El año pasado, Linda Price llegó a su casa y la encontró en llamas. A pesar de sufrir quemaduras, su esposo Rod y dos de sus hijas habían sacado a todos. Pero, lamentablemente, su hijo Joel, de 28 años y postrado en cama por un accidente, murió en el hospital.
Fotografía por Audra Melton
Cuando los Price se casaron, compartían la convicción de haber sido llamados a adoptar. Año tras año, Linda, enfermera pediátrica, se encontraba con niños abandonados que tenían discapacidades. “No podíamos soportar la idea de que hubiera niños que no tuvieran un hogar”, dice Linda. “Eso estaba en nuestros corazones”.
Sus hijos biológicos crecieron junto a los que acogieron y adoptaron, nuevos miembros de la familia que fueron recibidos con amor. Linda y Rod incluso acogieron a niños con enfermedades terminales, para amarlos hasta el final. La pareja ha criado 21 en total, pero hoy solo comparten su hogar con dos de ellos.
Linda es más feliz cuando todos están bajo un mismo techo. Ella sabe que es natural que los jóvenes crezcan y se marchen, pero para sus hijos más vulnerables quiere estar disponible.
Ahora, con más de 70 años de edad cada uno, Linda y Rod reconocen sus limitaciones y aceptan que un día es posible que no puedan ser esa fuente constante de cuidado para sus hijos. Mientras Linda espera y confía en el Señor, sus hijos le recuerdan lo que ella les enseñó a lo largo de los años: no es la casa lo que hace un hogar, sino el amor y la fe compartidos de su familia.