Ver a un niño pequeño imitar a su mamá o papá es divertido, pero también resalta el importante papel que Dios ha dado a los padres. La imitación es un proceso mediante el cual los jóvenes aprenden y crecen hasta la edad adulta, y también es la manera en la que los cristianos maduran, imitando a su Padre celestial. Cuando Pablo escribió su carta a la iglesia en Éfeso, habló en repetidas oportunidades del “andar” de los creyentes. Esta era su forma de describir una práctica y un estilo de vida continuos. Después de enumerar en el capítulo 4 virtudes cristianas como la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la tolerancia y el amor, Pablo lo resumió todo diciendo: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Ef 5.1, 2).
Ilustración por Lisa Dyches
El amor de Cristo por nosotros
Una de las maneras más importantes en las que debemos imitar a nuestro Padre celestial es andar en amor. Ahora bien, dado que nuestro concepto humano del amor está muy por debajo del concepto del Señor, debemos buscar entender cómo es su amor, tal como se muestra en su Hijo.
El amor de Cristo es abnegado. Él “se entregó a sí mismo por nosotros” (Ef 5.2). Esto comenzó con su encarnación, cuando dejó las glorias del cielo para tomar carne humana y vivir en esta tierra caída entre gente pecadora. Pero su amor abnegado se rebajó aún más cuando se humilló hasta el punto de morir en una cruz (Fil 2.6-8).
El amor de nuestro Salvador ofrece perdón. El Señor Jesús se entregó como ofrenda por nuestro pecado al morir en nuestro lugar. Ahora, todo aquel que cree en Él y confía en su muerte como pago por el pecado, recibe un perdón total y un estatus de rectitud ante el Dios santo.
El amor del Señor Jesús es sacrificial. Aunque la salvación es un regalo que nos da Dios por su gracia a través de la fe, le costó al Salvador más de lo que podemos imaginar. En la cruz, se convirtió en un sacrificio para Dios al soportar la ira de su Padre hasta que cada pecado fue castigado por completo. Debido a que Jesucristo era el Cordero de Dios sin pecado, la justicia divina quedó satisfecha por completo, y su muerte se convirtió en un aroma fragante para su Padre, lo que significa que la expiación fue completa y el perdón de los pecados se logró.
Nuestras mentes no pueden comprender tal amor tan infinito, pero se nos dice que andemos en amor tal como lo hizo Cristo. ¿Cómo es posible esto? Vivimos en un mundo caído, enfrentamos tentaciones y luchamos contra el pecado. En nuestra humanidad y esfuerzos propios, no tenemos la capacidad de amar como Cristo. Sin embargo, porque somos hijos amados de Dios, su amor puede expresarse a través de nosotros. Él nos ha dado una nueva naturaleza (o un nuevo yo), que es creada a su semejanza en justicia, santidad y verdad (Ef 4.24). También tenemos la vida de Cristo fluyendo a través de nosotros mientras permanecemos en Él (Jn 15.5), y el Espíritu Santo que habita en nosotros produce el fruto del amor en nuestro corazón. Toda la Trinidad está obrando para colmarnos de gracia, lo cual nos permite andar en amor.
Nuestro amor por los demás
Un amor como el de Cristo no se logra generando fervor emocional por alguien. En vez de eso, su amor por nosotros siempre se manifestó en acción. Él se despojó de sus derechos y privilegios para darnos lo que con desesperación necesitábamos, pero que nunca hubiésemos podido lograr por nosotros mismos: la salvación. Estas mismas acciones de abnegación, perdón y sacrificio deberían hacerse evidentes en nuestra vida también cuando andamos en amor.
Amor abnegado. Ser egocéntricos es parte de la naturaleza carnal con la que nacimos, y la batalla para superar sus patrones pecaminosos continúa después de la salvación. Nuestra cultura no nos ayuda porque promueve poner primero nuestros propios intereses y exigir nuestros derechos. Pero el amor cristiano pone los intereses y necesidades de los demás en primer lugar, y está dispuesto a renunciar a los derechos que se tienen. Por eso, Romanos 14.13-15 dice que, si permitimos que nuestras libertades causen tristeza a un hermano en la fe, ya no estamos andando según el amor.
Amor perdonador. Esta expresión de amor es quizás la más difícil porque, en nuestra mente, quienes nos agravian solo merecen justicia y venganza. Por lo tanto, debemos recordar que nosotros tampoco fuimos dignos del perdón de Dios, pero el Señor Jesús murió por nosotros para que pudiéramos ser perdonados. Habiendo recibido un amor tan grande, no tenemos derecho a negar el perdón a nadie.
Amor sacrificial. A veces, extender amor a los demás tiene un costo, en especial si la persona es poco amable o áspera. De hecho, así es como parecíamos frente a Dios antes de la salvación, pero Él nos amó cuando todavía estábamos en esa condición. Cristo dio su vida por nosotros; ¿no deberíamos nosotros estar dispuestos a sacrificar cosas menores como la comodidad, el tiempo o las preferencias personales en nuestro amor por los demás?
Un amor como el de Cristo comienza en nuestra mente cuando llegamos a conocer y creer en el amor que Dios tiene por nosotros (1 Jn 4.16). Si Él no nos hubiera amado primero, nunca hubiésemos sido capaces de amar a los demás (1 Jn 4.19). Pero su amor permanece ahora en nosotros y, a medida que dependemos de Él, fluye a través de nuestra vida para tocar a quienes nos rodean. Aunque el Señor mismo nos enseña a amar, debemos convertimos en imitadores de Dios y poner en práctica sus maneras amorosas cada día hasta que hacerlo se convierta en el hábito, o el andar, de nuestra vida.
Reflexione
¿Amar a los demás como el Señor Jesús parece un estándar demasiado alto de alcanzar? Aunque usted nunca podrá hacerlo a la perfección, eso nunca debería impedirle buscar andar en amor. ¿Deja usted de orar porque no puede hacerlo de manera perfecta? Si dice una mentira, ¿abandona la honestidad y se entrega al engaño? ¡Por supuesto que no! Andar en amor como Cristo se aprende a través de la práctica y la dependencia del Señor. Cada vez que usted actúa procurando el bien de otra persona, en vez de ceder al egoísmo, la comodidad o la conveniencia, está imitando a Dios y creciendo en amor.
Ore
Padre celestial, gracias por tu amor maravilloso al enviar a tu Hijo como mi Salvador. Ya que tu amor ha sido derramado en mi corazón a través del Espíritu Santo (Ro 5.5), haz que aumente y abunde en mí el amor por los demás conforme a tu voluntad (1 Ts 3.12). En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
Medite
Ponga en práctica
Pablo explicó a los tesalonicenses que ellos fueron enseñados por Dios mismo a amarse unos a otros; luego, después de elogiarles por practicar el amor hacia sus hermanos creyentes, los exhortó a “abundar en ello más y más” (1 Ts 4.9, 10). Ese debería ser nuestro deseo también. El primer paso es reconocer cuando nos sentimos tentados a responder de forma egoísta, aferrarnos al rencor o insistir en nuestros derechos, comodidades o privilegios. Una vez que veamos nuestras deficiencias, debemos pedirle a Dios que nos dé el poder para abandonar nuestras tendencias egoístas, de modo que su amor pueda fluir con libertad a través de nosotros hacia los demás.