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Ciclos de alivio

El dolor que experimentamos en esta vida vendrá y se irá, hasta que un día desaparezca para siempre.

Daniel Darling 1 de diciembre de 2018

No olvides el cojín de la espalda, dice mi esposa cuando salimos de casa a cenar, tomar un café o ir al cine. El cojín es una presencia constante en nuestras vidas, allí en su silla a la hora de las comidas, en el asiento del conductor en la camioneta de la familia, e incluso en la iglesia, en nuestro banco favorito.

Lo llevamos a todas partes adonde vamos juntos, un recordatorio constante del dolor paralizante que ella experimenta a menudo cuando está sentada por períodos prolongados. Lo llevamos en el crucero cuando celebramos nuestro 15.° aniversario de bodas. Incluso viajó con nosotros al Medio Oriente, cuando nos unimos a una delegación de líderes de iglesias.

Angela ha sufrido de dolor en la parte baja de la espalda desde que la conozco, pero en algunas temporadas el sufrimiento es más agudo. Hemos tenido momentos en los que ella pudo estar más activa después de la cirugía, la terapia y las inyecciones para aliviar el dolor. Y luego hubo momentos en que el dolor la mantuvo en cama durante la mayor parte del día. Hemos hecho casi todo lo que sabemos hacer: médicos, expertos, terapia, medicamentos naturales y ejercicio.

Mi esposa ha tenido una vida muy disciplinada, siguiendo una dieta rígida y una rutina de ejercicios que le permite funcionar día a día como ama de casa y madre de cuatro hijos. Pero el dolor siempre está ahí, en el fondo, un recordatorio de su fragilidad.

Al comienzo de nuestro matrimonio, Angela decía cosas como: “Solo sé que tendré que soportar este dolor por el resto de mi vida”, y yo respondía: “No, encontraremos una solución para deshacernos de este dolor”. Pero ahora, aunque encuentra alivio, he llegado a estar de acuerdo con ella. Es posible que la sanidad no llegue por completo; no en esta vida.

Nunca he sufrido de dolor crónico, por lo que mi limitada experiencia viene solo por estar presente en la suya. Pero una cosa que he observado es que, en este mundo caído en el que vivimos ahora, la sanidad es cíclica, no lineal. En otras palabras, hasta que experimentemos la restauración completa y duradera provista en Jesucristo al final del mundo, habrá pequeños focos de alivio temporal, meros vislumbres de lo que algún día llegará en su totalidad.

Hemos hecho casi todo lo que sabemos hacer: médicos, expertos, terapia, medicamentos naturales y ejercicio.

El profeta Isaías prometió que, en las sangrientas heridas de nuestro Mesías, encontraríamos sanidad (Is 53.5). Y Malaquías habló de un Rey que traería “salud en sus alas” (Mal 4.2). Normalmente, los cristianos tienen dos tipos de reacciones a estas promesas.

Algunos ven una garantía de que en esta vida presente, con suficiente fe, cualquier enfermedad puede ser revertida. Y sí, a veces sucede eso. He escuchado historias de cánceres que desaparecieron de repente, y de enfermedades que fueron eliminadas de forma milagrosa. Pero también he escuchado hablar de personas que suplican en vano. Pensemos en el apóstol Pablo, quien le rogó a Dios que le quitara su aguijón, solo para ser rechazado. Pensemos en Joni Eareckson Tada, cuya fe gigantesca no la ha visto saltar de su silla de ruedas. Pensemos en un buen amigo mío que murió de cáncer a la edad de 34 años, un hombre fiel a la iglesia y seguidor de Cristo. Encontramos innumerables ejemplos como estos y, sin embargo, muchos de nosotros seguimos aferrándonos a la supuesta garantía bíblica de la sanidad.

Y luego están los cristianos que leen las promesas de Dios para sanar, y se burlan de la idea de que Él quiera dar alivio físico a sus hijos. Es fácil reducir el significado de estos pasajes para referirse solo a la sanidad espiritual. Y aunque es verdad que las heridas de Cristo nos restauran de nuestra enfermedad del pecado, eso no es lo único que sanan. Al anunciar el reino, Él hizo caminar a los cojos y que los ciegos vieran. Jesucristo no solo se preocupa por nuestras almas, sino también por nuestros cuerpos.

Sin embargo, tal vez haya otra manera de ver la sanidad en las alas de nuestro grandioso Salvador. Tal vez deberíamos creer que Dios puede sanarnos físicamente, pero reconocer también que el mayor alivio en esta vida viene en pequeñas dosis —en focos de esperanza en un mundo de desesperación— y todo en anticipación de lo que vendrá: una restauración completa y final de nuestros cuerpos postrados.

Jesucristo no solo se preocupa por nuestras almas, sino también por nuestros cuerpos.

El apóstol Pablo habla de este tipo de camino cíclico por medio del quebrantamiento cuando describe a nuestra existencia como “vasos de barro” que sufren de una “aflicción leve y pasajera” (2 Co 4.7, 17). Él no estaba minimizando el dolor y el sufrimiento, sino más bien mirando hacia un día el que se irían para siempre. Pablo, en su dolor, podía aferrarse a la promesa de Dios de la resurrección en Cristo.

Mi esposa piensa con frecuencia en esto cuando habla de su dolor. Muchas veces ha dicho que su sufrimiento la ayuda a ver a Jesucristo con más claridad. Aunque ella se sentiría encantada por un alivio total ahora mismo, he visto cómo la lucha ha moldeado su carácter y formado su alma de una manera que evoca las palabras de Pablo sobre “el eterno peso de gloria” (2 Co 4.17).

En cierto modo, nuestros ciclos de dolor y de alivio son un microcosmo de la era en que vivimos. El reino de Dios ha amanecido en el mundo, y, sin embargo todavía vemos la triste corrupción del pecado a nuestro alrededor –que nos aflige, agobia y ciega. Nuestro dolor es un recordatorio de dónde venimos, y nuestros momentos de sanidad nos revelan a dónde nos dirigimos.

 

HAY MÁS DE UNA FORMA DE ENTENDER EL DOLOR. LEER 1.º PUNTO DE VISTA AQUÍ.

 

Ilustracion por Abbey Lossing

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