarjetas de agradecimiento, y tú solo tienes que firmarlas.”
“¿Qué tarea te está agobiando ahora mismo? Me gustaría quitártela de encima.”
Manténgase alerta. En algunos casos, quienes sufren una pérdida necesitan más ayuda para volver a los ritmos de su “nueva normalidad” de la que podemos ofrecer por nuestra cuenta. El duelo persistente puede llevar a enfermedades mentales a largo plazo o a la incapacidad para cuidarse. Los grandes cambios de vida que acompañan a la pérdida también pueden complicar el duelo y hacer más difícil que una persona reanude su vida cotidiana.
Si notamos que las personas que han experimentado una pérdida ya no quieren cuidarse a sí mismas o incluso parecen estar en riesgo de hacerse daño, es posible que necesitemos contactar a un familiar de confianza, un centro de recursos comunitarios o incluso una línea de ayuda de consejería para garantizar su seguridad. También podríamos contactar a un pastor o una persona respetada de nuestra iglesia para ayudarles a obtener la ayuda que necesitan.
Recuerde. Para la mayoría de las personas, las emociones extremas y las circunstancias del duelo se estabilizan con el tiempo. Sin embargo, las festividades, los cumpleaños, los aniversarios y otras fechas importantes pueden llevar a una persona de nuevo al duelo. Ninguno de nosotros puede conocer cada momento especial que podría desencadenar el duelo en otra persona; pero si podemos recordar el cumpleaños de un cónyuge fallecido, el regreso a clases para un maestro jubilado o el aniversario de un amigo recién divorciado, podemos comunicarnos con ellos. Incluso un sencillo mensaje de texto que diga: “Estoy pensando en ti hoy” puede ayudar a un amigo afligido a sentirse menos solo.
Considere la posibilidad de configurar en su teléfono o calendario recordatorios de fechas importantes que le recuerden comunicarse con ellos. Parece algo tan pequeño, pero en realidad hace una diferencia, sobre todo a medida que pasan los años y la pérdida se desvanece en la mente de todos los demás.
Una palabra de aliento
Ver a alguien enlutado nunca es fácil. Pero debemos unirnos a nuestros seres queridos en la pérdida; es una carga demasiado grande para soportarla solo. Es bueno recordar que podemos hacerlo de una manera imperfecta (y con toda seguridad será así), pero sin importar cómo nos sintamos, estamos completamente equipados para compartir el consuelo de Dios. No tenemos que ser expertos o consejeros profesionales para ofrecer apoyo. Solo tenemos que estar presentes, dar generosamente de nosotros mismos y confiar en que el Espíritu Santo se encargará del resto.